Diez

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COLLIN

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COLLIN

Me doy vuelta en la cama, enciendo la luz que está sobre la mesita de noche y resoplo, son las cuatro de la mañana, es muy temprano para levantarme. Lleva días sucediéndome, pero es que no puedo dejar de darle vueltas al asunto, ¿por qué narices deseo tanto verla? Si tuviera la respuesta, tal vez lograría dormir.

Me levanto y camino hacia la cocina, sigiloso, no quiero despertar a Frank porque anoche se acostó muy tarde, estuvo ayudándome a ensayar diferentes recetas para hoy, hasta que por fin encontré la indicada, o por lo menos eso creo. Pero me sorprendo al verlo sentado en el sofá, contemplando algo entre sus manos, no distingo qué, hasta que me acerco y mi cuerpo se tensa cuando descubro que es una foto vieja donde salimos con mamá. Coloco una mano en su hombro, él levanta la vista y trata de sonreír. Me siento a su lado.

—Te levantaste temprano —dice con voz apagada.

—Estoy nervioso por la eliminación —miento, y fijo la vista en la foto, intento que no me afecte, pero eso es siempre misión imposible—. Pensé que dormías.

—Te irá bien, hijo. —Palmea mi pierna—. Estás bien preparado, hoy pasarás a la siguiente ronda y yo estaré orgulloso de ti.

Trago saliva despacio y aparto la vista, soy incapaz de ver esa foto por más tiempo, aprieto los puños cuando en mi cabeza se forma una pregunta, ¿ella también estaría orgullosa de mí? Sacudo la cabeza.

—A veces la extraño —musita.

Lo miro, tiene los ojos enrojecidos, estos días han sido fuertes para él. Un pequeño temblor en su mano derecha me hace recordar la fuerza de voluntad que ha logrado este mes para no tomar. Un nudo se forma en mi garganta, porque yo también la extraño, casi nunca hablamos de ella, tengo muchos sentimientos desbordándome.

—Todo irá bien, papá.

Frank abre mucho los ojos y luego de unos segundos me abraza con fuerza, se me aprieta el estómago, no me muevo, no recuerdo con exactitud desde cuándo no lo llamaba de esa forma, pero se siente bien hacerlo de nuevo.

—Gracias, Collin. —Me suelta y me revuelve el cabello, le agradezco el gesto en silencio—, ya que dejé de ser Frank... —dice limpiándose una lagrima, y continúa—: ¿qué te parece si tu papá se destaca con el desayuno?

—Son las cuatro de la madrugada.

—Eso no importa. —Se levanta renovado—. El jueves compré harina, crema batida y chocolate.

Sonrío. Mamá solía regañarlo cuando despertaba los domingos y nos encontraba en la cocina con una torre de panquecas, nunca aprobó que él me diera cosas dulces tan temprano, decía que me ponían muy hiperactivo. Tal vez tenía razón, pero ella no se quedó para cuidarme de toda la azúcar que Frank me ha dado y tengo la certeza de que él disfruta preparándolos, es algo así como una venganza retorcida. No lo culpo, es su forma de mandarla a la mierda, aunque ella no lo sepa.

La receta ganadora ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora