Abro los ojos. Observo el infinito bosque extenderse ante mí. Me encuentro sobre una pequeña colina, los árboles teñidos de colores otoñales y el suelo cubierto de una fina capa de hojas secas. Entonces oigo un gruñido claramente animal detrás de mí. Giro lentamente y un grito de sorpresa se queda atascado en mi garganta. Cinco lobos gruñen y me enseñan sus enormes colmillos cubiertos de una capa de sangre seca. El terror se apodera de mí y antes de darme cuenta, me veo corriendo tan rápido como mis piernas me lo permiten. Busco un lugar para esconderme, algún arma con que enfrentarlos, pero ellos son más veloces y ágiles que yo. Intento desesperadamente gritar por ayuda, pero el cansancio me ha robado la voz. Las lágrimas nublan mi visión, tropiezo y caigo de bruces contra el duro suelo. Giro sobre mi espalda y observo impotente cómo las criaturas se acercan cada vez más. Me inunda la desesperación cuando siento el sabor de la sangre en mi boca. Cierro los ojos fuertemente, preparándome para lo que viene, pero nada ocurre. Cuando vuelvo a abrirlos me encuentro observando el techo rayado de mi habitación. Y entonces vuelvo a mi horrenda realidad: Hora de ir a la escuela. ¿Dónde están los lobos cuando los necesito?
Me levanté de mala gana y me froté la cara en un intento inútil por despertar. Me encerré en el baño como todas las mañanas a tratar de averiguar cómo arreglar mi rostro. Cepillé mi cabello con la esperanza de verme un poco más presentable, sin éxito. Lavé mi cara con agua fría y cepillé mis dientes. Con los años había aprendido a odiar los espejos. Detestaba ver ese cabello ondulado y castaño, esas facciones infantiles y esos ojos a medio camino entre el dorado y el verde. Detestaba mirarme. Sin embargo mi peor enemigo era la escuela. La gente solía decir que son los mejores años de la vida y hay que aprovecharlos al máximo, yo sólo quería que terminaran ya. Aunque honestamente, no tenía ni la menor idea de lo que iba a hacer al graduarme. Todo lo que quería era largarme muy lejos de aquí, empezar de nuevo, en un mejor lugar. Vivía sola en mi casa desde que mi padre murió, cuando yo tenía 13 años. Está bien, no podría decir con certeza que murió, solo partió "de viaje" hace cuatro años y aún no regresa. Jamás conocí a mi madre, ella desapareció tres meses después de mi nacimiento y no recuerdo nada de ella. Todos creen que vivo con mi abuela, aunque en realidad jamás la he visto en mi vida. Nadie nunca se enteró de ese detalle porque mi padre se encargó de que así fuera. Él decía que era importante que la gente creyera que vivíamos con su madre, yo no tenía idea de la razón y en ese momento tampoco me importaba. Lo mejor que podía hacer entonces era seguir sus instrucciones y mantener viva la farsa de mi abuela. La gente por aquí no era muy entrometida en lo que a mí respectaba, así que eso me venía bastante bien a la hora de guardar secretos. Nadie nunca preguntaba por mí o mi abuela, no sospechaban nada. Después de todo, ¿quién hubiese imaginado que la pequeña huérfana Julie Collins mentía hablando de una abuela que no existe?
Salí del baño y me vestí rápidamente. Bebí un vaso de agua como desayuno, tomé mi bolso y emprendí mi camino al infierno.
Al llegar al salón, tomé asiento en el primer escritorio libre que encontré, saqué los libros que necesitaría para la clase -gracias a Dios en esta escuela entregaban los materiales cada año sin necesidad de pagar nada, o no podría comprarlos- y comencé a mirar distraída a los demás estudiantes mientras esperaba la llegada de la profesora. Entonces vi a una chica vestida de negro de pies a cabeza con una mala tintura en el cabello sentada en una mesa besando a un chico, vestido también de negro, como si uno de los dos fuera a morir en un minuto. No pude evitar pensar, "por favor, que llegue la profesora antes de que empiecen a desnudarse aquí mismo."
Cuando finalmente se separaron solté un suspiro de alivio. Mientras rogaba que no lo hubiesen notado, esperaba a que llegara mi mejor amiga. Y con "mejor amiga" me refería a la chica que siempre se sentaba a mi lado, aunque nunca me había dicho su nombre. Bueno, para ser exactos, nunca me había dicho absolutamente nada. Simplemente se pasaba todo el día mirando atentamente la clase sin abrir la boca. Al principio resultó un tanto extraño, pero con el tiempo ya me había acostumbrado a su eterno silencio. Al no saber su nombre la había llamado Annie, como una muñeca que tuve a los ocho años, sólo para poder llamarla de algún modo. A ella no parecía molestarle que le haya inventado un nombre. Annie conocía cada uno de mis secretos. Sé que suena raro el que le cuente toda mi vida a una persona de la que no sé nada en absoluto, pero siempre había habido algo en ella que me hacía sentir que era la persona más confiable del universo.
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Lend
FantasyJulie Collins lleva meses teniendo la misma pesadilla: es perseguida cada noche por lobos. Pero ellos no son solo lobos. Ni esas son solo pesadillas. Ni ella es solo Julie Collins. Las apariencias engañan, y esta vez dejarte engañar... podría costa...