Aquí:Once

3K 61 0
                                    

                         Aquí: Once

El doctor Guerrero estaba haciendo brillar un instrumento plateado frente al ojo derecho de Talia, que mantenía abierto con dos dedos. En la puerta, Ana y Miguel, con el rostro casi gris de cansancio y preocupación, observaban al médico tratando de adivinar el resultado del examen por sus gestos.

Lo vieron acariciar la mejilla de la niña, leer el parte con concentración y perder la mirada en la pared, en silencio.

-¿Cómo está? –preguntó por fin Miguel.

El médico volvió la mirada hacia ellos. Las gruesas gafas le agrandaban los ojos de color avellana.

-Estable.

-¿Qué quiere decir eso exactamente? –insistió Miguel, a pesar de la mirada de reprobación de Ana.

-Estable quiere decir que está bien –contestó Ana.

Miguel se giró violentamente hacia ella, casi como si estuviera dispuesto a darle una bofetada:

-Sé perfectamente lo que quiere decir «estable»; no soy tan ignorante como tú te crees. Y no quiere decir que está «bien», no hay nada más que verla para saber que no está bien. Quiere decir que  está como estaba ayer, no peor. Y a la vez quiere decir que no se sabe nada o que no quieren decirnos nada. 

El doctor Guerrero sonrió apenas, cuando ya Ana parecía lista para volverse a enzarzar en una discusión con su marido.

-Tiene usted razón, señor Castro. Es la respuesta clásica para no tener que decir lo que muchas personas ya no quieren que se formule diciendo que «está en manos de Dios». Podemos mantenerla como está casi indefinidamente. Podemos esperar a que despierte. Si les sirve de algo, salvo el hecho de que está en como y no podemos llegar a ella, por lo demás está bien. Sólo tiene heridas superficiales y, si estuviera consciente, podría irse a casa con ustedes.

Se pasó la mano por el pelo blanco que, de tan fino, se le despeinaba constantemente, y alzó las manos en un gesto de resignación.

-Pero ¿usted cree que hay esperanzas, doctor? –preguntó Ana.

-Por supuesto. Todas. Es cuestión de paciencia y cariño. Ustedes la quieren, ¿no?

Registró la expresión ofendida de ambos y se apresuró a añadir:

-Quiero decir, no se trata de una niña no deseada, abandonada, maltratada incluso, ¿verdad que no?

-¡Cómo se atreve usted a pensar...! –Miguel apretaba los puños y enrojecía por momentos. 

-No se ofenda, señor Castro. Si fuera así, me gustaría saberlo por razones médicas. Psiquiátricas, ¿comprende?

-Nuestros hijos son lo mejor que tenemos –dijo Ana con los ojos llenos de lágrimas-. Lo más importante de nuestra vida.

-Entonces, hay esperanza. Pasaré esta tarde otra vez. ¡Ah! ¿Tendrían inconveniente en que trajéramos aquí al muchacho del accidente, el que también está en coma? Estamos mal de espacio y, como aún no se ha presentado ningún familiar, podría ser bueno para el chico estar en un cuarto donde se oyen voces humanas. Y a Talia no puede molestarle su presencia. Hay gente que no quiere que personas de distinto sexo compartan habitación, pero siendo los dos tan jóvenes y estando en coma...

Si no les parece mal...

Expresaron su conformidad y se despidieron del médico hasta la tarde.

-¡Pobre chico! –Dijo Ana-. ¿Será posible que, siendo tan joven, no tenga a nadie que se preocupe por él?

-¿Es verdad eso que has dicho? –Preguntó Miguel, buscando sus ojos-. Eso de que los hijos son lo más importante de nuestra vida.

-Claro.

-Entonces todo lo que nos hemos peleado por tus ambiciones, por mi trabajo, por tu libertad, por todo eso...

-También es importante –contestó ella, apretando los labios.

-Pues mira, en estos momentos, me importa un pepino. Si alguien me ofreciera devolverme a Talia como estaba hace dos días, daría cualquier cosa: mi trabajo, mi ascenso, mi sueldo... Lo que fuera. ¿Tú no? ¿Tu tesis, tus oposiciones para la universidad, tus amigos poetas?

Ana se mordió los labios, mientras su marido miraba, fascinado, su garganta como subía y bajaba como si algo se le hubiera quedado detenido en la mitad:

-Todo, Miguel. Yo lo daría todo porque Talia volviera a decirme que me quiere –consiguió decir por fin, antes de romper a llorar.

Sin saber cómo, se encontraron abrazados, llorando sobre el hombre del otro.

El Almacen De Las Palabras TerriblesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora