Capitulo XIV: Charlotte

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Siempre se preguntó cómo había llegado ahí. Orfanato Vareuss, conocido por su amplio espacio y por ser financiado por todos los reinos aun teniendo solo una cede ubicada en Bethma, así que todos los huérfanos eran de diferentes lugares. Sin excepción todos los días aquella pequeña niña de cabello largo y castaño, pensaba en su origen, y en cómo había llegado a un lugar donde a pesar de ayudarlos, solo los transformaban en piezas de ajedrez que eran manejadas por varias personas.

Los formaban para todo, para comer, para dormir, para ir al baño y solo al cumplir cierta edad; seis años aproximadamente, los llevaban a dar una vuelta al reino. Los enseñaban a hacer compras, más que un orfanato era como una institución donde enseñaban a servir a los superiores, no podían adoptar a un huérfano como hijo, si no llegaba alguien y lo adquiría como sirviente, al cumplir mayoría de edad lo echaban a la calle, ella pudo presenciar cómo varios sufrían ese destino, sin importar si el clima era pésimo, sin cosas, solo con las ropas que traían puestas. Después de unos años solo había huérfanas por lo que Vareuss cambio su modalidad para ser solo un orfanato para niñas.

Los recuerdos más significativos de Charlotte inician un día en especial, el día que tenía la edad suficiente para ir a los paseos al reino, los ya mencionados anteriormente seis años. Ese día su cabello estaba trenzado, como casi la mayoría del tiempo, uso ese uniforme gris tan alegre y distintivo que portaban en el orfanato, pero extrañamente antes de salir lo cambiaron a uno de color rosa pastel, como ese que adornaba postres que difícilmente comerían. Su vida cambio cuando estaban en fila, se detuvieron en un puesto y la madre superior encargada del paseo les explicaba cómo elegir las frutas a la hora de comprar, Charlotte desvío la mirada, quería disfrutar de todo alrededor, no sabía cuándo volvería salir, entonces los miro, tres niños sentados pidiendo limosna, se veían sucios, uno era mayor que los demás, aproximadamente de su edad, uno parecía de tres y el otro era un bebé, no sabía que hacían solos, pero sin dudarlo salió de la fila y se acerco a ellos.

- ¡Madre!

Grito a la madre superiora que los escoltaba, esperando ayudará a aquellos chiquillos, pero lo único que logro fue una bofetada y un jalón para que entrará a la fila nuevamente.

- ¿Qué hemos dicho siempre sobre salir de la fila Charlotte?

- Pero madre... ellos.

- ¡Ellos nada!

- ¡Se supone que ayudamos a quienes lo necesitan!

Recibió una bofetada nuevamente y una de las monjas que también los acompañaba le dio un golpe en la espalda con una tabla, cayó al suelo, un dolor se apoderaba de su frágil y pequeño cuerpo, sollozó mientras intentaba acariciar su espalda para calmar el dolor.

- No debes levantar la voz a tus mayores, no debes romper la fila, y mucho menos hacer cosas que no se te han ordenado.

Esas palabras se quedaron grabadas por siempre en su mente, incluso más que los moretones que ese día se marcaron en su espalda. Aun siendo adulta y trabajando para el Rey Alfonso, aquella joven sabía guardar silencio y tener una excelente disciplina.

Las demás chicas avanzaron sin ella, Sara, otra de las monjas que las acompañaba en el recorrido la levanto y juntas regresaron al orfanato. Ahí en un cuarto que era como un pequeño consultorio la desnudo, le reviso la espalda y le unto una pomada, la pobre Charlotte no podía evitar dar gritos de dolor.

- Espero y aprendas... te han dejado la espalda morada.

- Yo... solo quería que ayudarán a esos pobres niños, eran huérfanos, como nosotros.

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