Allí: Diez
-¿Esas pocas piedras brillantes son lo único bueno que he hecho en la vida? –estaba preguntando Pablo, fascinado por el juego de colores en la sala de las columnas.
-Nosotros no juzgamos. Conservamos tan sólo.
-Pero está claro que el balance a mi favor no es gran cosa.
-La forma en que tú interpretes tu vida es cosa tuya. Nosotros mostramos lo que hay.
Pablo siguió mirando los dos contenedores transparentes sin saber qué pensar. En uno de ellos, apenas dos docenas de joyas refulgían en el fondo; en el otro, las piedras se amontonaban casi hasta el borde. Según lo que él había entendido de la explicación del guía, el recipiente que estaba lleno era el de lo malo y el que estaba prácticamente vacío contenía lo poco bueno que había hecho en sus veinte años de existencia.
-Dices que no juzgáis –dijo lentamente, como si fuera hablando mientras lo pensaba, como si no supiera exactamente lo que iba a decir-, pero me estás enseñando lo que he hecho en mi vida para que yo lo juzgue y aprenda algo, ¿no?
-Lo que tú decidas hacer con lo que te muestro depende de ti, Pablo.
-Pero esto es como lo que dibujaban en las tumbas los antiguos egipcios, ¿no? El juicio de las almas de los muertos, con la balanza que pesaba el corazón del difunto –los buenos actos y todo eso- contra la pluma de la verdad, ¿no? Y si el balance era negativo, el alma era entregada a un monstruo que la devoraba y el difunto no podía ya pasar al otro mundo, el de los justos, ¿no es eso?
-Aquí no hay monstruos devoradores de almas. Aquí conservamos y mostramos. Enseñamos también a quién quiere aprender.
-Entonces, Talia tenía razón. A ella le estabais enseñando.
-Ella quiere aprender. ¿Tú quieres?
Pablo quedó en silencio, mirando los reflejos de las joyas, pensando en su vida normal y en la que le esperaba en aquel lugar de prodigios, si aceptaba la propuesta del guía.
-Estamos muertos, ¿verdad? –preguntó por fin, deseando oír una respuesta afirmativa y acabar de una vez.
-No. A este nivel, sólo los vivos pueden aprender. Después hay otras cosas, pero no están aquí.
Pablo miró al guía, perplejo. Si no estaban muertos aún, había esperanza. Pero podía estar mintiéndole. ¿Cómo iba a saber que no era una simple mentira, que no estaban en el infierno y aquella figura luminosa no era un diablo que trataba de engañarlo? El diablo es el padre de la mentira. Sería tan fácil para él...
-Déjame tiempo para pensarlo.
-El tiempo no existe –contestó el guía-. Piensa hasta que tomes una decisión.
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El Almacen De Las Palabras Terribles
Ficção AdolescenteTalia no quería decirle a su madre esas terribles palabras, pero lo hizo y ahora es imposible borrarlas. Es demasiado tarde. Su madre se ha marcado de casa y sus padres ya no se reconciliarán nunca. Sin embargo, quizá no todo esté perdido. Existe un...