-Jules, escúchame -dijo el hombre frente a la pequeña. Estaba de rodillas, sus ojos a pocos centímetros de los de ella y sus manos acunando su delicado rostro mientras limpiaba lágrimas silenciosas de sus mejillas. Su mirada ligeramente borrosa por el llanto se trasladó a la maleta azul de plástico tras él y sus ojos de humedecieron una vez más sin que ella pudiera evitarlo. Él posicionó su cara nuevamente delante de la suya, buscando su mirada-. Debo hacer esto, ¿sí? -su tono rebosaba preocupación y la chica casi pudo percibir un ligero quiebre en su voz. Tomó aire repetidamente antes de contestar.
-Ni siquiera me has dicho adónde vas -logró balbucear.
-No puedo hacerlo, Jules. Debes entenderme -los vidriosos ojos del hombre parecían suplicarle compasión a la niña de catorce años de la que se estaba despidiendo.
-¿Sabes qué es lo que estoy entendiendo? -comenzó ella, intentando darle un matiz duro a su voz mientras apretaba a más no poder sus puños-. Me estás abandonando, papá. Eso es lo único que entiendo- una cascada salada bajaba a través de sus sonrojadas mejillas y algo muy dentro del hombre se quebró.
-No es así, cariño. No es así -respondió él con desesperación al tiempo que sacudía su cabeza de un lado al otro.
-Entonces explícame -exigió ella, casi a gritos y con la cara hinchada y deformada-. Explícame, porque juro que no entiendo por qué quieres irte y dejarme aquí sola.
-Primero -comenzó el hombre, depositando sus manos sobre los hombros de la muchacha y dejándolas ahí-. Si hay algo que en serio no quiero hacer, es dejarte sola, Jules. Pero esto es algo que va más allá de lo que yo quiera o no, ¿está bien? -la pequeña asintió, algo más calmada y con intensiones de escuchar a su padre. Con su mano derecha se limpió las lágrimas y se frotó fuertemente los ojos-. Ahora escucha, si te dijera por qué me marcho y adónde voy, correrías grave peligro -bajó la vista al suelo- y ese es un riesgo que no estoy dispuesto a tomar, ¿entiendes? -no esperó respuesta para proseguir-. Todo lo que puedo decirte por ahora es que te amo, Julie. Te amo como jamás he amado a nadie más y es por eso que debo hacer esto. En serio quiero que me perdones.
-¿Perdonarte por qué? -cuestionó ella. Él no quería responder a esa pregunta, quería alejar de su mente la posibilidad de no volver a ver a su hija. De no volver a mirar sus ojos de ese color capaz de cambiar el mundo y de no volver a tocar su cabello y abrazarla hasta que a ambos les doliera el cuerpo.
-Perdóname si no logro volver -escupió finalmente. Antes de que la chica pudiera procesar las palabras en su mente, se vio envuelta en un abrazo. Este no era cálido y relajado como los que su padre y ella solían compartir, este era un abrazo desesperado, cargado de nostalgia y un dolor casi tangible. Ninguno de los dos quería separarse del otro bajo ninguna circunstancia. Pero así debía ser -. Recuerda lo de tu abue... -su última orden se vio interrumpida por la pequeña.
-Mantener la farsa de la abuela a toda costa si no quiero acabar en un orfanato, lo entiendo -dijo ella y Vicent no pudo evitar sonreír con infinita ternura.
-Exacto, me alegra que lo tengas claro -dijo entonces. La niña no pudo soportarlo más y dijo lo que con tanto dolor se había estado guardando para sí.
-Papá, no creo poder vivir con ello -no se atrevió a mirar a los ojos del hombre mientras hablaba-. No podré hacerme cargo de estudiar, mantener todo en orden y comer. ¿Cómo rayos voy a comer? -esta vez sí levantó la vista y Vicent pudo ver cómo los ojos de la chica se aguaban.
-Escucha, hija. Ya hablamos de esto -la miró en un intento de hacerla tranquilizarse y ella sólo le sostuvo la mirada-. Lo lograrás, estoy seguro -afirmó.
-¿Por qué tanto? -dudó ella, ladeando la cabeza.
-Pues te he enseñado cómo hacer la mitad del trabajo -susurró con algo parecido a una voz cómplice.
-¿Qué hay de la otra mitad? -sorbió su nariz. Su progenitor sólo sonrió y acercó los labios a su oído.
-Ahí es donde entra tu espíritu guerrero -aseguró. La niña rodó los ojos.
-No existe tal cosa, papá.
-No todavía -le corrigió.
Los acontecimientos siguientes ocurrieron demasiado rápidamente como para que la pequeña Julie pudiese detenerlos.
Vicent abrazó a su hija dejando toda su esencia en aquel abrazo, besó su frente y mantuvo sus labios ahí más del tiempo habitual. Se levantó, tomó su ridícula maleta y abrió la puerta principal de la vivienda. Un chorro de luz cegó a Julie por un instante, obligándola a cerrar los ojos. Cuando volvió a abrirlos, se encontró con la imagen de su padre guiñándole un ojo antes de decir la frase que la marcaría de por vida.
-Sólo en caso de que te encuentren... -su mirada se posó en un punto indefinido en el jardín delantero de la casa-. Las apariencias engañan, Jules.
Dicho esto, la enorme puerta se cerró en la cara de la pequeña y ella no la abrió. Tal vez por vergüenza, confusión o simplemente cobardía. Ella simplemente dejó a su padre marchar, sin saber por qué o adónde.
Porque ella confiaba en él.
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Lend
FantasiJulie Collins lleva meses teniendo la misma pesadilla: es perseguida cada noche por lobos. Pero ellos no son solo lobos. Ni esas son solo pesadillas. Ni ella es solo Julie Collins. Las apariencias engañan, y esta vez dejarte engañar... podría costa...