Allí:Cuatro

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                                          Allí: Cuatro

Su guía la dejó sola en una pequeña sala redonda, como una pelota, en la que podían flotar libremente como hacen los astronautas en las naves que orbitan la Tierra. Había una luz suave, rosada, tan relajante que, al poco de encontrarse allí, pensó que se dormiría si no pasaba algo pronto. Estaba tan cansada como si se hubiera pasado el día de excursión en el monte, a pesar de que no había hecho más que hablar con aquella extraña persona y visitar una biblioteca misteriosa. Después de cuatro horas de clase en su colegio, claro; pero de algún modo los recuerdos del colegio le parecían muy lejanos, como si hiciera muchísimo tiempo y hubieran perdido toda su importancia.

Cerró los ojos un instante y, cuando los volvió a abrir, Pablo flotaba boca abajo, tenía la cara pegada a la suya y la sacudía por el brazo.

-¡Qué susto me has dado, peque! Creía que estabas muerta.

Talia pestañeó:

-¿Por qué iba a estar muerta? Me había dormido y ahora que estaba a punto de empezar a soñar, vas tú y me despiertas. 

-Cuéntame lo que te ha pasado a ti.

Era gracioso estar hablando con alguien que flotaba a tu alrededor como una pompa de jabón y estaba unas veces cabeza abajo y otras cabeza arriba, pero no había nada a lo que agarrarse para quedarse quieto, ni la menor posibilidad de sentarse a charlar como personas normales.

-Lo mismo que a ti, me figuro –contestó Talia-. Me han llevado a la... biblioteca o archivo o lo que sea, me han enseñado mis palabras y luego me han traído aquí.

-Pero tus palabras ¿son... recuperables?

Aunque Talia no conocía la palabra que había usado Pablo, supuso que hablaba de la fecha de caducidad.

-Dentro de cinco años ya no harán daño ¿Y las tuyas?

Pablo se puso serio y se apartó de ella, flotando.

-Las mías son irrecuperables –contestó de espaldas a ella.

-¿Quieres decir que son para siempre? 

-Eso he dicho –contestó de mal humor.

-¿Por qué?

Pablo no respondió.

-Te he preguntado por qué insistió Talia.

El muchacho trató de girar hacia ella, furioso, pero el impulso fue excesivo y acabó dando vueltas como un huevo duro sobre la mesa de la cocina, hasta que Talia lo frenó, agarrándolo por los brazos.

-Porque, al parecer, lo que dije era verdad. Le dije a Jaime que ningún amigo le quita la novia al otro y que, a fin de cuentas, yo sólo estaba a gusto con él porque siempre había creído que era inferior  a mí, ¿me entiendes? Más bajito, más tonto, más feo, más pobre... todo lo que te puedas imaginar.

-¿Eso es verdad?

-Lo de que es más bajito, más feo y demás es la pura verdad; no hay más que verlo.

-¿Y lo de que tú eras amigo suyo por eso?

Pablo volvió a soltarse de Talia.

-Esta maldita habitación no tiene ni puerta siquiera. Si no nos dejan libres, no saldremos nunca de aquí –murmuró con rabia.

-Contéstame. Te he preguntado algo. 

-Psé –pablo se encogió de hombros-. Un poco sí. Al menos al principio.

El Almacen De Las Palabras TerriblesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora