Aquí:Dieciocho

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                 Aquí: Dieciocho

El quince de junio, cuando la mayor parte de las escuelas estaban haciendo los exámenes finales de un curso que Talia se había perdido, Pablo abrió los ojos de nuevo. 

Esta vez no había ningún médico que registrara la reacción. Sólo estaban Jaime y Talia junto a la cama y, como siempre, ella trataba de contestar a sus preguntas sobre lo que recordaba de su sueño, el sueño en el que ella y Pablo habían encontrado el almacén de las palabras terribles. Lo que el doctor Guerrero insistía en que había sido un sueño, a pesar de que para ella había sido tan real como el mundo en el que vivían. Talia estaba segura de que Don Manuel sabía que todo era verdad, pero de algún modo le había insinuado, siempre con medias palabras y sin que estuvieran sus padres delante,  que era mejor no hablar demasiado del asunto, que lo importante era haber aprendido y ponerlo en práctica, pero que no había que pregonarlo demasiado y por eso ella contestaba como sin darle demasiada importancia, como si de verdad todo hubiera sido un largo y misterioso sueño que poco a poco se iba desvaneciendo.

Pablo despertó sin que se dieran cuenta y durante unos minutos se limitó a escuchar lo que decían, como si fuera una música suave que no fuera necesario comprender. Poco a poco fue pasando la vista por la habitación: un ramo de narcisos frescos, unas postales sobre la mesita, unos cuantos libros de los que leía Jaime. Una niña y un muchacho sentados juntos al lado de su cama. Jaime y Talia. ¿Jaime? ¿Talia?

Trató de sentarse, pero los músculos no le respondieron y todo lo que consiguió fue producir una especie de gruñido que hizo que los dos se volvieran a mirarlo.

-Hola, Pablo –dijo Talia sonriente, como si fuera lo más normal del mundo-. Ya creía que te habías olvidado de que me prometiste volver.

-¡Hey, amigo! –Dijo Jaime con los ojos llenos de lágrimas y una sonrisa gigante que iluminaba toda su cara-. Ya iba siendo hora. Me he leído la biblioteca completa esperando a que abrieras el ojo.

Pablo apretó débilmente la mano de Jaime y le sonrió. Luego desvió la vista hacia Talia:

-Has crecido, peque –dijo en voz enronquecida por la falta de uso.

-Tu también, Pablo –dijo Talia-. Ahora sí.

El Almacen De Las Palabras TerriblesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora