Veintinueve

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DELIA

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DELIA

Observo por el gran ventanal el paisaje que se extiende hasta tocar el mar, el frío se ha transformado en un calor algo pegajoso, así que por instinto me quito la chaqueta de jean. La música suave que se escucha por los parlantes hace que mi corazón se encoja, no sé bien si de nostalgia o de felicidad, las gaitas son un himno navideño que me sé de memoria, desordenan mis recuerdos y ahora me doy cuenta de que hasta eso he extrañado. Sonrío. Extrañé tantas cosas de aquí. El vuelo llegó sin retrasos, recojo mi maleta, pero aún no los veo, voy a sacar mi teléfono para llamarlos cuando de pronto siento unos brazos fuertes rodearme por la espalda. Me giro rápidamente, la enorme sonrisa le abarca toda la cara, doy un grito emocionada y lo abrazo con mucha fuerza.

—Ay, pequeña... —dice riendo y mis ojos se empañan, no me importa que las lágrimas caigan, estoy feliz de verlo, así que lo abrazo más fuerte y cuando se aparta un poco sonríe y mi risa se une a la suya—. Mi hermanita salió llorona.

—¡Déjame, tonto! —me quejo, pero me fijo en esos ojos que tanto he extrañado, en que ahora se viste un poco más formal, en su cabello que ya no es tan desordenado y lo vuelvo a abrazar. Cuando recupero la compostura lo suelto y voy por Micaela, vuelvo a llorar, la abrazo, le pregunto por Maia y me cuenta que está con la abuela, sonrío al pensar que estoy de nuevo con mi familia, estoy agradecida de tenerlos en mi vida.

A los minutos echamos a andar los tres juntos, Diego lleva de la mano a Mika y con su brazo rodea mis hombros y me pega a su costado mientras caminamos, lo miro cada dos segundos, una sonrisa adorna su cara, trato de devolvérsela para olvidar que con nosotros falta alguien, debo disfrutar del momento.

—¿Cómo estuvo el viaje? ¿Qué se siente estar aquí otra vez?

—Estuvo bien, pero tengo calor. —Alzo la vista para verlo—. Aunque estoy feliz de estar en casa.

—¿Y hambre no tienes? —pregunta interesado—. Hoy cocina Micaela, pero mañana no te salvas de prepararnos algo de lo que has aprendido.

—¡Diego! —lo regaña Micaela y él se ríe—, no le hagas caso, Delia, si ya estás harta de cocinar pediremos lo que sea por delivery. —Lo mira con reproche—. Y tú pagarás la cuenta.

Lanzo una carcajada mientras seguimos andando hacia la salida del aeropuerto. Tener un lugar a donde ir es un hogar, tener a alguien a quién amar es una familia, pero tener los dos es una bendición.

***

La habitación está oscura, estoy sentada en el suelo y apoyo la frente contra la cuna de Maia, por un huequito de la baranda acaricio su pequeña manito, deseaba tanto verla, esto no se compara ni por asomo a las veces que la veía por el monitor de la computadora, ella es tan tierna y bonita.

Voy a extrañar tanto las peleas en broma, Collin decía que si era niña sería igualita a él, ahora mismo lo extraño tanto que no me importaría que fueran dos gotas de agua, lo hecho mucho de menos y creo que mi bebé también, porque montada en el avión he sentido su primer movimiento. Yo los he alejado, soy la culpable de que ésta noche él no le esté contando lo que preparó en el trabajo o que no le esté diciendo cuanto lo quiere, me comporté como una cobarde haciendo que Micaela lo llamara, pero es que aún no me siento con las fuerzas suficientes como para escuchar su voz.

La receta ganadora ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora