Capítulo Diez

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Bien dicen que las cosas buenas se hacen esperar.

Había pasado una semana desde la última vez que había visto a América, y también allí se había estancado mi pequeño proyecto. Si bien la enfermedad que tenía había mejorado considerablemente, mi padre no había esperado siquiera que pudiera levantarme sin problemas para mandar a todos los diplomáticos extranjeros a mi habitación a tomar charlas estúpidas sobre alianzas y tratados de guerra.

Ahora tenía la respuesta.

Esta guerra no era solamente en Illéa, sino también en algunos países vecinos, y otros aún más lejanos. Toda la monarquía se hallaba terriblemente amenazada.

El pueblo ya no quería a alguien que los guíe, ellos querían guiar a quien esté en la cabeza. Si mal no recuerdo, había leído algo parecido en algunos libros prohibidos de la biblioteca real. Esto era un nuevo pensamiento, y si florecía... podría tener consecuencias terribles para el mismo pueblo y ni que decir a los nobles.

A medida que pasaron los días los representantes y algunos príncipes forasteros habían ocupado las habitaciones del castillo—el cual seguía en condiciones desastrosas luego del ataque, pero aun así lograba ser acogedor—y al parecer no tenían intención de marcharse hasta conseguir una solución a nivel internacional.

Pero su idea no me agradaba en lo absoluto. Consistía en: sumir al pueblo en un terror absoluto; lograr ganar su sumisión respondiendo a sus ataques en una guerra civil en que lucharían todas las coronas juntas en complot.

SI bien o dudaba de los orígenes de aquella rebeldía del pueblo, ahora ya no me quedaba duda que las armas y todos los revolucionarios eran manipulados por grandes cabezas importantes.

Estas cabezas—casi con seguridad, podría decirse que—son francesas.

Ellos legalizaron sus armas, tienen la mejor educación y ya habían expulsado del poder al rey anterior.

Podían disfrazar sus caras con libertad y paz, pero muy en fondo ya había localizado su objetivo secreto.

Las minas de oro de cada región.

Illéa tiene una mina no muy lejos del palacio, que es justamente el lugar al que quieren llegar los franceses. Lo lograrían, llegarían a su maldito objetivo de no haber una corona que proteja con todas sus fuerzas la riqueza del reino.

Ambición.

Demonios, todo se reducía a aquello.

Así mismo como mi reino, todos los demás habían sido amenazados en puntos clave que demostraba el interés de los armados hacia las minas y las iglesias repletas de oro.

¿Por qué un pueblo que lucha por ser libre debería robar? SI bien era cierto que dentro del país ese dinero no les serviría para traer desde afuera las armas, las fronteras—hasta semanas atrás—había estado abierta para barcos extranjeros. Ellos probablemente comercializaban armas e intercambiaban pensamientos de aquella manera, y escondían cualquier evidencia en los registros.

Ellos se estaban llevando el maldito dinero.

Eso sumía en la pobreza a quienes invertían su capital en un arma sin productividad; por lo tanto, había sido el motivo de que la economía cayera precipitadamente en estos últimos años. Todos los rebeldes habían quedado en la ruina, mientras que los nobles y las familias pudientes habían quedado fuera del asunto; convirtiéndose en una carga, un maldito punto negro en el mapa de los rebeldes.

Las castas inferiores cada vez eran más numerosas, y las castas altas caían precitadamente en número. Cada vez más hambrunas y menos igualdad, cada vez más conspiración hacia la corona y los ricos.

Pero en realidad estaban siendo manipulados.

Estaba seguro de que no estaba en los planes de aquellos maquinadores dejar el país en manos del pueblo. Ellos querrían... conquistarnos.

¡Eso es!

Utilizaban a nuestro pueblo como mascara, para luego tumbarse en contra de ellos mismos y tomar la corona.

Francia quería prevalecer en el jodido mapa.

—Maldición, ¡Jodida mierda!

Y con esto mi pequeño plan de ser feliz con América pasaba a ser simplemente un sueño irreal.

Siempre habría algo más importante.

#

Un aroma suave a dulce vino se respiraba en la sala de gala del castillo. Las mujeres y los nobles bailaban al compás de un vals algo novedoso para mis oídos mientras que algunos diplomáticos más mayores decidieron tomar una copa de vino en sus respectivas mesas.

Por mi posición de anfitrión en el baile, tuve que tomarme la verdadera molestia de quedarme de pie a saludar a todo aquel que pasara a mi vista.

Este no era el momento de disfrutar o de beber, de reír y bailar, pero notaba en cada uno de los rostros angustia mal disfrazada. Tal vez ellos tan solo están buscando algo de calma luego de tanto revuelo en las últimas semanas.

No había príncipes ni reyes, puesto que no podían dejar sus reinos en momentos tan críticos, lo comprendo, pero se había tomado la ligera molestia de enviar a dos duques y tres marqueses por cada reino.

A penas se podría decir que existía la nobleza de dónde venían. Habían evacuado... ¿Será?

La idea me hizo reír.

―Ya no disfrutas de las fiestas, hijo mío―una voz algo ronca y demasiado conocida me tomó por sorpresa―Pero aun así ríes solo. Realmente me preocupas...―rio un poco antes de toser irremediablemente.

Sentí la mano arrugada de mi padre tomarme por el hombro antes de que me voltease a verlo. Sostenía una copa de vino y su típica sonrisa de bailes. Mi madre lo acompañaba, como siempre, hermosa y elegante, aunque seguía teniendo una venda que cubría la herida de bala de hace algunas semanas.

―Madre, Padre―saludé con una reverencia.

Mi padre solo sorbió un poco más de su vino antes mi saludo, pero mi madre me sonrió ampliamente.

―He estado preocupada, Maxon―amonestó―Pareciera que no vivimos en el mismo palacio, si no a miles de millas... Realmente echaba de menos tu presencia, hijo.

Sentí algo de tristeza en mi interior porque realmente no había ido a verla luego del incidente del palacio, sin embargo, ella si había ido a verme en cuento caí enfermo un par de veces.

Era un hecho que la reina Amberly no podía ser más que perfecta.

―Madr-

―Déjate de cursilerías, Amberly―me interrumpió mi padre, y muy impulsivamente me dirigió una mirada severa―Quien debería de usar esas palabras tuyas debería de ser Kriss, su esposa, a quien tiene aislada en un país vecino y ni siquiera le responde las cartas―gruñó

Kriss. Realmente no había pensado en ella.

¿Debería de sentirme mal?

―Ella está bien―respondí fríamente antes de llevarme mi copa de vino a la boca.

―De cualquier manera, no hay tiempo para muchachas ahora, Maxon. Tú me has dicho que no piensas tener un heredero, ¿No es así?

―No es que no piense en ello, padre, pero por el momento eso no está a discusión.

Mi madre se mostró algo ceñuda al escuchar mis palabras, abrió los labios para murmurar algo hacia mí, pero mi padre la interrumpió nuevamente.

―Bueno, pues dadas las circunstancias espero que no te moleste que haya echado a América Singer y a sus hermanos de este palacio.

Sin (A Kiera Cass Novel FanFiction) #WWADonde viven las historias. Descúbrelo ahora