Capítulo 17

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—Mi papá dejó a mi mamá cuando yo tenía quince años —la voz de Harry es un murmullo ronco, suave y dulce que irrumpe el silencio en el que está sumida toda la estancia—, mandaron llamar a mi madre de la escuela porque me encontraron prendiéndole fuego a un montón de madera inservible. En mi defensa, debo decir que eran deshechos del taller de carpintería... —mis párpados se cierran mientras trato de visualizar una imagen de él en una edad más temprana—. El psicólogo le dijo que debía llevarme con un especialista porque estaba desarrollando una afición insana por el fuego; lo cual no era mentira. En esa época quería prenderle fuego a todo lo que se me ponía enfrente —guarda silencio unos instantes, permitiéndome absorber sus palabras—. A partir de entonces, comenzaron a discutir a todas horas. Siempre era sobre mí. Mi papá insistía en que yo sólo era un chico que gustaba de causar destrozos, como cualquier adolescente. Que no necesitaba terapia alguna y que no debían gastar el dinero en cosas como esas. Mi mamá pensaba lo opuesto. Ella quería llevarme con un especialista y descartar cualquier trastorno de la personalidad. Al final, sus diferencias pudieron más que el amor que se tenían y se divorciaron.


Mis ojos se abren de nuevo con lentitud y parpadeo un par de veces para acostumbrarme a la oscuridad de la estancia.

Estoy tumbada boca arriba sobre uno de los sillones de Harry, cubierta hasta la cintura con una manta delgada que consiguió para mí después de insistir durante quince minutos que debía dormir un poco. Al ver que no iba a conseguir mandarme a la cama, se resignó a traerme el cobertor con el argumento de que estaba comenzando a hacer frío.

Mis pies cuelgan descalzos al final del reducido espacio acojinado, pero no es una posición incómoda. Al contrario, podría quedarme de este modo durante horas. Él también se encuentra tirado de la misma forma en el sillón más largo y también luce bastante cómodo.

Hemos hablado durante horas acerca de nuestras vidas antes de llegar a conocernos y no puedo creer que esté aprendiendo más acerca de él ahora que cuando estuvimos juntos.


—Te sientes culpable por eso —Mi voz sale en un susurro débil. Mis palabras no son una pregunta, son una afirmación. Lo conozco lo suficiente como para saber que se culpa por lo que le ocurrió a la relación de sus padres.

— ¿Por su divorcio? —Inhala profundo—, sólo a veces.

—No deberías —digo, porque realmente lo creo—. No sabes qué fue lo que los orilló a separarse en realidad. Pueden decir que fue debido a las discusiones que tenían por el dinero, pero siempre hay algo detrás. Quizás su relación ya estaba dañada desde hacía tiempo y ambos buscaban un motivo para acabar con todo de una vez.

—Eso mismo decía Gemma —la calidez en su tono hace que algo dentro de mí se estruje con violencia. Casi puedo percibir su sonrisa en el tono de su voz—. Se la vivía repitiéndome una y otra vez que debía dejar de culparme por cosas que no puedo controlar —un suspiro resuena en la oscuridad y añade, segundos después—: No sabes cuánto la extraño a veces.

Una pequeña bola se acomoda en mi garganta, pero no es lo suficientemente grande como para impedirme hablar—: Estoy segura de que ella lo sabe. Donde quiera que se encuentre, lo sabe...

—Eso espero —suelta, con un hilo de voz—. De verdad lo espero.


Un silencio cómodo y cálido se instala entre nosotros, pero ninguno de los dos hace nada para llenarlo. En este momento, se siente como si pudiésemos pasar horas así, sin siquiera resentir la ausencia de charla.

MONSTRUO ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora