24. New York |

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Rosas rojas estaban empotradas frente a una casa a una calle del aeropuerto. Era el último hogar que a duras penas se mantenía en pie. Liz llevaba un sombrero colorido, por una única vez se había propuesto lucir un tanto normal. Por lo que llevaba pantalón, y un suéter de jean, una bufanda de lana porqué según dicen en New York siempre hacia frío. Para no morirse del aburrimiento había tomado un reproductor de música de mamá y un libro de la repisa que solía ser de papá. Era uno de poesía, Walt Whitman parece. Era el clásico poeta que el padre de Liz amaba y ella también.

Estuvo puntual cuando Mark y el-otro-chico-que-nunca-recordaba-su-nombre, abordaban el avión. Subiendo maletas, al parecer el sueño frustrado de Mark no se había cumplido. No había ninguna chica a los alrededores. Solo habían sido imaginaciones suyas que probablemente algún día (que no era ese) se cumplirían.

— LizzyWinnie—inquirió Mark en forma de saludo. Liz frunció las cejas divertida en la situación. Tendrían que viajar juntos en el mismo medio de transporte con el hecho de que Liz había rechazado a alguien que continuaba en el hospital después de siete meses. Y ese alguien era el mejor amigo de Mark. Sí, la incomodidad no era una opción y la tranquilidad se encontraba completamente lejana.

— Creí que habíamos quedado no hablar, ni siquiera al llegar al hospedarnos en el mismo hotel. –confirió Liz soltando un aire de desenfado, sin preocupación por nada.

— Suele suceder que rompo mis promesas, niñita. –expuso Mark. Ella rodó los ojos sin importarle quién la estuviera mirando.

Sujeto su maleta y la atrajo hacia sí con una de sus manos, hizo fuerza y la subió al compartimiento de maletas. Le guiñó un ojo al chico-sin-nombre que al parecer se había quedado picado por la particular forma de vestir de ella.

— Me importa un comino si piensas prometer cosas que no vas a cumplir mientras no me perjudiquen a mí y a los que amo. –defendió ella. El chico rubio sin nombre sonrió de lado ante la manera de hablar de Liz, el fondo siempre había anhelado conocer a alguien así.

Subieron al avión, Liz miró por la ventanilla. Aparto un lugar a su lado colocando su bolso de mano en aquel asiento blanco tan cómodo que le hacía creer que estaba en el cielo. Observó, contó el tiempo con insistencia mientras miraba su reloj, se acomodó una y otra vez el cabello detrás de la oreja. Cuando comenzó a sentirse nerviosa a flor de piel; sacó la pelota anti-nerviosismo color verdoso que estaba considerablemente aplastada por tanta fuerza que había hecho.

Sintió un escalofrío cuando alguien se detuvo frente a sus ojos. Con un mal gesto.

El chico estiró su mano para tomar la de ella, le sonrió evitando hacer una mueca más evidente de la anterior.

— Lamento mucho que está sea la manera de presentarnos—se encogió de hombros—Soy Dylan. Mark me ha mandado a decirte que el avión va a despegar y que al llegar a NY podrás dejarle un mensaje a tú amigo.

Liz miró una última vez por la ventana. Suspiró y asintió, no iba a dejar que los chicos de la banda se retrasaran a su llegada programada solamente por un incumplimiento de parte de su amigo.

Probablemente había creído que todo era una broma.

El chico rubio señaló el asiento al lado de Liz en cuanto el avión comenzó a avanzar aún en tierra. Liz sintió un leve mareo, aún así tentativamente quitó el bolso del asiento para que el rubio pudiera sentarse y abrocharse el cinturón. Se acomodó el cabello una simple vez, tomó aire y dijo.

— Ya he dicho mi nombre antes. –Liz alzó las cejas, aún con el mareo en mente—Y he oído a Mark decirte LizzyWinnie, así que o te llamas Liz o Winnet. O ambas, y como sea. Creo que ya no tengo temas de conversación.

Increíblemente SarcásticoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora