Aquí: Ocho
Viendo que ya habían salido los dos médicos de la habitación de la niña, Tere se asomó a ver cómo estaba y, desde el pasillo, le hizo una señal a Miguel para que se acercara a ver a su hija.
-Pase, pase. Mire qué guapa está.
Miguel se aproximó a la cama con pasos temblorosos, luchando contra el deseo de agarrar a Talia, cargársela al hombro y salir de allí lo más deprisa posible. Desde su nacimiento, era la primera vez que veía a su hija en el hospital.
Tenía razón Tere: estaba muy guapa: pálida y con toda la cabeza vendada, pero limpia y preciosa, como dormida. Le habían puesto un suero gota a gota en el brazo y tenía un tubo de oxígeno en la nariz.
-Su ropa está en esta bolsa- dijo Tere en una voz tan alta que a Miguel le rechinaron los dientes; ella lo notó y sonrió-. No es un funeral, hombre de Dios. Podemos hablar en tono normal. Acérquese, venga.
Miguel se acercó a la cama y rozó con el dorso de la mano la mejilla de Talia.
-¿Sufre? –preguntó.
No creo. Mire lo tranquila que está. Como si soñara algo bonito.
-¡Talia! –Susurró el hombre al oído de su hija-. Soy papá. Has tenido un accidente, pero te pondrás bien, ya verás.
Tere sonrió desde la puerta:
-Siga así. Coja una silla y siga hablándole. Yo voy a hacer una ronda; luego vuelvo.
Estuvo a punto de pedirle que se quedara, que no lo dejara solo con Talia, inmóvil y lejana como una estatua de mármol, pero siguió hablándole bajito a su hija, diciéndole que Diego ya habría leído la nota y estaría a punto de llegar, que estaban tratando de localizar a mamá, que todo se arreglaría.
De repente oyó en el pasillo unos sollozos ahogados y el ruido de alguien que vomita en el suelo.
Se levantó y salió a ver.
Diego estaba sentado con la espalda apoyada en la pared, limpiándose la boca con un pañuelo de papel del paquete que Pedro estrujaba en una mano.
-¿Se sabe algo de tu madre? –preguntó antes de cualquier otra cosa.
Pedro y Diego negaron con la cabeza. Pedro contestó:
-Hemos dejado la nota donde estaba para que si vuelve Ana la vea enseguida.
-¿No ha llamado?
-Nosotros no hemos estado en el piso ni cinco minutos. Hemos visto la nota y hemos salido corriendo hacia acá. A los mejor te llama al móvil.
Miguel sacó el móvil del bolsillo y se quedó mirándolo como si no lo hubiera visto nunca. Era verdad. Ana podía localizarlo si quería. El problema era que, después de lo de la noche anterior, lo más probable era que no quisiera localizarlo.
-Nos han dicho que van a informar del accidente en las noticias de la tele –añadió Pedro, en vista de que nadie parecía dispuesto a decir nada-. En cuanto se entere, vendrá.
Diego y su padre se miraron un momento sin hablar; Miguel tendió la mano a su hijo, lo ayudó a levantarse del suelo y lo acompañó hasta una silla de la sala de espera:
-Les voy a contar cómo están las cosas –dijo, mirando a los dos jóvenes.
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El Almacen De Las Palabras Terribles
Novela JuvenilTalia no quería decirle a su madre esas terribles palabras, pero lo hizo y ahora es imposible borrarlas. Es demasiado tarde. Su madre se ha marcado de casa y sus padres ya no se reconciliarán nunca. Sin embargo, quizá no todo esté perdido. Existe un...