Capítulo 17

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Momento de decir adiós

No quiero, triste espíritu, volver
por los lugares que cruzó mi llanto,
latir secreto entre los cuerpos vivos
como yo también fui.

No quiero recordar
un instante feliz entre tormentos;
goce o pena es igual,
todo es triste al volver.

Aún va conmigo como una luz ajena
aquel destino niño,
aquellos dulces ojos juveniles,
aquella antigua herida.

No, no quisiera volver,
sino morir aún más,
arrancar una sombra,
olvidar un olvido.

Luis Cernuda

MAIDER'S POV

La lluvia ha parado. Oigo cómo a mi al rededor los paraguas se cierran, pero yo no me muevo. Yo no tengo paraguas. Había dejado que el agua me empapase entera, y aunque mi tío me ha tapado con el suyo después, el pelo húmedo se me sigue pegando a la cara. Huele a tierra, mojada y removida. Huele a pinos, a limpio, a tristeza. Mis lentas lágrimas se mezclan con las gotas de mi cabello chorreante.

Escucho el llanto exagerado de mi tía y levanto la cabeza, viendo llegar el brillante ataúd de madera. Una melodía se empieza a oír por los altavoces y una triste sonrisa llena de melancolía brota en mi rostro. Siempre supo hacer grandes entradas, y ahí viene, diciéndome un último adiós con nuestra canción: 'Knocking on heaven's door' de Bob Dylan. Parpadeo, empujando a las tímidas gotas de mis ojos, haciendo que se deslicen por mis mejillas sin vergüenza. Los recuerdos me envuelven, y me permito dejarme llevar por las emociones.

Reproduzco en mi cabeza un recuerdo: siempre que había tormenta, yo corría a su puerta y llamaba y llamaba hasta que ella me abría y me decía que pasase al cielo. Después encendía el pequeño reproductor de vinilo de su cuarto y ponía a Bob a cantar para mí. Él siempre conseguía amortiguar el sonido de la lluvia, y juntas cantábamos como locas hasta caer rendidas en los brazos de Morfeo, con el suave sonido del disco al girar sin música. Durante todos estos años mantuvimos esa tradición; siempre fue nuestra canción. Entramos en la pequeña capilla y me pongo en la silla que está más cerca de ella. Quiero que sienta que estoy a su lado, aunque lo que esté allí sea solo el recipiente, su cuerpo. Quiero pensar que un trocito de su alma siempre estará conmigo, porque aunque no puedo verla, la siento en mi corazón.

La música acaba y el cura que oficia empieza a hablar, pero sus palabras suenan vacías. Para él no es más que otra alma que va a unirse con el señor. Su insulso discurso me congela el corazón. Solo quiero pararle, hacer que deje de hablar como si fuera una vieja cantinela. Pero espero paciente, no quiero que nada sea distinto de como ella lo quería. Entonces llega mi turno de dedicarle unas palabras, y la garganta se me cierra, se me seca. Me pongo frente al atril e intento no fijarme en nada mientras leo el poema que ella habría querido, pero me sabe a poco. Debería hacer algo más especial por la persona más importante de mi vida.

Así que me armo de valor, y sin pedir permiso y saliéndome completamente del guion, me siento en el taburete del piano y hago a mis dedos bailar. Segundos después mi voz le sigue el ritmo a mis manos con un ronco susurro:

Risk (PAUSADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora