Diecisiete

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 ¿Cómo tener un día perfecto?

Si fuera escritora ese sería el título de mi libro, y en el diría:

1. Tenga un no-novio bipolar, de preferencia rubio y chef.

2. Levántese temprano y tache en el calendario otro día más del montón.

3. Sorpréndase cuando la busque a la universidad en su motocicleta.

4. Pasen una tarde única en el Green Park (Nota: no alimente a las palomas)

5. Evite saltar de emoción cuando le regale un casco.

6. Practiquen juntos la receta ganadora.

7. Cuide de su no-novio cuando se sienta indispuesto.

Y así, señoras y señores, les aseguro que tendrán un día perfecto.

Termino de escribir en una libretica de pedidos que encontré. Estiro la mano y la dejo en el estante, junto con el bolígrafo, me giro y vuelvo a pasar la pierna por encima de la suya, me pego lo más que puedo a él, sintiendo su calor. Collin ladea el rostro, somnoliento.

—¿Qué sucede? —pregunta sin abrir los ojos.

—Shhh..., nada, ¿te sientes mejor?

—Un poco, ese té de verdad es bueno.

—La mamá de Joyce dice que es una receta mágica —susurro en su oído—. Ya sabes, cosas de abuelas.

—De mamás también. —Suspira—. La mía a veces me los preparaba, recuérdame darle las gracias algún día.

El corazón se me encoge al escucharlo así de decaído y vulnerable, sé lo duro que es crecer sin mamá, la diferencia es que la mía no me abandonó por elección. Respiro hondo, pensando en cuánto daño le ha hecho, hasta comienzo a entender su rechazo a las relaciones duraderas, porque si la mujer más importante de tu vida te abandona, ¿qué te impide pensar que las demás no lo harán? Acaricio su espalda con cariño, si tan sólo pudiera decirle que no me quiero ir nunca, que a principio de ésta competencia perdí porque me enamoré del mejor contrincante.

Se queja, en el parque mencionó que no se ha sentido bien del estómago y me preocupa que tenga algún virus, ya que hace unas horas me dio un susto tremendo, se puso pálido y las náuseas volvieron. Le pregunté cuál otro síntoma ha tenido y me contó que, aparte de mucha fatiga y un leve dolor de muela, nada que llame la atención. Él no está muy de acuerdo, pero mañana, apenas termine la eliminación, le insistiré para ir al médico.

—¿No puedes dormir? —pregunta de repente.

—Es que no me has dicho lo que pediste cuando lanzaste la moneda —miento—. Si me lo cuentas, podré dormir.

La receta ganadora ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora