Prólogo

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Hace muchísimo frío, pero estar en la residencia más conocida de la ciudad y con más adolescentes borrachos me ayuda a calentarme. Son las dos de la mañana y seguimos jugando a aquel juego tan popular entre borrachos: se llena un vaso de chupito sólo de ron, alguien dice un hecho y, quien haya vivido ese hecho, ha de bebérselo. Pierde el que antes queda borracho, lo cual se descarta porque, al final, todos acaban con una borrachera impresionante. Pero oye, al menos eso me mantiene en calor, ¿no?

—¿Quién se ha liado con dos en un mismo día? —preguntan.

​Riéndome como nunca me había reído en mi vida, me bebo el chupito. En un mismo día, y todos los días hasta ahora.

​—Venga ya, estás de coña —alucina mi mejor amiga, Katherine—. Pero si eres la tía más estrecha que conozco, hija mía —dice seriamente. Y lo dice con toda su alma.

​Niego, volviendo a reírme y bebiéndome otro chupito, sin pertenecerme. Oh, no, Kate. No.
Empiezo a tener calor gracias a los chupitos que me he bebido que me pertenecían en el juego y los que no, y me desprendo de mi chaqueta. Me quedo en blusa blanca.  Mierda, llevo el sujetador negro.

​—No, Kate, no estoy de coña —me abanico con mis propias manos, realizando en vano el intento de provocarme algo de fresco—. Es más, ahora mismo me estoy tirando a dos.

​Me levanto del suelo donde estábamos sentados y me dirijo hacia el sofá. A pesar de que esto esté a reventar, el sofá me hace sentir como si estuviera sola, como si estuviera durmiendo o tomando un café en mi casa.
​La blusa empieza a sobrarme; comienzo a entrar más en calor. Me desprendo de la blusa, me dirijo donde estaban mis amigos y vuelvo a jugar.

​—¿Dónde coño habías ido, chica-que-se-tira-a-dos-tíos? —pregunta Kate, riendo.

​—Déjame, Katherine — le llamo por su nombre completo, pues ella odia que le llamen así —, necesitaba sentarme. Me están entrando náuseas —informo. Todo me da vueltas.

​—Estabas sentada, imbécil — me responde. Como siempre, desafiándome en todo —. ¿Náuseas? ¿Has utilizado con uno el condón y con el otro no o qué? —se ríe.

​No hay cosa que Kate ame más que dejarme en evidencia y reírse de mis desgracias. Tampoco se cree nada que salga de mis labios. Por eso le quiero.
​Les comento a mis amigos que me voy a casa, y Kate se queja de que me voy demasiado temprano. Cojo el móvil de mi bolsillo, deslizo el dedo por la pantalla y lo desbloqueo. Me encuentro con cinco llamadas perdidas de Josh y tres de mi madre. Miro la hora: las seis y veinticuatro de la mañana.

​—Sí, temprano tu jodida madre. Que mañana hay clases, gilipollas.

​Salgo de aquel recinto y entonces recuerdo que no llevo mi chaqueta. Ni la blusa.
Nazan, que va andando por la calle en dirección al recinto en el que me encuentro, sale corriendo para evitar que entre y que me vista.
​Comienza a mordisquearme el cuello y a lamerme la clavícula para finalmente centrarse en mis pechos.

​—Eso negro que llevas ahí lo quiero fuera —ordena. Al ver que no reacciono, prosigue: —. Por favor.

​Estallo en carcajadas. ¿Cuándo me había dicho él "por favor"? Me deshago de sus brazos y su boca y adentro en la residencia.
​La chaqueta ya no está, la blusa también ha desaparecido, y Nazan también. No puede ser... Comienzo a buscarle por la cocina, apartando a todo ser borracho que no se vale por sí mismo en ese estado. Me dirijo al salón, donde dos chicas, una rubia y otra morena con mechas californianas rosas, se morrean manoseándole las partes al chico que les está observando. Éste no puede soportar tanta perversión y comienza a desnudarlas y lamerles el sexo. Miento si digo que no me llevo más de cinco minutos mirándoles. Son muy tiernos. Pero mi objetivo no es crear una orgía con esos tres, sino buscar a Nazan, quien no está en la cocina, ni en el salón, ni en el jardín ni... no, no; ahí no, por favor.
​Subo las escaleras; conozco muy bien esta residencia. Las escaleras dan a un pasillo pintado de amarillo desgastado y con unos pocos cuadros que están rotos y con vómitos. Algunos tienen pintado con pintalabios "¡vamos a follar!". Es muy común que se haga aquí. Es más, si no lo haces, te tachan como "el rarito de la residencia". Abro la tercera puerta de ese pasillo y... claro, cómo no. Ahí está Nazan con mi blusa y mi chaqueta, semidesnudo, esperándome.

​—De todas las habitaciones que hay en esta mierducha de residencia, has abierto esta. Me conoces demasiado, te conoces demasiado, nos conoces demasiado, la conoces demasiado —sonríe con sus perfectos dientes blancos, y ya caigo en la tentación de besarle.

​De repente, comienza a reírse, como si yo tuviera pinta de payaso o alguien se hubiera caído por las escaleras.

​—Ay, pues es verdad —dice Kate—, te lo has follado.

​Mientras él se ríe y ella comienza a sacudirme por los hombros, yo me quedo a cuadros. ¿Qué cojones acaba de pasar?
​Me susurra en el oído:

​—He sido yo —claro, la cotilla de turno. ¿Quién va a ser si no?—. Le he visto coger tu blusa y la chaqueta y me he quedado un poquito en shock. Me explicarás, ¿no? —pregunta, entusiasmada. Entonces soy yo quien se ríe—. Por cierto, me tienes que enseñar al otro.

​Y se va de la habitación, mirándome muy fijamente y advirtiéndome de que no me pase.

​—Si ella supiera todo lo que follamos —se ríe—, le da un infarto.

​Reímos mutuamente. Sí, si ella supiera todo lo que pasa aquí...

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