Capítulo 1: Santos Boxers.

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Vi la buena forma en la que estaba Elvis así que paré en una tienda de bicicletas y patines, y compré unos patines. No quería molestar a mi abuelo y hacerlo venir hasta acá, así que el que haría ejercicio hoy sería Elvis.

—Espero que no me arrastres sin control. —le dije mientras acariciaba su largo pelaje.

Resultó ser bastante divertido ir con Elvis de esta manera, él me empujaba y yo lo dirigía con la correa. Ocasionalmente nos deteníamos para darle un respiro al pobre Elvis, compré dos botellas de agua para el camino y así fuimos llegando. Duramos una hora y cincuenta y siete minutos en llegar a la casa de mi abuela. Lo que más me sorprendió fue lo bien que recibió a Elvis, no sabía que le agradaban tanto los perros.

Me di cuenta de que Elvis estaba entrenado y hacia sus necesidades en el patio, en treinta minutos ya se sentía cómodo estando en la casa de mis abuelos y parecía que siempre los hubiera conocido. Comió, jugó, le hizo una que otra travesura al abuelo, casi me ponía triste tener que llevárselo a su dueño, pero sabía que era lo correcto. A la hora de dormir, subió conmigo y se acostó encima de mi, esa noche sin duda dormí como nunca.

Sentí como Elvis lamía mi cara sin parar y me pegaba con su cola en la cara, haciendo que me despertara con una sonrisa en la cara -por primera vez en AÑOS-. Hice mis necesidades y bajé a desayunar con mis abuelos y la nueva adquisición en la familia, lastima que sería a corto plazo.

—Buenos días. —me senté en el comedor, mis abuelos me miraron de una forma extraña. Pude descifrar que estaban confundidos por mi actitud.

—Buenos días... ¿Dormiste bien? —preguntó extrañada la abuela.

—Como nunca, y tú? —Mi amabilidad los estaba confundiendo, usualmente me despertaba de muy mal humor y lo único que salía de mi boca eran groserías.

—Al parecer, no tan bien que tu… —todos reímos. Elvis exigía que le prestaran atención, al parecer le gustaba ser el centro de esta. Saltó sobre el abuelo y se sentó en su regazo.

—Pero que chico más celoso. —Christopher –mi abuelo- le dijo a Elvis mientras lo acariciaba.

—Es una lastima que tenga dueño… creo que anima más la casa cuando está aquí. —les dije a mis abuelos.

—Tranquila, tal vez antes que te vayas adoptemos a un cachorrito. Me gusta la compañía que hacen. —la abuela ya estaba levantando los trastos, se acercaba el momento de despedirnos de Elvis.

—Bueno… despídanse de Elvis, lo llevaré con su dueño. —Vi la mirada triste en mi abuelo, me partía el corazón tener que llevarme a el perro sabiendo lo feliz que los hace.

—Adiós muchacho. —Un gran beso recibió de parte de mi abuelo.

—Espero que nos visites, hermoso. —Igual de mi abuela.

—Adiós, los veo más tarde. —me despedí, me puse mis patines y enganché la correa de Elvis a su collar y salí de la casa a la ciudad.

Duramos casi lo mismo en llegar al centro de la ciudad, pedí que me orientaran a unas señoras y ellas me indicaron el camino que debía tomar para llegar a la casa de mi nuevo amigo. Me quité los patines y los metí en mi bolso, duramos una media hora en llegar a la Villa, y vale recalcar que se encuentra en la zona más exclusiva de New Jersey.

21-B. —leí en la puerta de una casa, dándome cuenta de que es la misma que se encuentra en la placa de Elvis. — Bueno amiguito, fue un placer conocerte, espero verte pronto. —abracé a Elvis y toqué el timbre de la gran puerta de roble en la entrada.

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