Capítulo 9

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Estar ahora en mi casa me resulta aparecer directamente en el puro infierno después de todo lo que ha sucedido allí, pero no tengo otro sitio al que ir. O eso pensaba hasta que su nombre apareció en la pantalla de mi teléfono, como llamada entrante.

—Nazan —lo menciono demasiado entusiasmada y, por cómo se mantiene en silencio, apostaría a que se ha quedado anonadado al mostrar inconscientemente mi alegría.
—Idiota, ven a mi casa. Josh me ha contado todo lo que ha pasado entre vosotros —aunque parezca que es una orden, me está recomendando estar con él para hablar, a pesar de que se supone que ya lo sabe, de lo que ha ocurrido.

La carretera hoy está despoblada porque todo el mundo se ha ido a la playa, y yo aquí, muerta del asco conmigo misma.
La poca gente que veo caminar por las aceras van en el mismo sentido: hacia la piscina municipal, que se encuentra a unos diez metros de donde estoy, y yo voy en sentido contrario.
Diviso a un par de inseparables en el suelo peleándose por un gusano. Me da la risa, y luego me quedo muy seria, pensativa. «Un inseparable es Nazan, el otro Josh, y tú el gusano», me recita mi subconsciente.
Piso con fuerza cerca de donde los pájaros yacen y ambos salen volando, dejando al gusano solo.
«Y te quedarás sola, como ese gusano».
***
La madre de Nazan me acoge con mucho cariño siempre que voy a su casa, me tiene mucho respeto y se alegra de verme. Seguramente cambiaría de opinión conociéndome, como lo haría el resto del mundo.
Está empezando a caer la noche, pero tú y yo sabemos cuán poco le importo a mi madre, por lo que ni me llama para saber cómo estoy.
Nazan y yo estamos en la cocina intentando hacer un par de hamburguesas, pero en vez de hacer dos hemos hecho cuatro, tres de ellas quemadas. Coge la que está intacta como un león a su presa cogería, la pone entre dos panes con kétchup y queso y se la come, saboreándola de tal manera que me restriega lo buena que sabe, mientras que yo estoy haciendo una para mí. Me río de las caras que pone de placer al saborearla y mi hamburguesa ya está lista.
Él ya se la ha comido, y ahora soy yo la que hace todo lo que ha hecho hace unos minutos. Él no se ríe, él se retuerce con una intención sexual.
Termino de comérmela y le comento sobre ir a un parque, que quiero hablar con él y no es sobre lo del tema con Josh. Al menos, no directamente.

El frío de la noche contrasta con mi vestimenta de verano, y me entra un escalofrío que se nota desde otro planeta, y Nazan me abraza.
Tiene una chaqueta de cuero con una camiseta de manga larga debajo y unos vaqueros largos, mientras que yo llevo unos vaqueros claros cortos y una camiseta de manga corta, sin nada encima.
Al llegar al parque me deja su chaqueta y le sonrío, agradeciéndoselo.
Nos sentamos en aquel banco donde él y yo nos besamos por primera vez, cuando estábamos más nerviosos que un cantante cuando sale al escenario por primera vez, temblando más que una persona desnuda por la calle en invierno, y con más pensamientos que un filósofo.
Al sentarnos siento aquel escalofrío que sentí cuando aquello sucedió, y Nazan lo interpreta como el que sentí antes, abrazándome. Le sonrío.

—Hablé con mi madre sobre un sueño que tuve demasiado raro ayer y... —me interrumpe.
—¿Tú hablando con tu madre sobre un sueño? —frunce el ceño, confundido y sorprendido—. ¿De qué trataba?

Dios, ¿cómo le cuento todo aquello? Se va a descojonar de mí, fijo. No puedo contárselo, es demasiado gracioso para el resto del mundo, pero para mí es muy grave porque signfica que no sé qué hacer con los dos. Suspiro y se me hace un nudo en la garganta, y trago saliva para intentar deshacerlo. Mis hombros se tensan y mis pensamientos se alborotan, teniendo un miedo que me aterroriza decir una mísera palabra.

—Oye —me acaricia la espalda y luego me abraza, intentando relajarme—, puedes contarme lo que sea, no va a pasar nada —me asegura, besándome. Pero mi miedo es más fuerte que mi valor—. Idiota, ¿qué te pasa? ¿Tan malo es? —dice con sarcasmo, o así lo he percibido yo. Su expresión triste me dice todo lo contrario.

Tengo que decírselo, o exploto.

—Ayer estuve pensando en ti y en Josh, en cómo podría salir de todo esto —él suspira, compadeciéndome—, y cuando me dormí soñé que veníais los dos a mi habitación, sonriendo maléficamente e intentando forzarme —informo, con lágrimas que no quieren salir de mis ojos, lo cual hace que éstos me ardan y me los frote. Al decir esto, maldice y me abraza con todas sus fuerzas—, los dos. Josh primero y tú después.

Las lágrimas por fin brotan de mis ojos y humedecen mis mejillas y él, tan asustado como yo por todo esto, me las seca con su pulgar. Después de un silencio, primeramente incómodo pero luego relajante, le comento algo que no me hace mucha gracia, pero supongo que me viene muy bien para superar todo esto.

—Voy a mudarme —informo.

Sus ojos se abren como platos y se levanta del banco, tirándose de los pelos y andando en círculos.

—No, joder. No te puedes mudar —enloquece—. ¿Qué hago yo sin ti? No, por favor. Joder, ¡no! —grita.

¿Ha dicho...?

—Gilipollas —río—, que es coña —me tumbo en el banco para reírme todo lo que pueda, y Nazan me mira como quien ve a un criminal que ha asesinado a algun familiar—. Lo siento, tenía que dar algo de humor a esta mierda.

Aún con la pulsación acelerada (lo cual noto cuando se coloca encima mía para besarme), comienza a hacerme cosquillas. Joder, ¿todo el mundo sabe mi punto débil o qué?
Mi risa comienza a suplicar aire, y le ruego que pare para respirar. Esta vez lo hace inmediatamente, lo cual hace que piense que la imagen de aquella jodida vez se le ha venido a la cabeza, como a mí.

—Nunca voy a volver a hacer lo de aquella vez —asegura—, jamás. Tranquila.

Le sonrío y se desprende de mí, dándome permiso a levantarme.
La noche está empezando a ser más fría, y me animo mentalmente para decirle lo que en realidad voy a hacer, lo que oculté diciéndole que me voy a mudar.

—Nazan —sentado en el banco, dirige su mirada hacia mis ojos cuando escucha su nombre—, voy a ir a terapia.
—¿Otra bromita de esas? —ríe.

No, Nazan, no. Lo sigo enserio. Niego con la cabeza y su rostro palidece, sabiendo todo lo que puede salir en esa terapia.

—Lo siento, pero lo necesito verdaderamente.

Asiente. Dirijo mi mirada hacia el cielo y abundantes estrellas lo iluminan, acompañadas de farolas encendidas para iluminar la tierra. Me levanto con la intención de irme a mi casa porque comienzo a temblar de frío, pero me agarra el brazo y me gira hacia él.

—Si en esa terapia te comen el tarro —supone con seguridad—, sólo quiero que recuerdes que te quiero y que me la suda Josh. Te quiero. Y te lo repetiré tantas veces como quieras. Te quiero. Te quiero.

Me abalanzo sobre él y le beso, pensando en qué podría salir de mí después de esos tres meses de terapia.

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