Capítulo 18

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No es el hecho de estar con Abraham cuando Nazan y yo estamos como el perro y el gato lo que me hace sentir como la mierda, que en parte también; es el hecho de cómo Nazan se ha dirigido hacia mí, cómo me ha ninguneado y qué reacción ha tenido al escuchar la voz del chico que está intentando consolarme, aún con rabia acumulada.

—Abraham, no te molestes —sollozo, pasando el exterior de mi mano por la nariz y haciéndome la fuerte—; estoy bien.
—Estoy bien, soy feliz y emano alegría —recita imitando la voz femenina sarcásticamente, lo cual me hace reír—. No sabes cuán cansado estoy de oír eso en boca de tantas mujeres.

Enarco una ceja en su dirección. ¿Con tantas ha estado? Y, en caso de que así sea, ¿no le van más los rollos? Recapacito la pregunta mientras suspiro y admiro su rostro, el cual está de perfil con la mirada perdida en el espejo. Realmente, no sé si le van los rollos; o, al menos, qué tipo de rollo. Me golpea varias veces en mi mano, pero no con esa intención, sino por aburrimiento. Tal gesto hace que salga de mis pensamientos y le mire de nuevo, pensando en si sí o si no debo preguntarle.

—Abraham —capto su atención y me mira con detenimiento, atento—, ¿con cuántas chicas has estado?
—¿Chicas? Tú; las otras eran extraterrestres —me hace reír, y se lo agradezco—. La verdad es que no lo sé.
—¿Más o menos? —necesito hacerme una idea para suponer si realmente ha estado con alguien o sólo han sido un intercambio de fluidos.
—En serio que no lo sé. Pero diez es seguro.

Es una cantidad que ni de coña me resuelve la duda. Es una cantidad un poco baja para ser "aquí te pillo y aquí te mato" y alta para haber sido pareja, así que no me queda más remedio que preguntarle, que dejar mi dignidad unos instantes apartada y conversar. Su ceño se frunce y aprieta sus labios; ¿acaso se pregunta por qué le he preguntado tal cosa?

—Sólo tenía dudas y con esa cantidad no me la resuelves.

Abraham sonríe y cambia radicalmente su expresión, descendiendo su campo de visión y centrándolo en mi vientre. Con el rostro agachado, su mirada se dirige hacia mí y, por el gesto que hacen sus ojos, me imagino que está sonriendo y que nada bueno va a pasar. Ríe al ver mi reacción intolerante y levanta su cabeza, provocando que ponga mis ojos en blanco.

—Joder, sí que te das cuenta rápido —continúa riendo.
—Es lo que tiene haber estado con Nazan.

Nazan. Joder, Nazan. Su expresión asustada advierte tristeza por mi parte, ya que mis mejillas comienzan a humedecerse. Abraham maldice insultando a Nazan de ser tan hijo de puta, sin saber que la hija de puta soy yo, lo cual hace que llore con más intensidad. Agarra mis manos y las aprieta, comunicándome que intenta consolarme pero que no sabe cómo. Sus ojos se iluminan como una bombilla cuando –supongo– una idea surge en su mente:
Desciende su mano por mi vientre encaminándose a mi entrepierna, mirándome algo asustado por la reacción que puedo tener y la acción que puedo ejercer. Siento cómo me tenso y le prohíbo el paso, lo cual no vence su voluntad y continúa intentándolo, haciéndome daño sin saberlo. Se percata de ello cuando me quejo y se rinde con ojos brillantes, tirando de mi brazo para levantarme y me engancho en su cuello, humedeciéndolo y llorando con fuerza.

—Espera, así mejor.

Me despega de él, lo cual me hace sentir vacía y sola, y me sorprendo por ello. Sólo me había sentido así cuando Nazan salía de mí después de haber eyaculado o cuando Josh se despegaba de mis labios después de haberme besado. Siento que sus brazos me protegen y que se lleva con ellos todas mis preocupaciones, sintiéndome feliz. Observo con detenimiento cómo se tumba a mi lado y su mirada se eleva para buscar la mía, la cual le responde descendiendo y buscando la suya. Siento cómo deberían de haber fotografiado esta escena, porque es jodidamente preciosa y la guardaría en un rincón de mi caja fuerte imaginaria. Agarra de nuevo mi brazo y tira de él para tumbarme encima suya, y guía mi cabeza hasta su hombro para llorar ahí tranquila mientras me toquetea el pelo y me susurra que me tranquilice.

—Abraham —sorbo por la nariz, levantando mi cabeza de aquel hueco que siento que será mi hogar en bastante tiempo—, me suena tu voz y no tengo ni idea del porqué, pero sé que lograré saberlo.

Me sonríe y cierra los ojos.

—Yo sí lo sé.

Continúa con los ojos cerrados cuando eleva la cabeza y me besa y vuelve a apoyarla en la almohada.

—¿Cómo? ¿Qué dices? —estoy realmente asombrada.
—Pues —abre los ojos y me mira recordando el porqué, y comienza a hablar en voz baja abrazándome fuerte— resultaba que acababa de liarme con una chica e iba camino a mi casa cuando...

Escucho con atención y, al terminar de contarlo, me enfurezco con él.

—¿Qué? ¿Cómo pudiste hacer eso? Podrías haber dicho que no sabías qué hacer cuando... —pienso un momento y una idea surge en mi mente.

Busco mi móvil con ansia y, cuando lo encuentro, busco el contacto de Abraham y llamo.

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