Capítulo Diecisiete

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No pude dormir si quiera medio minuto sabiendo que la mañana llegaría.

Había mandado ejecutar a muchos súbditos traidores, a ladrones y a agresores en los últimos años... Pero nunca a alguien tan cercano a mí cómo lo era Kriss. El corazón se me estrujaba al pensar en nuestra boda, en la selección y en los pequeños momentos cariños que ― aunque fueran pocos― existían entre nosotros.

Fue mi esposa durante años. Yo tenía la ilusión de sanar mis heridas a su lado... Pero fui egoísta, terriblemente egoísta. Buscando siempre saciarme cómodamente sin tener que arriesgar demasiado a sentir dolor. Si yo hubiera sido mínimamente valiente... hubiera perdonado a América.

Traté de apartar todos mis pensamientos a cerca de América y la selección. Me enfoqué en los papeles y en las cartas que tenía en mis manos y que probaban la traición de Kriss.

Mirándome fijamente estaba el General Lynch que era mi consejero, mi padre y mi madre. Esperaban una respuesta, si quiera un quejido de mis labios para deducir mi veredicto.

Afuera se encontraban la mayoría de los soldados del palacio, la servidumbre y algunos pueblerinos esperando por unas palabras de su rey. Habían sido convocados sólo para oír noticias de la guerra... No imaginaban lo que estaba pasando con la reina.

Mientras repasaba con la mirada las cartas, oímos llamar la puerta con unos golpecitos suaves.

Gerald me miró, cómo preguntándome con la mirada si abrir o no en un momento cómo este. Le asentí con la cabeza en señal de aprobación y el caminó hasta el umbral para descubrir a Aspen Leger al otro lado de la puerta. Estaba recto e impecable, y en sus manos traía lo que parecía ser una carta.

― Majestad. Traigo una carta para usted... ― dijo, con tranquila voz gutural.

― ¿Le parece que este es un buen momento, Leger? ― bramó Lynch, con algo de irritación en su tono.

En momentos cómo este, estaba seguro de que no debía de confiar... pero tampoco hacer oídos sordos a ninguna noticia o novedad.

― ¿De parte de quién, Leger? ― inquirí.

― Es de la señorita América Singer, majestad.

De nuevo estás aquí, América... Aunque quiera quitarte de mi mente por un día siquiera, no podría ― pensé.

El rostro de Leger, aunque muy tieso y sereno... llevaba una pequeña arruga en la frente, delatando sus nervios.

Mi padre se levantó y gritó.

― ¡Quién se cree que es esa muchachita para molestar al rey!

― Clarkson... ― gimió mi madre, agarrándolo de los brazos desde atrás.

Hice un ademán para Leger, indicándole que entrara.

― Muéstramela ― expresé con seguridad.

Mi padre y Gerald me dedicaron una filosa mirada a lo que yo recibí la carta de las manos de Aspen Leger.

Me deshice del sobre que envolvía la carta y empecé a repasarla con mi mirada.

― Esta es una carta dirigida al rey de Francia... ― me sorprendí ―Y es de Kriss...

Dirigí mi atención hacia Leger, quien no mostraba expresión alguna. Mi padre sin embargo lo miraba boquiabierto.

― ¿Cómo se supone que llegó eso a manos de América Singer? ― el ladró.

― Su majestad, la reina Kriss trataba de enviárselo a un cartero del palacio por intermedio de uno de sus hermanos, quién no tenía idea de lo que llevaba. Ella dio aviso a su hermano de que no debía entregársela a nadie, pero...

― ¡Esto es una burla! ¡Ella no tiene el mínimo contacto con nadie! ― gritó mi padre.

Algo en mí se alarmó y sentí un escalofrío.

¿América y sus hermanos? Ellos deberían estar lejos de todo esto, estar seguros.

Ignoré por completo a mi padre y a mi madre. Yo sabría de cualquier manera si Leger me estaba mintiendo. Pero necesitaba saber...

― Padre, Madre, Lynch ― los llamé.

Recibí sus miradas, preguntando y retando al mismo tiempo.

― Necesito que se retiren un momento. Quiero hablar con Leger...

― Primo... No vas a creer lo que te diga un guar-

― No quiero repetirlo dos veces ― advertí.

― ¡Esto es ridículo! ― dijo mi padre mientras salía, completamente indignado de la habitación seguido por mi madre.

Mi primo, sin embargo, le dedico a Leger un gesto severo y salió siguiendo a mis padres.

― Cierra la puerta detrás de ti y siéntate― indiqué.

El acató las órdenes y enseguida estuvo sentado en frente de mí con el semblante serio.

― ¿Ya has leído la carta? Sinceramente ― analicé sus gestos.

― América no lo hubiera querido, majestad, la traje en el mismo instante en que llegó a mis manos.

Asentí.

Procedí a leerla en voz alta.

˂˂ Querido Adrien,

La luna tendrá ocho ciclos más.

Dos pies a la izquierda del valle del pecado.

Espero vivir para ser tuya...

Siempre tuya,

La Reina. ˃˃

Cuando levanté la vista confundida hacia Leger, este palideció.

― Tú... ¿Tienes idea de lo que esto significa, Leger?

El negó con la cabeza.

― Bien... se lo preguntaremos personalmente a la reina.

Y entonces empezó a sudar frío.

― Su majestad... La reina ha escapado.

― ¿Qué dices, Leger? ― me levanté, abrumado por sus palabras sintiendo la cólera subir a través de todo mi cuerpo.

― Y... han secuestrado a América. 

Sin (A Kiera Cass Novel FanFiction) #WWADonde viven las historias. Descúbrelo ahora