Nueve

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DELIA

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DELIA

Como cada día, tomo el marcador rojo y tacho el número correspondiente en el calendario. Veintinueve de octubre, según Joyce, el mes ha pasado en un abrir y cerrar de ojos, pero yo no lo veo así, para mí han sido los días más largos y las noches más interminables que he vivido. ¿La razón? Soy una idiota masoquista, que está ansiosa porque mañana es la primera eliminación y sé que él estará ahí. Y eso me molesta, me desespera y quisiera darme contra la pared en la cabeza, tal vez así deje de pensar en Collin, porque nada, absolutamente nada de lo que he hecho éste mes me ha ayudado.

Hasta lo hablé con Micaela, la esposa de mi hermano, porque ella siempre tiene las palabras adecuadas para tranquilizarme, pero en ésta oportunidad no funcionó, más bien quedé más preocupada que antes y es que cuando le dije que me siento como una demente, ella respondió como si nada: «Cariño, el amor es un estado de demencia». Y justo ahí fue donde tomé nota mental para hablar con mi hermano Diego. Sí, que le desaparezca el libro Delirium, porque le está comenzando a afectar, ¿cómo que amor?, yo no puedo amar a Collin y explicar el por qué es realmente difícil. Siempre logra molestarme, cuando está cerca su proximidad me descontrola, tiene unos ojos verdes aceituna que me miran de un modo ligeramente perverso, a las mujeres nos apasiona un chico peligroso, pero Collin lleva un gran cartel que grita peligro. Él cumple con todas las características para romperte el corazón y lo comprobé aquel día cuando lo vi besando a Judy.

Me inclino hacia atrás, hasta que mi espalda toca el respaldar de la cama, suelto un resoplido fuerte. Si no es amor, ¿por qué duele y cómo me quito este estado de esquizofrenia severa?

—Delia, ¿puedo entrar?

La voz de Joyce me saca de mis pensamientos.

—Sí, pasa —digo con ironía, porque sin esperar respuesta ya está adentro.

Bajo la vista hasta mi laptop, la tengo en las piernas y la cierro rápidamente, espero que no se haya fijado, pero Joyce me mira y alza una ceja.

—Mamá pregunta si vas a cenar, pero... ¿qué escondes ahí?

—¿Yo? ¿De qué hablas?

—No te hagas, ¿qué estabas viendo?

—Nada —miento, pero cometo el error de reírme, soy mala mintiendo, cada vez que lo hago me rio y Joyce me conoce bien.

—¿Estabas viendo porno? —pregunta, frunciendo el ceño.

—¿Qué? ¡No, claro que no! —Mi cara debe ser un poema porque se sienta en mi cama soltando risotadas.

—Ya, disculpa, si no me quieres contar, está bien, yo sé que el único pervertido en ésta casa es Bryam —comenta, y no puedo evitar reír con ella—. ¿Vemos una película?

—Me parece bien.

Ver algo en la televisión me puede ayudar a despejar la mente.

—¿Por qué no querías que supiera que lo que veías era la página del concurso? —pregunta.

La receta ganadora ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora