Epílogo

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Hacia una tarde calurosa en el Reino de Treneville. En la plaza, se escuchaban las risas de los niños y la música.

Toda la gente convivía en paz y armonía.

Pero de repente... Las miradas pasaron a la joven que entraba como si nada.

-Es ella- murmuraban al verla.

Había cambiado. Tenía algo diferente que nadie lograba adivinar.

-¡La heroína a vuelto!- gritó un anciano con felicidad. Hacia 5 años que nadie sabía algo de ella.

La gente se le acercaba y le daba palmaditas en la espalda de forma cariñosa, acompañadas de frases alentadoras y de agradecimiento.

El rubio se abría paso entre la gente para poder mirarla con sus propios ojos.

-¡Vanea!- sonrío.

-¡Darío!- corrió hasta él. Se miraron por unos segundos, para luego abrazarse.

-No puedo crees que estés aquí, hermana- murmuró.

-He vuelto.

Se separaron y no dejaron de mirarse con una sonrisa.

-Las cosas han cambiado, Vanie. Ya nada es igual- aquello sonaba más a una advertencia.

-Me imagino que si- su amigo asintió.

Montados en Chisp, iban de camino al palacio.

El recorrido se le hizo a Vanea de lo más relajante. Extrañaba pasar tiempo con él.

Cuando llegaron, todos estaban sorprendidos. La mayoría creía que ella jamás regresaría y ahora, estaba frente a ellos.

-Srita. Francine- le saludó cordial el general.- Un gusto volver a verla.

-Lo mismo digo.

-Oh, Vanea. Has crecido tanto- agregó Heraldi, la cocinera.- Deberías de ir a ver a Javier, se pondrá feliz de verte.

Ella asintió y subió las escaleras con inquietud. No sabía lo que le esperaba detrás de aquella puerta.

Respiró hondo y exhaló varias veces.

Tocó con cuidado la puerta a pesar de que estaba entre abierta.

-Pase, por favor- aquella voz no la reconocía.

Entró con cautela cerrando la puerta detrás suyo.

-¡Vaneadeth!- exclamó el Rey al verla. Ella se acercó a él y lo abrazó.

-A mí también me alegra verlo, Rey Javier- le sonrió.

-Has cambiado mucho- la observo.- Bueno, te presento a mi Reina- la señaló.

-Un placer conocerla, majestad- hizo reverencia.

-No es necesario, Vanea. El placer es todo mío.

-También quiero presentarte a unas personitas muy importantes- ella asintió. Caminó detrás de él para conocer a alguien.

-Él es Francisco IV, mi heredero al trono- Vanea miró a Jvaier asombrada. El pequeño niño era muy lindo. Estaba en perfecta combinación del Rey y la Reina.

-Es precioso- sonrieron.

La Reina se acercó a una cuna y sacó a una bebita en brazos.

-Y ella es Vanea Serinna- la castaña no lo podía creer.

-Javier...

-¿Qué mejor nombre para mi hija que el de mi madre y el de una chica tan importante?- él sonrió.

Vanea se acercó a la bebé y jugueteó con ella.

-Gracias, por concederme este honor.

-He escuchado muchas historias sobre ti, así que me pareció fantástica la idea de nombrar a mi hija en tu honor- le dijo la Reina.

*****

Al parecer todo estaba en orden, y Vanea no entendía a lo que se refería Darío.

¿Qué había de nuevo?

Tal vez el nacimiento de los hijos del Rey y que ahora, por lo que le informaron, ya no había brujas en el Reino.

Ella pensaba en regresar a su travesía. Se la había pasado muy bien en estos últimos años; a pesar de haberse enfermado gravemente de una extraña epidemia.

A lo lejos escuchaba risas y... No podía creer lo que parecía estar escuchando.

Aquella risa inconfundible... Aquella voz... Aquel hombre.

Se acercó con cuidado, poniéndose detrás de un árbol.

Y lo vio.

Ahí estaba el que antes era un pobre chico. Ahora, era todo un hombre.

No estaba solo.

Reía y jugueteaba con una pelirroja.

Vanea no se atrevía a acercarse, y cuando estaba decidida a irse; pisó una rama, la cual ocasionó un crujido.

-¿Quién anda ahí?- Vanea no quería responder. Estaba anonada.

Iba a dar la vuelta por el lado opuesto, pero para su suerte, se topó de frente con el moreno.

-¿Vanea?- enmudeció. Creía estar alucinando.

-Si- su voz era aguda. Trataba de contener todos los sentimientos que se le cruzaron de volver a verlo.

-Volviste...- susurró.

-Tengo que irme- cuando trató de seguir caminando, un brazo la detuvo.

-¿Llevas mucho aquí?- negó con la cabeza.

-De verdad, Elloy. Me tengo que ir- murmuró.

-Te extrañé mucho- suspiró.

-No te fue tan difícil remplazarme- reprochó dolida.

-¿De qué hablas?- preguntó confundido. Se le quedó mirando para tratar de entenderla.- ¿Hablas de Dalia?

-Con que Dalia- murmuró.

-Es solo una amiga- dijo encogiéndose de hombros.- He esperado 5 años por ti, Vaneadeth Francine. Y pensaba esperar los que fuesen necesarios para volver a verte aún que fuera una sola vez más.

-Elloy...- se le habían acabado las palabras. Sentía un nudo en la garganta.

-Shh... Tranquila. Aquí estoy, ¿recuerdas?- asintió.- No podría remplazarte con ninguna mujer... Realmente no creo que existe alguna mejor que tú- sonrío.

-Te amo- susurró. No se atrevía a gritarlo, tenía miedo.

-También lo hago- se acercó a ella.

-Elloy...- Dalia interrumpió el momento.- Lo siento, tengo que irme, ya es tarde- el castaño asintió. Hablaría con ella después, ya que, no era más importante que Vanea.

-¿Me extrañaste?

-Muchísimo- la abrazó.- Más de lo que creí hacerlo.

-¿Y ahora que?

-No lo sé, ¿qué quieres hacer?- se miraron. Realmente no tenían idea que que, ahora que estaban juntos... ¿Que debían hacer?

-Quiero ser feliz a tu lado- sonrío.

-Así será- le robó un beso rápidamente.

Ahora... Como hace algunos años, corrieron para ver el atardecer a sus pies, a diferencia de que esta vez, estarían juntos.

Y pues "colorín, colorado" esta historia ha acabado.

¿O no?

Una heroína para el corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora