CUATRO

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Dragóne

Cuando mi cuerpo se encuentra fuera de las vallas, tomo una gran respiración y cierro mis ojos disfrutando aquello. Soy libre.

Comienzo a caminar hacia la salida del estacionamiento para encontrarme con la calle, necesito disfrutar mi ciudad y mi libertad, los policías habían sugerido llevarme debido a la prensa, pero me negué, no quiero estar un segundo más en una patrulla. Mi ceño de pronto se frunce una vez que estoy en el estacionamiento y mi mandíbula se tensa al verle.

—¿Qué mierda haces tú aquí? —grito ya hecho una furia.

—Alguien debía recogerte, ¿no crees? —esboza una sonrisa.

Le miro y paso por su lado para seguir caminando, pero me detengo al escucharle hablar.

—No puedes huir por siempre, Paulo.

Y de verdad estoy haciendo un esfuerzo sobrehumano por no lanzarme y golpearlo hasta que se desangre.

—¿Huir? —arqueo mis cejas. —El cobarde aquí es otro, Peter. —no me he dado cuenta cuando he llegado tan cerca de su rostro, soltando palabras de puro veneno, y a punto de golpearle.

—No fue mi culpa y lo sabes. —masculla.

Y río, porque este cabrón lo único que me produce es gracia.

—¿Qué tal si regresas a tu vida perfecta y me dejas vivir la mía?

—Vine a disculparme y a ayudarte porqué a pesar de todo...

—No lo digas, guarda la saliva para alguien a quien le interese escucharte. —y empujándole con fuerza me doy la vuelta y sigo mi camino.

Lo primero que hago al haberme alejado de allí, es ir a una tienda y comprar una caja de cigarrillos con algún dinero guardado en el bolso, noto que la cajera se da cuenta de quién soy, porque estoy alrededor de todas las noticias como si ahora mismo fuese a asesinar a alguien, aunque no me molestaría hacerlo. Salgo de la tienda y enciendo uno de inmediato para seguir caminando.

Camino por un largo rato y luego decido por tomar el autobús, porque mi casa claramente queda en uno de los peores vecindarios de Richmond al cual nadie pasa por allí a excepción de todas las bandas, mafia, narcotraficantes y asesinos como yo. Pero es bueno tener esa clase de gente a mi alrededor, porque es muy común escuchar algún disparo en la noche y nadie se enterará de que he sido yo, ni siquiera los policías pueden controlarlo.

Esbozo una gran sonrisa al encontrarme con el vecindario, sin un alma afuera, como siempre silencioso. Y encendiendo el segundo cigarrillo del día, sigo caminando hasta encontrar mi casa que se encuentra escondida entre muchos árboles y detrás de otras casas grandes y presentables.

Al pasar por el parque deteriorado del vecindario visualizo a una de las bandas y no puedo evitar sonreír al verles fumar hierba. Me acerco a ellos y todos se quedan atónitos y sorprendidos al verme por unos segundos, pero luego Wes, el jefe se levanta y me da un apretón de manos.

—Dragóne. —sonríe. —Hacías falta por aquí.

—Esta vez estoy de vuelta y nada podrá colocarme detrás de esas rejas de nuevo.

Todos ríen y yo también me uno a su risa, aunque sé que por dentro me están detestando, porque saben que cuando yo estoy alrededor de aquí las cosas cambian y se hacen a mi manera.

—¿Tienen algo para mí? —con mi cabeza señalo los porros.

—Regalo de bienvenida. —Wes saca de su bolsillo una bolsa con cocaína y sonrío agradeciéndolo con un movimiento de cabeza.

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