Capítulo 10- II

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-2 semanas después- (30 de enero)

Llega un momento en el que te das cuenta que estás sola, en un mundo muerto y abierto a más desgracias.

Te sientes sucia, como si un virus bailara dentro de ti semejante a una mariposilla que revolotea el aire fresco en primavera. Es entonces, cuando todo lo que ven tus ojos se resume en un sentimiento de impotencia, el mundo oscuro a tu lado lleno de voces –más bien gruñidos– de animales inertes con vida.

Ilógico, lo inerte no tiene vida. Estos zombies, estas criaturas, no la tienen. No tienen una vida como cualquier persona -persona que eran antes de ese cambio-, sin embargo, lo más sospechoso, lo más asombroso e increíble es que esas cosas sin vida lógica, vivían.

No hablan, gruñen. No comen, devoran. No duermen, acechan. No caminan, arrastran sus pobres extremidades por el frío suelo. No observan su alrededor, sino que sus ojos se mueven en sus cuencas sin objetivo alguno. Y a pesar de todo esto, ellos viven.

Había pasado dos semanas estudiando esas preciadas y horrendas criaturas que se habían convertido en plato principal del menú que se había vuelto mi vida. Dos semanas más desde que llegamos a Londres, refugiados en la enorme casa de Zane y Ashley. Ella... no se sabía nada de la prometida de Zane. Él a veces pasaba horas en el balcón de su habitación con la esperanza puesta en que su amada rubia volviera sana y salva; sin embargo, esos razonamientos eran fruto de mi subconsciente. Yo en cambio sólo deseaba que estuviese viva y bien refugiada, pero que no volviese.

¿Egoísta yo? -No.

El egoísmo se había perdido en este mundo lleno de injusticia. Mi amigo murió en Estados Unidos, siendo culpable de nada. Fue una gran injusticia y ya nada tenía sentido. ¿Acaso iba a pensar yo alguna excusa para no ser egoísta o injusta? No me estaba volviendo mala persona, sino que estaba llena de odio dentro de mí. Y no el odio que se siente hacia alguna persona, simplemente era odio a la situación que estaba viviendo. No había sitio para el egoísmo ni para la culpabilidad en mis entrañas.

Dos semanas observando la casa; sus habitantes, sus acciones, sus manías, sus costumbres... sabía mucho más de mis amigos y de los tres chicos que años atrás se habían convertido en un sueño inalcanzable, y ahora estaban a mi lado cada día. Ironías de la vida, pero qué más da si la vida ahora, en esos momentos, era toda una ironía. Y con todo lo que yo creía saber, encontré una Hannah perdida que en realidad no sabía nada.

Silencio... pido silencio en este minuto de gloria en el que me encuentro sola en casa con Momo y Sasha.

Recuerdos de ese día vuelven a mí como el típico boomerang que es lanzado y regresa al punto inicial debido a su perfil y la forma en la que se dispara.

Las tres juntas sentadas en el tejado de la casa. Movíamos los pies en el aire y observábamos las nubes y el paisaje –triste y desolado paisaje- que poco a poco iba cobrando el color anaranjado del atardecer para volverse después a un color azul negruzco que bañaba el bosque, la carretera y alrededores de la gran casa que ahora estaba a nuestra posesión, a manos de las tres chicas inocentes que todas las tardes se sentaban en el tejado para esperar sin nada mejor que hacer a que volvieran los chicos de sus arriesgadas "aventuras".

-¿Cuándo crees que volverán?- preguntó Sasha expulsando el humo de un cigarrillo que se había llevado a la boca.

-Pronto, no te preocupes.- contesté.

-¿Crees que algún día les pasará algo?

-No lo creo.- sonreí intento tranquilizar aquella pregunta que se repetía cada día en mi cabeza-

-Puede que ya les haya pasado.- musitó Momo, quien se encontraba tumbada en las tejas entre Sasha y yo con las manos a cada lado de su cabeza. La miré horrorizada por lo que acababa de decir. Ella se colocó bien para quedar sentada entre nosotras.- Se fueron esta mañana sobre las... ¿doce del mediodía quizás? Mira el cielo Hannah, está anocheciendo.

Efectivamente, esa manta anaranjada había perdido su bello y caluroso color, volviéndose por momentos a un tono morado. Miré a mi amiga sentada en el otro extremo, la cual se encontraba observando sus pies con tristeza, mientras los mecía en el frío aire del invierno de Londres.

-Sash...- la llamé.

-Dime.

-¿Qué te preocupa?

-Nada... no es nada, tranquila.

-Nos lo puedes contar.- Momo colocó una mano en su espalda.

-Bueno... vosotras sois fans de los chicos ¿verdad?

-Sí, ¿qué pasa?

-Pues... cuando pierdes a tu familia, y te encuentras con un grupo de personas que te acogen, te entra miedo a que les ocurra algo. Y supongo que ese miedo aumenta cuando son tus ídolos lo único que te queda de felicidad, de pasado, y saber que pueden irse en cualquier momento... es duro y extraño a la vez. Es una casualidad muy grande, ¿no?- soltó una risita que desapareció al momento.- también sería una casualidad estar hablando de esto ahora mismo y que, como dice Momo, les esté pasando algo...

-No digas eso.- susurré, perdida en mis pensamientos y reflexiones acerca de lo que había dicho ella. Tenía toda la razón.

Caímos en un silencio acogedor mientras el cielo oscurecía más rápido, pero todavía nos aportaba esos últimos rayos de sol. Minutos después, empezamos a oír pasos cerca, y seguidos de esto, un motor de coche que se oía cada vez más cerca. Las tres nos pusimos de pie en el tejado y vimos como el coche de los chicos paraba frente a la casa, y detrás de ellos, una gran horda de zombies.

Zane, Alex y Harry bajaron del automóvil y empezaron a gritarle a Nick y Ed algo. Seguidamente, estos dos entraron dentro de la casa mientras que los otros, con palos y cuchillos, mataban a una gran cantidad de caminantes.

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