Capítulo 14

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Nazan continúa zigzagueando su dedo por mi vientre mientras me besa, cuando pierdo el control totalmente de mi cerebro y mucho más de las palabras que pueden salir de mi boca.

—Joder, Abraham; joder —gimoteo, y ambos nos quedamos estupefactos de lo que yo, inconscientemente, he dicho.
—¿Qué?

Se separa inmediatamente de mi cuerpo y se coloca de nuevo la sudadera, demasiado cabreado.

—Cuando dejes de pensar en el mierda ese cuando estés conmigo, me avisas.

Y se va, pegando un portazo que no se derrumba la casa por milagro divino, y de nuevo me quedo sola. Pero ahora, sola en condiciones. «Y te quedarás sola, como ese gusano».

***

Mamá, en serio, que no quiero ir a la puta terapia —me quejo.

Pero aun así, aquí estoy. Al menos he conseguido convencerla de que no me trajera antes de tiempo, ya que no me apetece ver la escena que tuve que presenciar ayer. La calle está repleta de personas apuradas y me cuesta llegar a la puerta del bloque donde se encuentra la terapia, y dentro de él también hay gente, pero en una parte sólo hay una persona, con unos vaqueros y una sudadera gris, en la pared. Suspiro y ruedo los ojos, cruzando los dedos para que Abraham no consiga verme. Y como mi suerte es tan buena, el intento acaba siendo fallido.

—Rub... Ari, no mentiría si te digo que no te esperaba por aquí —me sonríe, dándome dos besos.

Vale, ¿y a éste qué le ha picado? Exagero una expresión de confusión y me separo de él, quitando sus sucias manos de mis hombros. Sabrá Dios dónde acaban de estar esas manos antes de tocarme a mí.
Abro la puerta, aprieto mi coleta y entro en la habitación, donde Natalie, quien antes estaba sonriendo, me lanza cuchillos con la mirada y bruscamente se levanta de la silla, dirigiéndose hacia mí.

—Escúchame: no me vayas a dar por culo hoy también porque te la lío.

Comienzo a reír y paso olímpicamente de ella, como si nunca me hubiese dicho nada. Avanzo hasta mi silla dejándola atrás confusa, e inmediatamente se recompone y se dirige a su escritorio, donde se sienta y espera a que todos callen para hablar.

—Tengo una mala noticia que daros.

«Oh, no será más mala que tener que presenciarte, créeme». Se levanta y se coloca por delante del escritorio, sentándose en él para verse más alta. Esta mujer tiene problemas, en serio.
Los murmuros aumentan a la vez que el silencio de la terapéutica lo hace, pero Abraham y yo nos mantemos en silencio, uno en frente del otro. Puedo observar cómo me inspecciona con la mirada y siento que puede entrar en mi interior y averiguar más de mí sin siquiera hablar. Sólo mirándome. De repente veo cómo aparta su mirada de mí y la posa en Natalie, y me doy cuenta de que lo hace porque ha reanudado su discurso.

—Abraham y Marina, no seguiré dándoos terapia; vuestra nueva terapéutica se llama Mery y os está esperando en la sala de enfrente.
—¿Y a eso le llamas mala noticia? —ríe Abraham, levantándose y dirigiéndose hacia mí—. Vamos, Ari; alejémonos de esta puta loca.

Me río y pestañeo exagerada en la dirección de Natalie, sabiendo cuánta rabia siente de que vamos a estar juntos y ella no estará para establecer distancia entre nosotros. Está que se tira de los pelos.
Abraham abre la puerta y me hace pasar antes de salir él, y río por ello. Qué caballeroso prentende hacerse parecer, sabiendo que a él ese rollo ni le va ni le viene.

—¿Qué mosca te ha picado para mostrarte tan caballeroso? —cierra la puerta y me sonríe, mirándome a los ojos.

Se encoje de hombros y se dirige a abrir la puerta cuando le digo indirectamente que ese rollo no me va.
Entonces se relaja, muchísimo, tanto que sus hombros se destensan, y se gira.
Me mira, desde la puerta del aula de la nueva terapia a la puerta de la que acabo de salir, donde puede haber tranquilamente diez metros de distancia.
Su mirada me explora de arriba a abajo con lentitud mientras avanzo hacia él para entrar en la clase y, después de darme un repaso, me atrapa por los codos y me gira, apoyando mi espalda en la fría pared, mientras su mirada busca y necesita la mía. Asciende por mi brazo con su mano y la posa en mi nuca, a la vez que la otra mano curva su trayectoria y se coloca en el arco de mi espalda.
La mano que yace en mi nuca impulsa a ésta hacia delante para enlazar sus labios con los míos, y con la otra mano sube mis brazos por encima de mi cabeza y atrapa ambos por las muñecas, tal como lo hizo ayer cuando se quedó mirando mis tetas.
Nunca he sentido una boca tan perfectamente encajada con la mía, nunca. Hasta ahora.
Se me hace tan fácil besarle que realmente me sorprende, y mi sorpresa se aumenta al ver que sus dos manos se apoyan en mi espalda para atraerme hacia él, y mis manos tocan su cuerpo con la misma necesidad que un pez necesita el agua. Parece que no le gusta que le toquen, porque su mano derecha ata de nuevo mis muñecas y las eleva, dejándome completamente a su merced, sin poder defenderme.
Se despega de mis labios e inclina su cabeza hacia la derecha, escuchando los sonidos provenientes del interior de la sala.
Mi mirada inspecciona cada rasgo de su rostro, desde sus ojos cafés hasta sus labios rosados, y también observo cómo su pecho sube y baja cada vez con más tranquilidad, hasta tranquilizarse completamente.
Gira de nuevo para enlazar su mirada con la mía, acercándose a mí para besarme otra vez.

—Deberíamos entrar —sugiero, y une nuestros labios de nuevo rápidamente.
—Venga —se separa y me da un beso corto—, vamos —y de nuevo, otro beso corto.

Me gira para quedar mi espalda en su torso y cruza sus brazos por mi vientre, arrimándome a él y dejándome sin escapatoria.
Coloca perfectamente su barbilla en mi hombro para aspirar el olor que emana de mi cuello, y éste se inclina hacia atrás como si tuviera vida propia.

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