Capítulo XIX: La Mort

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Un dolor punzante se apoderaba de toda mi cabeza, sentía los parpados pesados, pero, aun así, hice un esfuerzo para abrirlos. Me encontraba recostado en una cama que me parecía familiar; toda la habitación de hecho, más no recordaba nada. Pronto, la puerta fue abierta por Wendy, traía consigo una charola con alimentos demasiado ligeros.

- ¿Dante? – dijo la pueblerina mientras se acercaba - ¿estas consciente?

Intente contestar, pero se me dificulto, solo salió un suspiro de mis labios.

- Está bien si no hablas – se sentó en la orilla de la cama – espero esta vez no vuelvas a desfallecer, es complicado mantenerte sano así.

No entendía a qué se refería, pero acerco una cuchara a mi boca y con mucho cuidado me alimentó con papillas y líquidos. Mi cuerpo se encontraba tan debilitado que a duras penas podía sostenerme recargado en la cabecera de la cama. No sabía si confiar en ella, sin embargo, su amabilidad me permitía hacerlo. Tenía tantas preguntas, pero no podía expresarlas oralmente, así que simplemente permanecí callado.

- Vaya, ahora si te lo has comido todo – dejó de lado la charola – veo toda esa confusión en tus ojos y ¿qué te puedo decir?, yo también tengo muchas preguntas para ti, pero no te preocupes, hablaremos hasta que puedas hacerlo ¿de acuerdo?

Comencé a hacer esfuerzos por moverme y por hablar. Logre sentarme, y luego ponerme de pie, pero me costó un poco de trabajo caminar. Al siguiente día volví con aquella rutina, esta vez con ayuda de Wendy logré trasladarme por toda la habitación. Al paso del tiempo la comida cada vez se hizo más sólida, ya podía moverme por lo que acompañaba a Wendy en el comedor, pero mi habla aún estaba retardada.

Habían pasado semanas desde que desperté, y según Wendy, días desde que me encontró tirado por el centro de Velder, no recordaba cómo había llegado ahí.Una noche mientras me preparaba para dormir, Wendy entro a la habitación.

- Dante, sé que aún no has recuperado completamente el habla, pero quisiera que me contestaras, como quieras, incluso con gestos pero que lo hagas... ¿dónde está Virgil?

- Vi....vir...gil... no... - negué con la cabeza – sé.

Ella mostró un poco de decepción, pero al fin y al cabo comprendía mi situación, por lo que me dejo dormir.

Al cerrar los ojos, mi cuerpo se volvió pesado, sentí tierra mojada en mis manos, percibí un olor a humo, y un enorme dolor de cabeza. Entonces mi mente se llenó de recuerdos.

Mi vista se encontraba borrosa, intentaba enfocar, ¿estaba en el sótano de mi casa? Solo escuchaba voces algo distorsionadas, hasta que, de golpe, las escuche más claro que mis pensamientos, más no podía moverme. Se trataba de Alexa, Alejandro, Fausto y su hijo Demian; uno de nuestros sirvientes más jóvenes.

- Espero este bien... - escuché la voz preocupada de Alexa.

- Lo estará, ¿qué debemos llevar? – preguntó Alejandro.

- Yo subiré todo lo necesario, en cuanto esté listo deben de irse. – contestó la ama de llaves intentando guardar la calma.

Mientras Alejandro se alejó de todos nosotros y se sentó en un rincón, Fausto se acercó a ella y un tanto confundido le cuestionó.

- ¿Y tú? Recuerda la petición de Roderic, debemos mantener salvo a Dante.

Alexa lo rodeo para acercarse y subir a las escaleras del sótano.

- Ustedes lo mantendrán a salvo, yo no me iré de aquí...

- ¡Alexa! – Gritó para detenerla.

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