CAPÍTULO III

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                        Aquí: Siete

Ana Díaz, la madre de Talia, daba vueltas por la sala de estar de su amiga Marga, cogiendo y dejando cosas al pasar: un casete, un jarrito, un libro, una pequeña estatua...

-No sé que hacer Marga. Son más de las ocho y no me cogen el teléfono en casa. No sé donde pueden haberse metido.

-Como no me imagino a Miguel en la cocina, se habrán ido a tomar algo a una hamburguesería o algo parecido. Llámalo al móvil.

Ana movió la cabeza de derecha a izquierda.

-¿Por qué no?

-Porque se pone muy orgulloso cuando contesta al móvil en un lugar público, como si fuera un corredor de bolsa imprescindible o así. Lo deja sonar cuatro o cinco veces para que todo el mundo se entere de están tratando de localizarlo, contesta en voz alta mirando a todas partes y te trata a patadas.

No, gracias. Prefiero esperar hasta las diez o diez y media; así a lo mejor ya se han retirado los críos y puedo hablar con él tranquilamente.

-¿No quieres hablar con ellos?

Ana volvió a negar con la cabeza:

-Diego se habrá ido a casa de Pedro. Últimamente ni se le veía el pelo; es de los que no aguantan ciertas situaciones. Y Talia... 

-¿Qué? Estará fatal, después de un día sin verte.

-No sé. Creo que es mejor que no nos hablemos de momento.

-¿Qué ha pasado, Ana?

-Eres mi mejor amiga, Marga, pero de momento prefiero aclararme yo sola. Ya te contaré.

-¿Nos vamos a cenar a un chino? –Propuso Marga, al notar que había algo que le preocupaba profundamente a su amiga-. Al fin y al cabo, si ellos están por ahí de juerga, no veo por qué tú y yo no nos podemos montar una noche agradable. Total, mañana es sábado.

Ana sonrió: 

-¡Venga! Vámonos. Es el primer viernes desde hace años en que puedo hacer lo que me dé la gana. Y hace siglos que no como en un chino.

El Almacen De Las Palabras TerriblesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora