Allí: Ocho
En el parque nada había cambiado. La luz del sol seguía fingiendo un mediodía eterno que marcaba sombras duras al pie de los árboles. Talia y Pablo habían explorado todas las salidas que ella recordaba, pero las puertas habían sido sustituidas por setos, rosaledas y castaños gigantes que se perdían en la distancia como si el parque no tuviera fin.
Al cabo de un tiempo que no podían medir porque los relojes de ambos se habían parado, habían decidido regresar junto al estanque y volverse a sentar en la hierba a esperar que sucediera algo.
-Es como estar esperando a que te hagan un examen oral de una asignatura que ni te has mirado – dijo Pablo-. Sabes que lo vas a pasar fatal y al mismo tiempo estás deseando que te llamen para acabar de una vez.
Talia levantó la vista de la corona de margaritas que estaba tejiendo por hacer algo:
-Yo tampoco entiendo nada. Estaba aprendiendo tan feliz y de repente nos ponen aquí a no hacer nada.
-¿Estabas aprendiendo?
Ella asintió con la cabeza, distraída, volviendo a su corona.
-¿Qué?
-Es difícil decirlo en palabras. Mi guía me dijo que las palabras humanas son imperfectas y tenía razón. Hay muchas cosas que no sabemos decir, por eso decimos otras. Y también depende de la música, ¿sabes? El tono en que las dices, la manera en que miras al otro, los gestos que haces... Pero lo que mejor se recuerda son las palabras que te han hecho daño.
-Todo eso son memeces de catecismo –dijo Pablo con desprecio.
-Quieres decir que no me entiendes y eso te pone nervioso, ¿verdad? Porque tú eres mayor que yo y deberías comprender lo que digo, pero no lo comprendes.
Talia descubrió, sorprendida, que ahora entendía cosas que antes se le habrían escapado y por eso podía aceptarlas bien.
-Eres una niña repipi y sabihonda.
Talia sonrió.
-¿A qué viene ahora esa sonrisa de suficiencia? –preguntó Pablo, ofendido.
-Estas tratando de usar las palabras como un cuchillo. ¿No te alegras de que podamos estar aquí juntos en lugar de estar solo?
-Preferiría estar solo. O con alguien adulto y sensato. No con una mocosa cursi y sabelotodo.
Talia no contestó y siguió tejiendo flores con toda su concentración. Se sentía tranquila y en paz, como cuando tus padres te dejan en un sitio en el que estás a gusto porque tienen que hacer algo importante, pero sabes seguro que vendrán a recogerte en cuanto terminen.
-Vas hecha un mamarracho –empezó de nuevo Pablo, cuando se cansó de mirarla ensartar unas flores con otras-. Se te ven los tobillos y la camiseta te está pequeña.
-Es que he crecido.
-¡Venga ya! Uno no crece de golpe. Si tú hubieras crecido, a mí la barba me llegaría al pecho.
Talia levantó la vista.
-Pues mira, es verdad. Tú no has cambiado nada.
Entonces se apagó la luz del sol y el parque desapareció de golpe.
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El Almacen De Las Palabras Terribles
Novela JuvenilTalia no quería decirle a su madre esas terribles palabras, pero lo hizo y ahora es imposible borrarlas. Es demasiado tarde. Su madre se ha marcado de casa y sus padres ya no se reconciliarán nunca. Sin embargo, quizá no todo esté perdido. Existe un...