Prólogo

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Prólogo

—Setenta días más, bebé. Setenta días más. —repetía Kate, mi mejor amiga, al teléfono. — setenta días más y podrás volver a casa. ¿Tan malo es allí?

—Horrible, no hay NADA. Esto parece un ancianato, hasta huele a viejo. —dije con repulsión.

—No seas tan mala, tenías años sin ver a tus abuelos. Trata de disfrutar estos días que te quedan, no son más que dos meses y algo, encuentra algo que hacer. —respondió.

—A veces pareces más mi mamá que mi mejor amiga. —mi voz estaba teñida con cansancio.

—Ve y mándale un saludo a tu abuela de mi parte, perra.

—Te odio. —una risa se me escapó de los labios.

—Adiós, perra. Yo también te amo.

—Adiós, perra. —dicho esto, colgué.

Mi madre insistió en que pasara mis vacaciones con los abuelos, ya han pasado dos días de que llegué a New Jersey, se podría decir que es un lugar hermoso y con muchas atracciones, además queda cerca de New York por lo cual no debería estar así de aburrida. Pues dile eso a Gabriela, mi abuela. Me tiene de rehén aquí, estamos a una hora y media del centro de la ciudad y no me deja salir a menos de que ella salga conmigo, frustrando todo plan de ir a alguna discoteca y emborracharme para pasar estos desastrosos dos meses. No me malinterpreten, amo a mis abuelos pero... mi abuela es un caso serio. No sé si es que el aislamiento le ha afectado o si siempre ha sido así. En fin, creo que mi mamá me trajo para castigarme o algo así, ya que la abuela no tiene televisión, ni Internet, y lo peor de todo, ¡NI SIQUIERA SEÑAL LE LLEGA A MI TELÉFONO! Bueno, si le llega pero ¿Como quieren que sobreviva con dos rayitas? Solo falta que le pongan las restricciones a la propiedad, ¡Oh, espera! Las tiene, ¿Quién me lleva a la horca? He visto el mundo exterior solo dos veces en estos tres días, y ni un solo chico guapo pude divisar... un chico... ¡LA RESPUESTA A MIS PLEGARIAS! Eso es, debo buscar un chico pero... ¿Cuándo?

Me dirijo corriendo hacia la cocina, mi abuela siempre está allí así que no debería ser difícil encontrarla.

—Abuela, ¿Puedo salir esta tarde a correr? Ya sabes, para hacer algo de ejercicio. Sigo una rutina muy estricta en casa. —Mentira, ni siquiera corro aunque mi vida dependa de ello. Empiezo a sentir nervios cuando mi abuela me mira detenidamente, debe saber que estoy mintiendo, cruzo los dedos para que funcione.

—Claro, sólo no me hagas ir a buscarte. A las siete te quiero aquí. —¡SI! EURECA. Doy saltos silenciosos a lo que me da la espalda, simbolizando mi victoria.

Al ver el reloj me doy cuenta de que faltan cinco horas para las siete, así que mejor me meto a bañar... ¡IRÉ DE CASERÍA Y NADIE ME DETENDRÁ! Ouch, ligero detalle, como ya dije antes... UNA HORA Y MEDIA... EN AUTO. OH DIOS SANTO, MORIRÉ EN EL INTENTO. Bueno si troto tal vez llegue a las cinco... si salgo ahora...

Olvidándome de los pequeños detalles, me dirigí a mi baño y me di una lenta y muy placentera ducha –al menos hay agua caliente-. Treinta minutos después, me encontraba escogiendo mi atuendo, a los quince minutos vi un hermoso vestido azul marino un poco por encima de la rodilla, el vestido ideal para desarrollar mi plan maestro, aunque no tanto para trotar hasta la ciudad. Me vi en mi peinadora, mi cabello largo, castaño oscuro (rojo algunas veces, dependiendo de la luz) con las puntas ligeramente más claras a causa del sol infernal que hace en California –maldito sean los rayos ultravioletas que quemaron mi cabello- estaba ondulado, un poco pero me gusta, mi contextura de piel es fina por lo cual siempre he sido muy delgada, herede de mi madre sus lunares, tengo cientos, tal vez un millón de ellos. No tengo muchos pechos, pero estoy bien con ellos, y tampoco mi cintura es la más diminuta, pero me sienta bien. No soy presumida, pero sin duda soy guapa.

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