Capítulo 38

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Narra Vanea

Iba caminando tranquilamente por los pasillos hasta que escuché el sonido de una copa romperse.

-¿Rey Javier?- me miró.- Deje esa botella en paz y deje de beber, por favor- no quería que siguiera así.

-Mi vida se ha vuelto horrible desde que mi madre murió- suspiró tratando de pararse.- Y ahora, mi padre ya no está conmigo- me acerqué a él.

-Los problemas no se ahogan en el alcohol, su Alteza- me miró. Sus grises ojos me daban a entender lo dolido que estaba.

-¿Sabes algo, Vanea?- negué con la cabeza.- Te juro por mi padre, que acabaré con ellas- su puso de pie.- Es más, te ordeno que traigas ante mi a ese par brujas- asentí.

-Como ordene- salí del cuarto después de asegurarme que ya no tuviera más vino.

Corrí hasta las caballerizas para poder ir por Centella.

-Hola, Vanea ¿qué pasa?- preguntó Darío mientras cepillaba el crin de Chisp.

-Tengo que ir por Alerim e Ilhia- respondí sacando a mi compañera.

-Iremos contigo- agregó Elloy. Estaba montado en Tormento.

-De acuerdo- me rendí. No tenía ganas de discutir con ellos.

Me iban cuidando las espaldas por si acaso. Cosa que me daba cierto toque de seguridad.

Tenía un extraño presentimiento sobre todo esto y realmente no tenía una clara idea de lo que me estaba a punto de enfrentar.

-Ya casi llegamos ¿no?- voltee hacia Darío.

-Si. Solo que no sé si estén en casa- ironicé un poco.

Conforme nos acercábamos, un nudo se formaba en mis entrañas haciéndome estremecer.

-Aten a los caballos y asegúrense de no hacer tanto ruido- asintieron.

Una vez que me aseguré de que Centella estaba bien fija. Me acerqué con cautela a la puerta de la choza.

-Entra- sugirió Elloy.
Y así lo hicimos, pero, para nuestro infortunio Ilhia estaba ahí sentada con una enorme sonrisa.

-Bienvenidos sean, caballeros y heroína- me miró.

-Déjate de juegos- advertí.- Sabemos lo que le hiciste al Rey...- levantó su mano en señal de que me callara.

-¿Y? ¿Acaso vas a matarme?- soltó una carcajada.

-Yo no- sonreí.

-¿Sabes algo, Vanea?- se levantó de su silla.- Nada de lo que pasa es lo que crees.

-Siempre dicen eso- me encogí de hombros.- ¿Por qué lo hiciste?- la miré.

-Él no era el tipo de hombre que tú piensas, Vanea. Tal vez lo veías como un hombre que se hacía respetar y todas esas tonterías- miró a mis acompañantes.- Pero no era así- chasqueó los dedos y de la nada ya no estaba en su choza; si no en el bosque.

-¿Qué?- miré para todos lados.- ¡Elloy! ¡Darío!- grité. Pero mi voz no se escuchó.

Caminé entre los árboles tratando de ubicarme; fue ahí cuando a unos cuantos metros vi el Castillo.

Una heroína para el corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora