8.

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No supe cuánto tiempo exacto había pasado desde que había salido del aeropuerto y me había alejado de todos, pero tampoco me importaba.

No me importaba nada ahora.

Mi vida era un completo y puñetero desastre.

Había venido a un sitio el cual solo Blake conocía, pero él no estaba ahora hasta dentro de bastante tiempo, así que nadie podría encontrarme en nuestro escondite.

Me encontraba sola, con frío, sentada en un banco de una pequeña plaza al borde de un barranco. Tenía las piernas dobladas con las rodillas contra mi pecho y las manos dentro de los bolsillos de mi chaqueta.

El viento que se había metido me calaba hasta los huesos y revolvía mi pelo haciendo que se pegara a mis pegajosas mejillas, antes bañadas en lágrimas pero ya estaban secas.

Desde aquí se veía la ciudad, ahora iluminada, y un poco las estrellas encima de mi cabeza, lo que me tranquilizaba.

Ya anochecía.

El sol iba bajando por el horizonte, bañando de naranja el cielo y la luna iba haciendo su aparición sobre mí en forma de cuarto creciente, haciéndose cada vez más blanca y notable.

Cerré los ojos mirando hacia arriba y apoyando la cabeza en el espaldar del duro banco de madera. Estaba frío, pero ahora mismo poco podía sentir, yo también estaba congelada.

No sabía qué iba a hacer con mi vida.

Era todo un desastre.

En cualquier momento de este mes, cualquier día, sin avisar, nos quitarían la casa si no pagábamos. No le había dicho nada de esto a Blake, pues hubiera hecho lo imposible por pagar él todos los gastos y yo no quería ser una mantenida.

Blake.

Era pensar en él y las lágrimas comenzaban a bajar de nuevo.

Joder, le había sido infiel con su padre. Había tirado tres años de relación a la mierda, ¿por culpa de qué? ¿De unas buenas manos? ¿De unos húmedos besos en el cuello?

Me sentía basura, traidora, repugnante.

Merecía lo peor y estaba claro que no merecía a Blake o mejor dicho, Blake no merecía a alguien tan pésima y débil como yo, que se tiraba a los brazos del primer hombre que la tocaba como no la habían tocado antes.

Alice.

La pobre Alice.

¿Esa mujer no tenía ni idea de lo persuasivo y caprichoso que podía llegar a ser su marido?

Él solo quería meterme mano, seguramente follarme, llevarme al cielo para hacerme bajar con una dura caída que me golpeara con la cruel realidad.

Ian ya había conseguido hacer eso, había conseguido hacerme sentir que tocaba el cielo con la punta de los dedos de las manos para luego hacer que nada había pasado.

No podía mirar a mi suegra a la cara sin que la culpabilidad me golpeara en medio del pecho, asfixiándome, martirizándome.

Me levanté del banco y caminé hacia adelante mirando la ciudad, mirando al cielo, mientras las lágrimas volvían a bañar mis mejillas hasta caer por mi barbilla y manchar mi sudadera.

Después estaba el tema de mi casa. Mi padre no podía más con todo esto, trabajaba casi las 24 horas que tenía el día, igual que yo, a penas tenía tiempo de comer y dormir. Ni siquiera nos veíamos a menudo salvo unos minutos cuando coincidíamos, si alguna vez coincidíamos.

Brian había sido despedido por masturbarse en el baño, cosa que no me extrañó porque era como un maldito mono en celo.

Me reí amargamente ante ese pensamiento.

El padre de mi novio.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora