Capítulo 10

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Siento un gran vacío cuando miro cada segundo a mi lado y veo que el lugar que debería de ocupar Josh está libre, estando él en otro sitio distinto.
Estoy acostumbrada a que me explique los temarios y que me acaricie la mano en clase, y hoy lunes entro en clase y comienzo la semana de puta madre.
No puedo soportar más su falta, no consigo concentrarme y, como siempre, no entiendo una mierda. Era gracias a él las notas que sacaba. Se molestaba siquiera en explicarme algo de lo que yo no prestaba ni el más mínimo interés, pero lo hacía. Acabé pasando olímpicamente de las explicaciones de los profesores con tal de escuchar su voz resumiéndome cada lección de forma profesional, y con tal de verle sonreír haciendo algo que le gusta.
Lo que antes se pasaba rápido ahora tarda siglos, y lo que antes me concentraba ahora no le presto atención, regalando mi concentración a mis temas personales.
Pero, ¿qué más da? Besó a mi mejor amiga, lo cual debería de haber recordado cuando decidió abandonarme al verme con Erloph.
Si yo pude intentar olvidar lo suyo con Kate, ¿por qué no lo podía hacer con lo mío y Erloph? ¿Quizá porque tuve una anterior relación con él? No lo sé, pero me está matando el pensar tanto. Mi mente no da para más y me estoy volviendo loca.
El profesor de Física y Química se acerca a mí, agitando su mano derecha en frente de mi rostro, para que volviese a tierra. Se cruza de brazos y me fulmina con la mirada.

—Si fueras tan amable de decirme qué acabamos de hacer y qué acabo de decir, te dejaría pensar en tus cosas de adolescente. Pero siempre y cuando me lo digas.

Me encojo de hombros, desaprovechando la única oportunidad que éste podría darme para dejarme en paz.
Respira hondo y resopla, retomando la explicación del Experimento de Rutherford.

Éste es el único recreo que he tenido en mi vida que se me hace pesado y aburrido, sin nadie a mi lado con quien hablar y reír diciendo tonterías; Kate no está, y tampoco Josh.
Estoy en la pared del edificio de la biblioteca con las piernas pegadas a mi cuerpo y pensando en qué pasaría si nada de lo que ha sucedido hubiese ocurrido, qué sería de mí si no le hubiese conocido, qué pensaría Erloph de mí si no hubiese cambiado, qué ocurriría con Nazan si no hubiese ido a aquella fiesta de graduación típica de Primaria y no hubiese mantenido el contacto con él. Pero, desgraciada o afortunadamente, no es así.
Los pájaros acabaron su canto, las nubes se revolcaron por el barro y ahora están oscuras, el aire está siendo comprimido por la misma fuerza que a mí me hace estar deprimida y hace que sea mucho más frío de lo normal y todas las personas que veo pasar a lo lejos están sonriendo o riéndose de algo. Espero que ese algo no sea la historieta viral de lo que me acaba de pasar, que lo sabe todo el jodido planeta.
Apoyo la cabeza en las rodillas y rodeo mis piernas con los brazos, desolada y sola. Los gritos de los chicos jugando al fútbol me atormentan más la cabeza y todo lo que me está pasando obtiene cinco toneladas más de fuerza, lo que hace que mi cabeza dé más vueltas que el bombo de la lotería.
Una fuerza débilmente aplicada en mi hombro hace que levante la cabeza y me encuentre con la peor persona que me podía encontrar ahora. Chloe.

—Hey, ¿y tu noviecito el empollón? —me sonríe, y por primera vez en toda mi vida no he interpretado esa sonrisa como algo maléfico.

Ruedo los ojos y vuelvo a colocar la cabeza en las rodillas. Esta chica me saca de quicio.

Alguien quiere quitarme el peluche que Josh acaba de conseguirme tirando de él de mi mano, y se hace con él. Me giro y me encuentro a mi amiga Chloe abrazándolo y mirándome mal. Me sonríe maléficamente cuando le pregunto por qué me lo ha robado, mientras me responde:

—Este oso es mío —me hace saber—. Aunque lo haya conseguido para ti, el dinero se lo di yo.
—¿Para qué querría yo tu dinero? —gruñe Josh—, ni que te rogara por él.
—Exactamente eso hiciste —ríe.

Se va con el oso en un brazo, mientras me quedo pensando en por qué mi amiga diría eso. Y si debería de dejar de considerarle como tal, después de que hiciera lo que hizo.

Eso es una de las inumerables cosas que me robó, como por ejemplo mi móvil o mi cartera, e incluso a Erloph.

—Déjame en paz.

Pero hace oído sordo y se sienta a mi lado, juntándose más a mí. Joder, esta chica no se cansa. Quizá está planeando liarse con Josh... quién sabe, ella es capaz de todo y yo soy capaz de nada.

—Todo el instituto sabe lo que ha pasado, y yo estoy en él. ¿Por qué habéis roto? —me pregunta, y elevo una ceja, sabiendo que ella no puede verla.
—A ti te lo voy a contar —río sarásticamente—. Quizá no tenga a nadie con quien hablar, pero eso no significa que esté necesitada de ello y lo hable con todo el mundo. Y mucho menos contigo.
—Ya veo cómo te he tocado la fibra sensible —aunque no le vea la cara, sé que enarca una ceja perfectamente depilada—, y cómo te ha dolido el tema. Sé lo que duele y cuánto...
—Tú qué vas a saber, rubia perfecta —le interrumpo—, si tu vida es tan perfecta que vomitarás arcoíris cuando te emborrachas.

Ella se ríe y me levanta la cabeza, mirándome a los ojos.

—Ni mi vida es perfecta ni vomito arcoíris —desmiente—, pero me esfuerzo en hacérselo creer al mundo.

«Vale, ¿por qué se está confesando ante mí?».
Suspiro y me levanto del suelo, sacudiéndome los vaqueros rotos para intentar quitar el polvo.
Sé la técnica de esta chica: comienza a hablarte bien, te cae bien, y cuando ya te tiene con cariño, te quita lo que más quieres en ese momento.
Oigo cómo sus pasos persiguen a los míos y comienzo a elevar la velocidad, cuando dejo de oírlos gracias a la sirena que anuncia el fin del recreo.

Nazan me está animando en el camino hasta la terapia. Cuando hemos llegado, respiro hondo mientras cierro los ojos, para después suspirar y mirarle a los ojos pidiendo ayuda.

—No te preocupes, idiota; todo va a salir bien.

Me coge la mano y la aprieta, sonriéndome y diciéndome con la cabeza que salga del coche y entre.
Llego diez minutos antes y la puerta está abierta, por lo que supongo que la terapéutica está dentro. Y sí, está dentro... morreándose con un chico, seguramente paciente, que tendrá más o menos mi edad. Al notar mi presencia, él me sonríe mientras enarco una ceja y ella pasa la parte externa de su mano por los labios, incómoda. «Sí, incómoda; avergonzada no, incómoda». Menuda maestra de la cordura me han puesto para amueblarme la cabeza.
El chico con tez blanca como Josh, con una sonrisa tan bonita como la de Erloph , con ojos tan oscuros que parecen café como Nazan y moreno como mi hermano Nate, se dirige hacia mí con aires de superioridad mientras me sonríe.
Gira la cabeza al escuchar un nombre que supongo que es el suyo, y que me parece misterioso y bonito. «Abraham».

—Abraham —vuelve a llamarle—, puedes irte.

Pongo los ojos en blanco. Qué poca profesionalidad por su parte.

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