Pesadillas

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     Cada vez que cierro los ojos, es como si estuviera colocando en mí misma un dispositivo de tortura que me obliga a ver los errores que cometí en el pasado. Me obligo a mí misma a preguntarme una y otra vez si acaso pude haber hecho algo para evitarlo. Sé que debí hacerlo. Sé que debí resistir sólo un poco más. Y es por eso que su rostro y sus ojos soñadores me persiguen en mis pesadillas más oscuras.

Sé que estoy atrapada en un mundo de ilusiones, pues la manera en la que todo está paralizado no es normal en absoluto. Pero aún así estoy obligada a avanzar a través de las calles concurridas de Phoenix, mirando a lo lejos el hotel en el que me hospedé durante un par de noches cuando hice ese estúpido viaje a Arizona. No puedo entrar a ningún edificio, sólo puedo seguir andando hasta que consigo llegar a mi destino.

El maldito centro de convenciones donde todo comenzó.

Entro a través de la puerta principal y avanzo a tientas en la oscuridad, a sabiendas de lo que encontraré cuando llegue al final. El grito, al igual que en cada ocasión, aparece puntualmente. Está llamando mi nombre. Con desesperación. Tristeza. Angustia. Sé que está sufriendo. Ella me necesita. Y yo... No puedo hacer nada para salvarla.

En cuanto lo acepto, la silueta de ese malnacido se hace presente frente a mí. Escucho también el sonido de una detonación y a mi olfato llega el aroma del perfume de una mujer que conozco bien. Que conocí. Que ya nunca volverá. Otra de las personas que no pude ayudar, aunque hubiera querido hacerlo. Caigo de bruces, pues la culpa pesa demasiado y llevarla sobre mis hombros ya es doloroso.

Un par de lágrimas brotan de mis ojos. Levanto la mirada y ahí están ellas. Ambas. Una, con la herida sangrante que una bala dejó en su pecho en su pecho. La otra, cuyo cuerpo ensangrentado está lleno de quemaduras. Caminan hacia mí, recordándome que soy una egoísta inútil que no pudo ayudarlas. Me golpean con el filo de sus palabras, obligándome a abrazarme a mí misma y a gritar con todas mis fuerzas.

Y despierto sobresaltada, incorporándome tan repentinamente que mi cuello lanza una punzada de dolor.

Estoy en mi habitación. En mi apartamento. Semidesnuda, a causa del calor que se siente esta noche. Paso una mano sobre mi rostro para buscar un miserable consuelo, pero no es posible. Mi respiración agitada es imposible de controlar. Estoy empapada en sudor. El tatuaje que me hice en la muñeca para recordarla por siempre da la impresión de ser un tanto radioactivo. Es una Pokebola encerrada en una pequeña flama, que me da la impresión de estar al rojo vivo cada vez que pienso en ella.

Sé que te fallé.

Sé que confiabas en mí, y te fallé.

Mis ojos viajan hacia el fondo de la habitación, donde él también lucha contra sus terrores nocturnos. El temperamental gato azul de dos colas. Musita su nombre entre lloriqueos. Y sus quejidos me hacen sentir que mis ojos se cubran con una gruesa capa de lágrimas.

No quiero seguir llorando, pero es el castigo que merezco.

Han pasado siete años... y yo sigo siendo esa maldita inútil que te dejó morir.

Lo lamento, Perla... Te lo suplico. Perdóname.

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Pokemon Re-Start I: ResurgimientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora