Capítulo 5: Ángel Dormido.

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Escuché sonar el timbre y supe inmediatamente que se trataba de Freddie, corrí a la puerta dejando un ponquecillo a media decoración.

 —¡FREDDIE! —grité, dándole un abrazo y un beso en la mejilla. Él llevaba una hermosa sonrisa en su rostro, una camisa fina y una chaqueta de Oxford junto con un pantalón de mezclilla.

—Hola, señorita medieval.—dijo al notar mi corset. ¡Ja! Les dije que esto no estaría bien.

—Oh, cállate. Me mandaron a usar corsets por una semana así que si te vuelvo a ver, tendrás que salir con una ‘señorita medieval’.

—Te ves linda con los corsets, si sabes a lo que me refiero. —me guiño. Oh, claro que sé a que se refiere.

Lo dirigí hasta la cocina en donde saludo a mi abuela y me sentí muy feliz de que no hubiera un aire tenso como la mayoría de las veces que le presentaba un chico a alguien de mi familia.

Debe ser porque no se lo presentaste, ella ya lo conocía idiota. —me recordó mi memoria de una manera muy odiosa digna de mi subconsciente.

—Bueno, ¿en que las ayudo, señoritas? —murmuró cortés.

—Ay, hijo. Yo dejé de ser señorita desde que los dinosaurios se extinguieron. —me causó gracia la referencia que utilizó, a pesar, no quería que siguiéramos en ese tema.

—Si quieres te enseño a decorar, así me ayudas con eso. —dije aun con una pizca de gracia en mi voz.

—Genial.

Freddie se veía genuinamente emocionado, por lo cual yo terminé emocionada. En los primeros quince minutos de haberle enseñado a decorar apropiadamente los ponquecillos, él ya parecía un experto.

—El estudiante superando al maestro. —susurré.

—C’est la vie. —rió.

—¿Sabes francés? —dije terminando de adornar un ponquecillo.

—Francés, español, ingles, ingles británico e italiano.

—Oh, también mandarín, no? —logré pronunciar entre risas.

Al parecer Freddie no era cualquier tonto, me tocó un genio con quién chocar mi carrito.

—Un poco. —bromeó.

—Dime algo en francés. —lo desafié.

—Votre sourire illumine ma vie.

—¿Qué me dijiste? —dejé un ponquecillo a un lado, concentrándome en sus ojos.

—Tu sonrisa ilumina mi vida. —dijo con un falso tono francés.

Traté de ocultar mi rostro, rogando que no notara como todos los colores se dirigían a mi rostro. Tomé otro ponquecillo y empecé a decorarlo en forma de espiral, vi como el rojo y el blanco salía de la bolsa que apretaba, formando algo similar a un cono de helado.

—¿qué sucede? —preguntó.

—Nada. —respondí viéndolo con mi más sincera sonrisa.

La alarma sonó, indicando que los ponquecillos que se encontraban en el horno ya estaban listos, le dije a mi abuela que si los podría sacar por mi, no obtuve respuesta. Me percaté que por alguna extraña razón, mi abuela nos había dejado solos. No lo había notado por estar tan concentrada en Freddie.

—Oh, genial. Nos dejó todo el trabajo a nosotros. —dije dándole un empujoncito en el brazo a Freddie, con la bandeja de ponquecillos recién salidos del horno.

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