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Narra Fede

Me extraña que en medio de una clase me suene el teléfono, siempre procuro que lo haga en los descansos. Lo saco del bolsillo de mis pantalones de chándal y observo, es un número privado, dudo unos segundos en responder.

- ¿Si? - Respondo al fin en tono seco y molesto tras haber interrumpido mi clase.

- ¿Federico Martín? - Pregunta una voz de mujer, seria.

- Si, soy yo - Rápidamente me aparto el teléfono de la oreja para volver a mirar la pantalla, no, claro que no reconozco el número, pero entonces, ¿por qué se dirigen directamente a mí?

- Le llamamos del hospital, es por Míriam Camacho, tenía su número como móvil de contacto de emergencia. Han tenido un accidente de tráfico. - Dice de memoria, arrastrando las palabras como si las estuviera leyendo, sin una pizca de lástima al anunciar algo como eso. Me quedo paralizado y solo puedo reconocer algunas de las palabras que ha dicho; Míriam, hospital, emergencia...

- ¿En qué hospital? ¿Qué ha pasado? - Pregunto atropelladamente mientras recojo mi chaqueta y las llaves de la moto para ir hacia allí enseguida.

Me da las indicaciones que intento captar, pero me siento como si no fuera yo mismo. Como si algo me arrastrara a seguir sin saber cómo, mis piernas caminan veloces y soy capaz de introducir las llaves y arrancar, acelerando con el puño apretado sobre el mango sin parar, para llegar cuanto antes. Mi cabeza no sabe qué pensar, solo sabe que mi pequeña ha tenido un accidente con el coche, seguramente al volver de la universidad. No, no puede ser, esto no puede estar pasando, ¿estás cosas no ocurrían simplemente en las películas?

Que esté bien, por favor. Que no le haya pasado nada.

Mantengo la mandíbula apretada mientras el frío me golpea la cara, pero me da igual, tengo que llegar cuanto antes. Por fin veo aparecer el alto edificio blanco, siguiendo la dirección que la mujer me ha indicado hace unos minutos por teléfono, debe ser ese hospital, no hay otro por la misma zona, ni siquiera cerca.

Me bajo de un salto, no me aseguro de que la moto esté bien aparcada, ni si he frenado completamente, entro por la puerta principal corrediza, dirigiéndome a recepción, donde me mandan a la cuarta planta.

Mi pequeña, no puede haberte pasado nada malo, ¿verdad? Tú y yo vamos a estar siempre juntos, nada puede separarnos.

Sacudo la cabeza para alejar los pensamientos pesimistas que me vienen a ella. Subo por las escaleras cuando el ascensor tarda más de diez segundos en venir, de tres en tres escalones, consigo llegar en apenas unos minutos al cuarto piso. Busco el número de habitación con el corazón saliendose de mi pecho, aunque también lo ignoro. La puerta está entornada, ¿eso es buena o mala señal? Pongo una mano sobre la madera y empujo sin fuerza, haciendo que se abra muy poco, lo suficiente para poder entrar.

Ahí esta, ¿dormida? Espero que sea eso, y no que esté inconsciente. Tiene varios cables, uno saliendo de su brazo, otro de su nariz, un par de máquinas regulan su corazón, pero noto su pecho subir y bajar y el alivio me recorre de arriba a abajo, respira por sí misma. Arrastro una silla hasta un extremo de su cama y agarro su mano, cobijándola entre las dos mías y llevándomela a la boca para besar sus nudillos.
La observo detenidamente, no tiene rasguños, ni golpes... al menos a simple vista, ¿qué demonios ha pasado? Busco respuestas mirando por encima de mi hombro, a la puerta por la que acabo de pasar, pero ningún médico entra a decirme nada.

- ¿Fede? - Un susurro casi inaudible sale de su garganta, haciendo que mis ojos ansiosos vuelvan a ella. Se remueve en la cama con pequeñas muecas de dolor y por fin sus dos grandes ojos me miran.

Te sigo queriendo. ( Segunda parte Te quiero sin querer, profesor.)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora