Capítulo 3: Bordes negros.

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—¡Hola, querida! ¿Qué tal te fue? ¿Por qué tardaste tanto? —dijo la abuela al verme entrar por la puerta trasera.

—Yo… es que el dueño de Elvis me invitó a tomar café. —en parte era verdad, ¿Cierto?

—Oh, genial. ¿Cómo era? —por alguna razón, estaba curiosa con respecto a Tyler, y yo no sabía que decirle de él.

—Alto, castaño, ojos un tanto oscuros, tiene rulos, espalda ancha, es guapo, tiene acento, atento, ¿Qué más quieres saber? —espero que mi descripción haya sido suficiente…

—¿Cómo se llama?

—Tyler, Tyler Stevens. —se tensó al oír su nombre, oh no.

—No quiero que lo vuelvas a ver más nunca, entendido? —dijo firme, dándome la espalda y dirigiéndose a la cocina, posiblemente a lavar platos.

Su reacción al escuchar su nombre me dejó un poco desconcertada, pero no le di mucha importancia ya que tampoco esperaba hacerlo. El resto del día estuve en el patio, mirando a las montañas a lo lejos, utilicé mi tiempo a solas para pensar un poco más acerca de lo que había pasado hace unas horas, lo que eventualmente hizo que me arrepintiera más por dejarme llevar por mis hormonas, aunque no me arrepentía por completo de ello ya que fue una experiencia… placentera, por decirlo de esa manera. No almorcé ni cené, me fui directo a la cama cuando el sol cayó en donde di vueltas tras vueltas, sin poder conciliar el sueño. Solo pude llegar a una conclusión, no dejaría que esto arruinara mis planes, aún faltaba mucho para que me fuera de este ancianato y estaba muy segura de mi misma, debía conseguir un chico con quién pasar el rato. Mañana volvería a ir a la ciudad con la excusa de hacer ejercicio, y me ligaría con alguien, de eso estaba segura.

—¡BUENOS MEDIODIAS, DORMILONA! —dijo la abuela abriendo todas las persianas, dejando que el sol ardiente pegara en mi rostro, incomodándome casi al instante.

—SAL DE AQUÍ Y CIERRA LAS VENTANAS. —grité molesta.

—La buena actitud se fue de aquí junto con el perro. —bufó.

—Ja-Ja-Ja. —dije sarcástica.

—Vístete, si no estás abajo vestida dentro de cinco minutos, subiré y te vestiré yo misma. Saldremos a comprar algo. —genial, la abuela amable también se fue junto a Elvis.

Siete minutos después me encontraba totalmente preparada para salir, esto en parte me ayudaría con mi plan.

—ABUELA, ¿CUÁNTO DURAREMOS AFUERA? —grité desde las escaleras, tampoco iba a dejar que viera que estaba complacida por salir, debía mantener mi actitud rebelde.

—Unas horas, iré a comprar los ingredientes para hacer algunos ponquecillos, hay una venta de postres para recaudar fondos por el huracán que pasó hace unos meses, y quiero colaborar. Haré mil quinientos ponquecillos y tú me ayudarás.

—¿1.500? —grité exasperada, entrando a la cocina. ¡ERAN DEMASIADOS! ¡TARDARÍAMOS UNA ETERNIDAD EN HACERLOS!

—Si, tengo seis moldes de 6 ponquecillos, esos serían 36 cada 20 minutos. Compraré cinco moldes más pero de veinte ponquecillos, tardaríamos unas cuatro horas en hacerlos todos, y decorarlos unas dos horas más. Así que mañana nos levantaremos temprano, la venta es mañana en la tarde. —todos sus cálculos me marearon así que no me quedo más opción que solo asentir. — Vámonos, quiero preparar todo para que mañana los hagamos rápido.

—Pero, ¿estás segura de que se venderán mil quinientos ponquecillos en unas tres horas?

—Más que segura.

—Déjame decirte que esos no son “algunos” ponquecillos. —ambas reímos, al parecer Elvis alivió toda la tención entre nosotras, y eso está bien para mi.

Subimos a la camioneta del abuelo, escuchando la radio por todo el camino y no sé por qué se hizo muchísimo más corto el camino, parecía que habían pasado solo treinta minutos cuando ya estábamos en el super comprando harina, leche, huevos, esencia de chocolate y vainilla y uno que otro ingrediente libre de gluten para los ponquecillos que serían libres de gluten –aunque no lo crean, aquí hay cientos de personas que no toleran el gluten en la comida-.

—Abuela, ¿No le pondrás cosas adentro? Tu sabes, esa cosa que les ponen adentro, son sabrosos así. —le dije a obviamente mi abuela… si soy idiota, ¿A quién más le podría estar diciendo? Ignoren eso, me caí de cabeza cuando estaba pequeña.

Empuje mi carrito viendo la variedad de helados que se encontraban a mi merced, ya se me hacían agua a la boca. Vi uno de mis favoritos al final, una marca importada, era un poco más caro pero valía la pena.

Corrí sin prestarle mucha atención al camino, hacia mi hermoso helado que me esperaba al final del congelador, cuando mi carrito impacto contra otro, golpeándome en las costillas fuertemente, haciendo que me cayera al suelo retorciéndome del dolor.

Abrí los ojos de golpe cuando una punzada de dolor atravesó todo mi cuerpo y vi como las esquinas de mi campo de visión se volvían negras, unos segundos más tarde caí inconsciente. ¡¿CREÍAN QUE ME IRÍA A UN HOSPITAL?! Nada que ver, caí inconsciente un minuto por el dolor en mis costillas, el golpe con la barandilla del carrito me hizo una fisura en las costillas del lado derecho, pero nada que un poco de tiempo no cure.

Al despertar vi a un chico sosteniendo mi rostro entre sus manos, sus ojos decían por todos lados “PREOCUPACIÓN”, así que lo primero que vi al despertar fueron unos hermosos ojos azules-verdes clavados en mi rostro. Soltó un suspiro al ver que me encontraba bien, sentí como sus manos se iban a mis piernas y mi espalda, casi me desmayo de nuevo al ver que me iba a cargar.

—¡Oye! ¿Qué haces? —le dije, quitando mis brazos de sus hombros. El movimiento brusco hizo que me volviera a recorrer una punzada de dolor, dejándome sin más opciones que dejar que me levantara. Una vez mis pies tocaron el suelo, todo mi cuerpo se relajó. Cerré los ojos cuando traté de caminar y me di cuenta de que el dolor era casi insoportable.

—¿Estás bien? —preguntó el chico que me levanto, y probablemente chocó su carrito con el mío. Al verlo a la cara, de lejos, pude detallarlo mejor y solo al verlo…

—Bingo. —susurré. Encontré al chico.

—¿Bingo? —preguntó extrañado. Mierda, me oyó.

—No, nada. Yo… perdón, ¿te conozco? —tenía que comenzar mi jugada.

—No, me llamo Alfred, Alfred Walter pero puedes decirme Freddie. —una hermosa media sonrisa acompañó a su presentación, unos muy lindos hoyuelos se formaron en su mejilla. Su cabello castaño no-tan-claro-no-tan-oscuro quedaba a la perfección con su todo tan claro de piel, quede maravillada por el tono rojo de sus labios, haciéndome delirar –y no solo por el dolor en mi costilla-.

—Yo… —tragué, para mi desgracia, muy fuerte haciendo que él lo notara. — Elizabeth Fishertbark. —no pude mantener mi mirada en sus hermosos e intimidantes ojos, dirigí mi mirada a mis pies sintiendo como mis mejillas tomaban un tono más rojo de lo que ya estaban.

—¿Te sientes bien? —dijo al ver que trataba de caminar y me detenía bruscamente por el dolor en mi costillas.

—No, la verdad no. —ahora si, todo se volvió negro y no volví a ver la claridad.

*

NOTA DE LA AUTORA:

Lo sé, lo sé… están cortos los capítulos pero es que no me ha dado mucho tiempo para escribir así que escribo lo que puedo, apartir de este capítulo serán un poquito más largos ;D ¿Qué creen que le pasó a Elizabeth? ¿Y qué les parece Freddie? ¡Encuesta! *que loca yo*, ¿A quién prefieren? ¿A Tyler o a Freddie? ¡Comenten! Y les quería pedir una cosa, ¿Pueden recomendar la historia? ¡Me gustaría que más personas la lean porque me encanta como se va desarrolando! Bueno, subiré el 4° capítulo el Miercoles. Espero que les haya gustado el cap ;)

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