CAPÍTULO V

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        Aquí:Catorce

Jaime llegó al hospital totalmente sudado y sintió un escalofrío al pasar del calor de agosto al aire acondicionado del interior, pero por suerte se había acordado de meter un jersey en la mochila, sabiendo que las horas que pasara al lado de Pablo serían insoportables sin ponerse algo encima. Estar sentado, sin moverse casi, durante dos o tres horas junto a una cama de hospital con la refrigeración a  tope era casi peor que meterse en un tren de largo recorrido.

Se acababa de pelear otra vez con Yolanda, que no comprendía que, después de tres meses, hubiera que seguir yendo todos los días a visitar a Pablo.

«A Pablo le da igual que estés allí a su lado, ¿no te das cuenta? –le había dicho Yolanda, tranquila al principio y luego cada vez más enfadada-. De todos modos no se entera. ¿Qué más le da a él que te vengas dos semanas de vacaciones a Huelva conmigo? Cuando volvamos seguirá en el hospital, tan muerto como siempre. Pero nosotros estamos vivos y los vivos necesitamos ir a tomar el sol, bailar, divertirnos. Si estuviera despierto, lo comprendería. Me fastidiaría que no vinieras, claro, pero lo entendería. Lo que no entiendo es que te empeñes en ir todos los días a contarle cosas a un cadáver. Es como si hablaras con la pared.»

Era posible que Yolanda tuviera razón, pero él no se sentía capaz de ir de copas y de discotecas sabiendo que Pablo no tenía quien lo visitara. Ya que había conseguido que sus padres no se lo llevaran Nueva York, lo menos que podía hacer era seguir yendo a verlo, a contarle cosas del mundo exterior, a intentar traerlo de nuevo a la vida, como hacían los padres de Talia.

En la habitación se encontró con Ana, que estaba pasándole una servilleta perfumada a su hija por la cara pálida y enflaquecida. En los tres meses que llevaban viéndose todos los días habían tenido ocasión de contarse sus vidas y se habían hecho amigos.

-Hola, Jaime –le dijo Ana al verlo entrar-. ¿Qué? ¿Se ha ido por fin?

Jaime asintió con la cabeza, dejándose caer en la silla de siempre.

-Yolanda no es de las que tienen mucho aguante. Todo esto es demasiado para ella –contestó, abatido.

-Piensa que, al fin y al cabo, Pablo no es realmente nada suyo. No es como si fueras tú el que está en esa cama.

Jaime sacudió la cabeza, cogió una toallita húmeda y empezó a pasársela por la cara de Pablo. 

-Se habría ido igual, Ana. No me hago ilusiones. Ella quiere un novio para poder salir, bailar, pasarlo bien; no para estar atada a una cama de hospital. La verdad es que creo que hemos terminado.

Ana se acercó a Jaime y le puso una mano en el hombro:

-Lo siento.

-Psé. Es lo que hay. Cada uno es como es. ¿Qué tal vosotros?

-Eso era lo que le estaba contando a Talia. Diego y Pedro se han matriculado en empresariales en Barcelona. Necesitan cambiar de aires, así que a partir de septiembre los veremos poco por aquí. Miguel se ha ido una semana a ver a sus padres al pueblo.

-¿Tú no te vas a tomar unos días después?

-No. Ya no me queda nadie. Hace años que murieron mis padres; mi hermana y su marido queríanque me fuera con ellos a un viaje por Galicia, pero no quiero dejar sola a Talia. Estoy mejor aquí.

-Pero, tú y Miguel ¿seguís juntos?

Ana fue hasta la ventana y se quedó allí mirando hacia afuera.

-Si. Bueno, más o menos. Miguel ha rechazado el ascenso porque tendría que haberse trasladado. Yo he decidido no presentarme a las oposiciones para la universidad. Después de lo de Talia, todoparece tan estúpido, tan poco importante... ¿Comprendes? Lo teníamos todo: un trabajo estable que nos gustaba, dos hijos sanos, un matrimonio que funcionaba... Todo. Pero empezamos a pensar que no era bastante, que podíamos aspirar a más. Y como era todo tan difícil empezamos a creer que cada uno por su lado sería más sencillo. Ahora estamos esperando. No conseguimos tomar una decisión, pero por lo menos ya no nos peleamos como antes. Cada uno hace su vida y nos vemos por las noches, para hablar un rato, para ayudarnos en uno al otro. Lo que pase más adelante ya se verá.

-Pero ¿se queréis?

-Claro que nos queremos. Nos hemos querido siempre. Uno no se pelea de esa manera con alguien a quien ha dejado de querer. Lo que pasaba es que no nos entendíamos ya, que no hablábamos bastante. La gente cambia con el tiempo, pero se va guardando esos cambios o el otro no los ve. Al final acaba uno hablando consigo mismo y dentro todo está muy claro, pero cuando trata de explicarlo... se lía. Desde que Talia está así, Miguel y yo hemos hablado mucho. Lo que pasa es que es muy difícil olvidar todo lo que nos hemos dicho a lo largo de tantos meses. Aún hay muchas cosas que  duelen.

»Mira, Jaime, no es por meterme en tu vida, pero si Yolanda te quisiera de verdad, se habría quedado aquí, aunque salierais a pelea diaria. No habría podido marcharse a ponerse morena, sabiendo que tú te pasas los días aquí al lado de Pablo. Cuando ya ni te peleas, cuando el otro se va sin más, es que no queda nada por salvar.

Jaime no contestó. Ana se apartó de la ventana y se sentó al lado del muchacho, mirando a Pablo,

inmóvil, con los ojos cerrados, perdido en otro mundo. -Miguel y yo seguimos viviendo juntos, aunque cada uno haga su vida. Nos apoyamos, nos consolamos el uno al otro...Pero hasta que Talia vuelva no sabemos bien qué va a pasar. Estamos esperando, ¿comprendes? Esperando a ver si podemos volver a empezar todos juntos.

Jaime cogió la mano de Ana y se la apretó:

-Volverán, ya verás. Hay que tener confianza.

El Almacen De Las Palabras TerriblesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora