Capítulo 19

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Busco con necesidad y rapidez su teléfono al observar que la línea no consigue comunicar, seguramente al habérsele apagado al caer en picado en el colchón. Levanto las piernas de Abraham, le muevo hacia el lado, me llevo las manos a la cabeza y me vuelvo loca cuando no consigo encontrar el cacharrito de los cojones. Grito con desesperación, empezando a pensar que un fantasma aburrido y hartible ha movido el móvil de lugar con el fin de gastarme una broma.
Entonces, Abraham comienza a cerrar los ojos por la risa y mi rostro gira hacia el suyo como lo haría la niña del exorcista, con expresión de no sentir nada excepto enfado y rabia. Cruzo los brazos y me bajo de la cama, vistiéndome y saliendo del dormitorio acto seguido, para luego tirar de la puerta hacia mí al salir para que se cierre fuertemente. Sé que no conoce mi casa y que no me encontrará, así que no me molesto en pensar una habitación y me dirijo al salón. Ya allí, comienzo a pensar todo lo que ha pasado en estas últimas semanas. Josh me fue infiel con mi mejor amiga, que a su vez me sorprendió de manera fría y sin importancia; tuve sexo con Erloph, quien no veía en años, y culpable de que rematara la ruptura de Josh y mía; luego Nazan, quien estuvo consolándome durante todo el procedimiento mencionado, quien me apoyó para ir a terapia y al que tuve los cojones de serle infiel yéndome con Abraham, quien es capaz de hacer cualquier cosa y alejarme de toda persona, como lo hizo con Nazan y como remató aún más con Josh. Tengo miedo de perder a Kate definitivamente, y necesito...

—Gracias —oigo decir Abraham a mi madre una vez ha bajado las escaleras, y recibe una cálida sonrisa por parte de ella.

Y tuvo que estar mi madre aquí para joderlo todo. Se encoge de hombros y me sonríe, e inmediatamente mi expresión se suaviza y mis sentimientos se ablandan. Me pregunta por qué buscaba con tal rapidez su móvil, y entonces caigo en la cuenta de lo que quería hacer antes de tener esta mierda de pataleta, abriendo los ojos y volviendo a subir las escaleras con rapidez. Cuando consigo llegar al final de la escalera, vuelvo mi vista atrás y veo cómo Abraham imita mis pasos con menos necesidad de rapidez que yo. Le meto prisa y le pido el móvil, sin poder parar de aplaudir en señal de querer rapidez. Niega con la cabeza y me sonríe llevando el índice a sus labios para señalarlos. Frunzo el ceño y ladeo la cabeza, confundida. Al admirar tal gesto, pone los ojos en blanco y sonríe mordiéndose el labio inferior, con burla.

—Que me beses, retrasada —ríe, elevando su móvil para no poder llegar a él, ya que es algo más alto que yo.

Ha utilizado el mismo insulto que le dije cuando se metió en el armario, lo cual me hace reír y desconcertar a Abraham, quien se rinde e inicia el beso. Me toma por sorpresa, lo cual provoca que tarde en reaccionar. Cuando le continúo el beso él se retira, bajando el móvil y entregándomelo. Literalmente, estoy saltando de la alegría encaminándome a mi cuarto, donde busco mi teléfono en la cama y lo encuentro con éxito. Observo que el móvil de Abraham está apagado y me giro mirándole con ojos brillantes, y me responde riéndose y pidiéndome que vaya hacia él haciendo una especie de vaivén con el mismo índice que señaló sus labios. Voy hacia él y hago el intento de besarle, pero niega con la cabeza y su mano viaja firme y decididamente hacia mi pantalón, introduciéndola en él e introduciendo los dedos en mí para luego sacarlos y saborearlos. Pongo una mueca asqueada y luego me besa para que me saboree a mí misma indirectamente. Me cruzo de brazos enfadada y le tiendo el móvil mientras resopla, y lo enciende. Le llamo rápidamente y oigo aquel tono de llamada, el de aquel día. ¿Cómo pude ser tan tonta como para no darme cuenta antes? Entonces, llamo a Nazan.

—¿A quién llamas? —pregunta, y le ignoro.

Cuatro, cinco, seis pitidos suenan cuando Nazan descuelga.

—¿Qué? —su voz es áspera y firme, pero lo bastante dolida como para notarla. ¿Le ha dolido que esté con Abraham? ¿Ha estado llorando?—. ¿Ya se ha ido tu queridísimo novio y vuelves a mí, como con Josh?

Son las palabras más dolorosas que Nazan me ha dicho, e incluso me atrevería a decir que son las más de toda mi vida. Me ha sentado como un puñal que poco a poco se clava más en mi corazón a la vez que alguien me patea con extrema fuerza en el vientre, creándome un nudo en la garganta que no permite poder hablar con él. Sé cómo Abraham desea saltar a mi defensiva –y quizás también la suya–, pero levanto mi mano para prohibírselo cuando está por hacerlo. El viento que entra por la ventana azota las cortinas para manifestarse y luego lo hace con mi pelo, teniendo yo que hacer un gesto para apartármelo y tal gesto parece ser que me envalentona a contarle lo que sucedió aquel día.

—Nazan, ¿vas a dejarme hablar o vas a seguir mostrándote inmaduro?
—¿Que tú me estás llamando inmaduro? —me interrumpe, encendiéndome completamente y a punto de gritarle—. Bueno, vale; habla.
—Por fin —suspiro y miro a Abraham quien, por lo retrasado que es, aún no ha pillado lo que tengo en mente—. Nazan, ¿recuerdas cuando me desmayé en tu casa?
—¿Acaso intentas que me sienta mal? —realmente está tocado, y tengo ganas de llorar por lo que hago pasar a toda la gente que me rodea.
—No, no quiero llegar ahí. ¿Recuerdas al muchacho que estuvo ayudándome?
—Sí, ojalá le viera de nuevo para poder agradecérselo.

Abraham suspira confundido y yo no consigo entender cómo no puede hacerse una idea de lo que voy a hacer. Se me ocurre la brillante idea de...

—Nazan, necesito quedar contigo en el parque que está enfrente de la farmacia.

Se niega recitándome lo que le había hecho, lo cual me duele, pero termina accediendo.

Parece ser que el calor del verano se ha sustituido por una ligera brisa gélida, siendo culpable de que caigan algunas hojas de los árboles del parque y de que no hayan demasiados pájaros revoloteando por el cielo. No hay niños; quizá por el viento, quizá porque se encuentran en la playa. Todas las fuentes tienen al menos una hoja en ella, haciendo que nadie vaya a beber en ellas. El banco de madera cruje bajo mi peso cuando muevo los pies adelante y atrás mientras achino los ojos pareciéndome ver la silueta de Nazan, pero es la de Abraham preguntándome gestualmente dónde se puede encontrar, y le respondo encogiendo los hombros. Me doy las gracias al percatarme de que llevo una goma elástica en la muñeca, y me apunto mentalmente llevar una siempre mientras me cojo una cola alta.

—Marina, estoy aquí.

¿Nazan? Él nunca me había llamado así, y pocas veces lo hizo con Ari; a él le encanta llamarme idiota. Bueno, encantaba... Le busco con la mirada y rápidamente lo consigo, ya que esto está desierto. Se sienta a mi lado e imita el movimiento que hice antes con los pies. Sé lo tanto que le incomoda el silencio, por lo que lo rompo inmediatamente.

—Bueno, Nazan —capto su atención y me mira—. Lo que quería decirte es que puedes darle las gracias a aquel chico que me ayudó.
—¿En serio? ¿Cómo?

Suspiro y aparece él por detrás de varios árboles.

—Tan sencillo como decírmelo ahora —sonríe.

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