—¿Qué hacen aquí? —preguntó el hombre luego de unos segundos de silencio, luciendo repentinamente extrañado. Casi oí el sonido de Sam rodando los ojos.
—Te dije que vendríamos —respondió en forma de regaño.
—¿Lo hiciste? —cuestionó el viejo tras la puerta. Mi compañero asintió con la cabeza y Roberts frunció el ceño y la nariz—. ¿Estás seguro?
—Bastante, sí —suspiró el pelinegro—. Y, de hecho...—asomó su cabeza más allá de la puerta para examinar el interior de la taquilla, y como castigo por su entrometimiento Roberts le dio un portazo en la nariz. Si Sam sintió dolor, no lo demostró—, también te dije que tuvieras este chiquero decente para cuando volviera —le recriminó al viejo.
—¿Y yo te respondí que lo haría? —cuestionó el hombre entrecano.
—No fue una pregunta —respondió mi amigo, sonriendo cínicamente. Y así, sin previo aviso, pateó la puerta hasta que esta se abrió en su totalidad y dejó a la vista...
La jungla.
Al otro lado de esa puerta estaban ocurriendo simultáneamente un sin fin de situaciones desagradables e imposibles según los principios de la ciencia en general.
Situación desagradable e imposible según los principios de la ciencia en general número uno: Una taza de café derramando su contenido encima del teclado de una computadora portátil que cada tantos segundos hacía cortocircuito, echando chispas blancas al aire.
Situación desagradable e imposible según los principios de la ciencia en general número dos: Un trozo de pizza rancia —supe que lo estaba porque alcanzaba a olerla a cinco metros de distancia— en el suelo con una enorme huella negra encima.
Situación desagradable e imposible según los principios de la ciencia en general número tres: Un plato de cereal mágicamente equilibrado sobre uno de los apoyabrazos del sofá, que contenía dentro un líquido amarillento nada parecido a la leche.
Situación desagradable e imposible según los principios de la ciencia en general número cuatro: Un inmenso calzoncillo blanco en el que yo hubiese cabido tres veces, colgando de las antenas del televisor, y a punto de caer dentro del plato de cereal anteriormente mencionado.
Y la última situación que mencionaré —omitiendo muchas otras que no quiero ni recordar—, fue el hecho de que un bellísimo Golden Retriever yacía de lo más tranquilo sobre la cama de Roberts. Sin embargo, nuestra presencia —o mis ojos fijos sobre él— pareció alertarlo. Se levantó y corrió hacia nosotros con la lengua fuera, una calceta roja en la oreja derecha y una verde en la izquierda. Yo frncí el ceño ante la imagen del animal con orejas graciosamente coloridas y volteé hacia Sam, que tenía cara de querer acabar con su vida en ese mismo instante. Esto último me hizo sonreír. Pobre muchacho, parecía más espantado que yo. El dueño del perro se acercó al animal y le rascó cariñosamente detrás de la oreja derecha, haciendo caer la media roja.
—¿No te parece una injusticia que en ninguna tienda de mascotas vendan gorros para perro que cubran las orejas? La pobre Molly muere de frío con este clima —habló el viejo. Oí a Sam suspirar y un segundo después lo vi desordenando su ya de por sí desastroso cabello con sus manos. Yo solo atiné a preguntar:
—¿Molly? —el viejo me miró de repente, como si se hubiera olvidado de mi existencia.
—Oh, claro —dijo al fin—. Presentaciones. Niña, esta es Molly —apuntó al perro con una sonrisa—. Molly, esta es niña.

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Lend
FantastikJulie Collins lleva meses teniendo la misma pesadilla: es perseguida cada noche por lobos. Pero ellos no son solo lobos. Ni esas son solo pesadillas. Ni ella es solo Julie Collins. Las apariencias engañan, y esta vez dejarte engañar... podría costa...