Capítulo Nueve

2.8K 176 36
                                    

Todo tiene un porque y algún origen. No habría que dejar nada al azar, todo debería parecer un accidente a los ojos de todos los compueblanos.

Si, estaba atemorizado.

¿Mentir a veces podría ser la solución? ¿Huir es una opción para la sangre que pertenece a la esclavitud real?

Me encontraba ojeando el milésimo decreto esa tarde, buscando las respuestas a mis innumerables problemas cuando la voz de América irrumpió en mi habitación.

—Maxon... ¿Estas ocupado? —la escuché decir desde la puerta

Dejé todo sobre mi escritorio y me giré sobre el eje de la silla hacia ella con una sonrisa cansada. Ella estaba sonriendo también, pero lo hacía con prudencia, teniendo presente mi situación.

Desde el día de ayer había llegado al palacio guardias de los reinos lejanos y vecinos, todos ellos estaban—misteriosamente—colaborando con nuestra corona y mientras notas de todas las localidades del mundo venían a para a mi escritorio junto con todas las demás, yo solo quería que pasara la semana para que por fin se hagan presentes los embajadores y así canalizar verdaderamente las intenciones y empezar un detallado plan. Mientras tanto, todos aquellos soldados permanecían en las fronteras de Illéa, lo que me generaba aún más temor.

Sentí las manos delicadas de América sobre mis hombros mientras me perdía en aquellos pensamientos. Cerré los ojos mientras disfrutaba de aquel pequeño momento de paz, y como siempre, todo a mí alrededor se esfumaba.

—Estas muy tenso...—reprochó mientras masajeaba entre mis clavículas.

—Tengo razones, querida.

—No te he visto hace días, y has empeorado. ¿Tomaste la medicina que te indicó el médico?

Maldición.

—Eh, no—reí un poco.

— ¡Maxon!

Soltó mis hombros mientras casi corría hacia el cabezal de mi cama, y entonces me ofreció las pastillas con un vaso de agua que ella misma había cargado sobre mi escritorio.

—Pareciera que te preocupas por mí—bromeé antes de llevarme las pastillas a la boca.

Ella hizo un gesto algo dolido.

—Por supuesto que lo hago. Eres mi rey...

Noté como ella perdió la mirada en aquel instante. Se fijaba en sus dedos, y yo sabía bien lo que aquello significaba. Ella también me quería, ¿Por qué se pondría nerviosa si no era de esa manera?

Sonreí antes de dejar el vaso vacío sobre todos os papeles y ponerme de pie en frente a la pequeña figura de América.

— ¿Solamente tu Rey? Debo admitir que eso me dolió un poco, Señorita Singer...

Estábamos a punto de invadir nuestra pequeña burbuja llena de sarcasmo y romanticismo un tanto extravagante, aquel ambiente que nos caracterizaba en las charlas. Envolví mis brazos alrededor de su pequeña cintura—tomándome todo aquel atrevimiento con total serenidad—pero entonces ella se apartó abruptamente.

Ahí entendí que ella no estaba dentro de la burbuja, ella no estaba sintiendo lo mismo que yo en aquel preciso instante. Su mirada se hizo un poco acuosa mientras se alejaba con delicadeza de mi agarre y tomaba entre sus manos la bandeja con el vaso vacío.

Observé como ella recogía cualquier vajilla de la habitación por unos minutos. No dijo una sola palabra mientras recorría el dormitorio entero con la mirada plena en sus acciones.

¿Se había quedado muda? ¿Por qué demonios debería yo de permitir esta situación? La amaba, sí, pero no estaba de ánimos para tolerar su actitud ahora mismo.

En el pasado esta mujer logró sacarme por completo de mis casillas, y tal vez seguía teniendo aquella habilidad tan desdeñosa. Se comportaba fría, distante, y hasta de malos humos conmigo para luego ser dulce, pero luego volver a lo anterior.

¡Demonios! Si que es irritante, y también todo lo es en estos momentos.

—No hay manera de que tú y yo seamos algo más, Maxon. Espero que sepas entender tu posición de esposo con su alteza, nuestra reina—murmuró mientras recogía en último vaso y se dirigía hacia las puertas.

Había sido mi imaginación o... ¿Estaba tratando a Kriss con más altura que a mí mismo?

—No digas estupideces, América—gruñí

—Mejor no las hagas tú, Maxon.

Su rostro era hielo, pero sus pupilas azules estaban dilatadas y húmedas mientras reflejaban el verdadero corazón de aquella fiera dama, a la cual el orgullo mantenía firme en las puertas de mi recamara.

No me quedó más que reír.

Estaba claro que a ella no le importaba en lo más mínimo Kriss o su honor de esposa; América llegó a mi habitación para acariciar mis hombros y darme sus cuidados porque aún sentía algo por mí. Demonios. Ella misma lo había dicho, que seguía queriéndome. Pero claro que como toda mujer ella estaba defendiendo su posición. No le importa lo que esté sintiendo Kriss, si no su orgullo siendo pisoteado al sentirse... ¿Un plato de segunda mesa?

Sin embargo, no tenía ánimos ni de tolerarla, pero tampoco para pelear con ella.

— ¿Por qué te empeñas en pelear? —simplemente dije mientras reía un poco y la miraba.

—No quiero hacerlo.

Sus mejillas se tiñeron de un rosa pálido, y frunció el ceño mientras me dedicaba una mirada frívola. Estaba asesinándome con la mirada... ¿Pero no quería pelear?

Vuelvo a reiterar lo complicadas que son las mujeres.

—Si es así... ¿Por qué me miras de esa manera? —arqueé una ceja mientras la miraba, algo burlón.

—Porque en realidad esta conversación no tiene sentido. No estoy peleando, aclaro mis puntos—especificó con tranquilidad— Tu eres el que busca pleitos, arrogante, narcisista, idiota...

—No tienes vergüenza—fingí indignación.

—No para decirte unas cuantas verdades...

—No decías lo mismo cuando estabas compitiendo en la selección—ataqué.

Demonios, si recordaba la patada de américa justo en mis joyas reales, una que dolió más que el mismísimo infierno... Pero eso no cuenta como atrevimiento ya que ella no sabía mi identidad.

El rostro de América pasó de ser un rosa pálido a un escarlata fuerte. Estaba ardiendo en furia, o tal vez moría de vergüenza.

Tal vez las medicinas a mí me habían dejado un poco idiota, pero amaba tener conversaciones divertidas ya que últimamente nada salía del estricto protocolo y las tácticas de guerra.

—Yo-no-actuaba-distinto—dijo recalcando cada palabra—Siempre te he dicho lo que pienso, tú lo sabes... Eras mi amigo más que nada en un principio.

—Un amigo que luego... ¿Te gustó?

Cerró los ojos y bajó la cabeza. No sabía muy bien si ocultaba su vergüenza o tal vez estaba a punto de repetir el ataque de aquel día en el que nos conocimos.

Yo lo estaba disfrutando.

—Maldito vanidoso, ¿Qué te ha sucedido, Maxon? Ahg, mejor me voy antes de que esto acabe peor—musitó con furia antes de salir de la habitación dando un portazo.

Estaba bien que se marche.

Yo ya tenía un humor excelente y la comedia suficiente para seguir carneando un plan de romántico enamorado empedernido de una dulce pelirroja —que en ocasiones era una ávida fiera.

Sin (A Kiera Cass Novel FanFiction) #WWADonde viven las historias. Descúbrelo ahora