Allí:Cinco

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                                   Allí: Cinco

La figura de luz, que podía ser el mismo guía de antes u otro distinto, se acercó a Talia, le puso la mano cerca de los ojos durante un instante y, cuando la retiró, la pelota donde estaba encerrado Pablo había desaparecido y la habitación había vuelto a cambiar. Ahora estaban en un lugar grande y bien iluminado, pero no tan impresionante como la gigantesca biblioteca. La luz era más suave y agradable, olía ligeramente a flores, a rosas tal vez, y frascos de cristal con cosas que relucían flotando en su interior.

-Quiero mostrarte algo –dijo el guía, sacando uno de los frascos.

-Es muy bonito –dijo Talia, fijando la vista en las motas doradas y plateadas que danzaban en el líquido transparente.

-¿Sabes qué es?

-¿Más palabras? –aventuró Talia.

-Son tus palabras de amor. 

Talia se echó a reír de pronto; aquello le había sonado como una película romántica y le daba un poco de vergüenza que aquella persona pensara que ella era tan cursi como para eso.

-Yo nunca he dicho palabras de amor a nadie.

-Claro que sí, muchas veces; a tu madre, por ejemplo.

Ella siguió riéndose, sacudiendo la cabeza negativamente.

-No tienes que decir «te quiero» para decir «te quiero», ¿sabes? Aunque a veces es precisamente es lo que tienes que decir, en otras ocasiones es lo mismo si dices «me gusta estar contigo» o «gracias» o «eres la mejor persona del mundo». ¿Recuerdas que puedes usar las palabras como un cuchillo? También las puedes convertir en una flor. 

-¿Y aquí se guardan las palabras de amor? –preguntó, impresionada.

-Sólo algunas. Las auténticas, las sinceras, las que han sido pronunciadas desde el fondo de tu alma para compartir tu felicidad. Hay humanos que no tienen una sola palabra guardada aquí, que ni siquiera son capaces de pronunciarlas.

-¿Por qué?

-Porque no saben hacerlo. Nunca han aprendido. Hay otros que ni siquiera son capaces de sentir lo que te lleva a decir esas palabras.

-¿Como Pablo? –aventuró Talia. 

-Pablo tuvo miedo de que hubieras muerto y se alegró de encontrarte viva. Eso fue una palabra de amor.

-¿De veras? –Talia estaba francamente asombrada-. Yo creía que era porque tenía miedo de encontrarse aquí solo, sin nadie con él.

-También era por eso, pero es un principio. Quizá pueda aprender, si quiere, aunque llevará tiempo.

-Yo sí que quiero. ¿Puedo? ¿Puedo aprender a traducir?

-Sí, Talia, tú puedes –dijo el guía.

El Almacen De Las Palabras TerriblesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora