Capítulo 5- III

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-14 de agosto de 2013-

Llegó la tarde y yo estaba en el sótano del hotel. Allí había una sala de juegos con una mesa de billar, diana con dardos, una barra y algunas videoconsolas. Al lado se encontraba el gimnasio, y frente a éste una peluquería, donde yo me encontraba en ese momento junto a mi madre. Ella se echó un tinte para cubrir sus pocas y escondidas canas, mientras yo me corté un poco las puntas y dejé mi cabello con un corte recto. Seguía casi igual de largo, solo que un poco más saneado.

La peluquera me aplicaba millones de productos protectores para el pelo y mi cara se arrugaba cada vez que alguno de ellos caía en mi rostro. Giré un poco la cabeza para ver más allá del espejo que tenía delante, y mi vista se posó el gimnasio.

Mis ojos recorrían todo el salón de deporte, saltando de persona en persona e investigando todos los rincones, hasta que llegué a una zona donde me topé con dos figuras que resultaban ser familiares para mí. Enfoqué mejor mi vista y reconocí a Zane y Nick. Estaban en una máquina para hacer pesas. Mientras uno hacía el ejercicio otro miraba, luego se cambiaron de posición y el que antes miraba vagamente, ahora hacía el ejercicio. Tocaba el turno de observar para Zane, quien se cruzó de brazos y segundos después salió fuera del gimnasio a descansar en un banco del pasillo.

Las paredes de los salones eran de cristal, o de un plástico trasparente, no sabía exactamente de qué estaban hechas y sinceramente no me interesaba. Solo podía ver a través de ellas y me resultaba divertido. Zane parecía cansado, llevaba unos pantalones de deporte que le llegaban por la rodilla, acompañado de una camiseta blanca ceñida al cuerpo. Miraba al suelo, con el rostro serio, luego levantó la vista y su mirada se cruzó con la mía.

Quedé un poco paralizada sin saber qué hacer, hasta que la peluquera me dio un tirón de pelo y reaccioné. Me envió una sonrisa a través del cristal que nos separaba, yo agité la mano en modo de saludo; sin embargo, este se levantó y anduvo por el pasillo hasta que salió de mi campo de visión, dejándome otra vez como una tonta embobada.

Al salir del establecimiento, supuse que mi madre habría ido a su habitación. Yo en cambio opté por tomar algún refresco en la barra de la sala de juegos.

Embaucada en mis pensamientos e intentando adivinar la respuesta a una pregunta que hicieron en un programa de televisión que se reproducía en la televisión colgante del salón, unas manos vinieron desde detrás de mí y taparon mis ojos. Intenté librarme de esas grandes pero suaves zarpas de oso... he exagerado; intenté librarme de esas manos que por el tacto parecían masculinas, pero no pude.

-¿Quién soy?- dijo el anónimo intentando cambiar su voz por otra chillona.

-No lo sé.- contesté. Una risita sonó tras de mí y aquel anónimo de manos grandes me soltó. Volví para verlo y abrí los ojos como platos. ¿Ahora este chico me gasta bromas después de besarme y no hablarme?

Efectivamente, señoras y señores, el anónimo de zarpas grandes y suaves de mi espalda con voz chillona era Zane Miller. Quién me miraba divertido y sonriente.

-Hola.- dijo mientras movía su mano repetidamente delante de mi frente. Sacudí la cabeza y reaccioné.

-Oh, hola Zane.

-¿Qué haces?- se sentó en el taburete alto de mi lado.

-Disfrutar de mi último día aquí.- me limité a sonreír.

-¿Es enserio? ¿Te vas mañana?

-Síp.- y mi vista volvió a mi vaso de refresco.- ¿Quieres algo?

-Coca-Cola, gracias. Pero pago yo.

-Lo siento pero no. Yo invito, es solo un refresco.

-No vas a pagar mi bebida.- se cruzó de brazos en la barra.

-Oh, vamos, son sólo dos libras... no voy a morir por eso.

Seguimos hablando durante cierto tiempo. Me invitó a que bajase esa noche a la discoteca del sótano, era pequeña pero estaba bien. Accedí, al igual que también accedí a que él pagase mi bebida después de cinco minutos discutiendo por ello.

Llegó la noche junto con mi hermano, quién entró en la habitación y se tiró a la cama como si esta se tratase de una gacela herida y mi hermano de un león. Reí al pensar eso... Manuel realmente tiene cierto parecido al Rey de la selva.

-Estoy muerto.- dijo mientras sacaba la lengua. No le contesté y giró sobre si mismo en la cama para mirar el baño.- ¿Por qué te maquillas tanto?

-Voy a la discoteca del hotel.- le respondí centrada en mi rímel.

-¡Wow! ¿Con tu novio?

-Sí.- inconscientemente afirmé, pero al darme cuenta grité nerviosa y lo negué mientras mi hermano me miraba aguantando una risita.- ¡No! O sea... sí voy con él y con más gente, y no porque no es mi novio.

Mi hermano tenía una sonrisa perversa en el rostro, le gruñí y seguí maquillándome.

-¿Quieres venir?- le miré de reojo.

-Lo siento estoy demasiado cansado.- se excusó.

-¡No seas flojo! Vístete y ven, o al menos ven a recogerme más tarde.

-De acuerdo señorita, pero ahora voy a dormir.- rodé los ojos y seguí pintándome los labios.- Cierra la puerta al salir.

-Sí.- alargué el "sí" para hacer notar mi molestia porque él no iba a estar conmigo aquella noche, por el contrario él se limitó a soltar una breve carcajada.

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