EPÍLOGO

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No puedo mirarlo.

No tengo el valor de tomar el maldito aparatejo ese entre mis dedos para quitarme todas las dudas de una jodida vez y, al mismo tiempo, sé que debo hacerlo ahora que estoy sola y no cuando él esté aquí.

No sé si podré soportar volver a ver esa expresión de tristeza disfrazada. No sé si podré soportar una vez más tener que encogerme de hombros y decir que el mes próximo lo intentaremos de nuevo, cuando en realidad quiero darme por vencida.

Tengo que mirar la dichosa prueba de embarazo de una maldita vez antes de que él quiera hacerlo conmigo y ambos tengamos que ocultar nuestra decepción.


Mi teléfono suena y me sobresalto. Una maldición se escapa de mis labios en ese momento, pero estiro el brazo para tomarlo y responder.

Jeremiah ni siquiera me da tiempo de decir nada cuando habla y dice con impaciencia—: ¿Ya?

— ¿Quieres dejar de presionarme? —Mascullo, entre dientes y él suelta una carcajada.

—Tienes diez minutos armándote de valor, Maya. Es tiempo de que lo hagas. Si es un negativo, no pasa nada. Lo sabes.

Cubro mi cara con mi mano libre y suelto un sonido exasperado.

— ¿Por qué todo el mundo dice lo mismo?, no saben la presión que siento cuando lo hacen.

—Nadie trata de presionarte, Maya —Jeremiah trata de sonar tranquilo, pero la diversión tiñe su tono—. Estamos siendo de lo más comprensivos por aquí. La única que no deja de torturarse eres tú.

—Gracias por eso también —mascullo y él suelta otra risotada.

—Ya deja esa cobardía y mira esa maldita prueba.

— ¿Y si sale negativa?

—Entonces tu marido y tú tendrán otro jodido mes de ardua tarea marital.

Siento como mi cara se calienta con su comentario, pero me las arreglo para decir—: Eres un idiota.

—Me amas. Cállate.

Ruedo los ojos al cielo.

—No te emociones demasiado. No lo hago.

—Yo sé que sí.

—Lo que digas, Jeremiah —trato de sonar aburrida, pero no lo consigo.

—No le hables así al hombre que te salvó el culo —dice, con aire reprobatorio.

—Nunca vas a superarlo, ¿no es así?

—Jamás, Bassi. Acostúmbrate a ello que aún me quedan muchos años de tortura.

—Vete al demonio —digo, a regañadientes, pero no he dejado de sonreír.

—Ya revisa esa prueba —me reprime.

—Sí, papá.

— ¡Vete tú al demonio, Bassi! —dice, con fingida indignación y una carcajada se me escapa.

—Te llamo más tarde —digo, una vez superada mi risotada.

—De acuerdo. Mantenme al tanto de todo, ¿vale?

—Cuenta con ello —digo y, segundos después, finalizo la llamada.


Mi vista se posa en el plástico que se encuentra sobre la encimera del baño y cierro los ojos con fuerza antes de acercarme para tomarla.

MONSTRUO ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora