Allí:Once

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                 Allí: Once

Cuando Talia abrió los ojos de nuevo en su burbuja, estaba segura de haber decidido. Quería volver. A pesar de que en su nuevo mundo era feliz y podía aprender y sentirse segura, quería volver a su vida normal, a sus padres, a su hermano, a todo lo que antes pensaba que era el único mundo que existía. 

Había estado dándole vueltas a lo que le había dicho el guía sobre el tiempo. En el lugar donde ella estaba ahora, el tiempo no existía y podía pasar años y años recorriendo todas las salas prodigiosas que aún no conocía, podía aprender todo lo que quisieran enseñarle y el tiempo no pasaría para ella.

Era algo así como en el cuento de la Bella Durmiente del bosque; podrían pasar cien años y ella seguiría teniendo doce, igual que entró. Pero en el mundo exterior, donde vivían sus padres y su hermano, el tiempo pasaba inexorablemente. Cada veinticuatro horas todos eran un día más viejos y, si ella se quedaba, cuando saliera se encontraría con que toda la gente que quería habría muerto ya o sería viejísima. Nadie se acordaría de ella y ella no tendría a nadie a quien querer. Así que estaba claro, tenía que regresar y hacer todo lo posible para que lo que había aprendido allí fuera suficiente y le sirviera para traducir lo que realmente quería que dijeran sus palabras.

Antes de formular su decisión, la burbuja se desvaneció a su alrededor y volvió a encontrarse en una pequeña sala oscura donde brillaba la luz familiar del guía.

-¿Has decidido, Talia?

Ella asintió con la cabeza, muy despacio, sintiendo ya pena por todas las maravillas que iba a perder.

-¿Sabes que nunca podrás regresar aquí?

-Si, lo sé –dijo muy bajito.

-¿Tienes alguna otra pregunta?

-¿Qué va a pasar con Pablo? ¿Va a volver conmigo?

-El aún no ha decidido.

-¿Puedo verlo? 

Junto a ellos apareció otra burbuja, transparente, llena de luz rosada, donde flotaba Pablo junto a una especie de humo de colores cambiantes.

-Quiero hablar con él. ¿Puedo?

Pablo abrió los ojos y la miró como si acabara de despertar de un hermoso sueño y aún no hubiera recuperado el contacto con la realidad.

-Pablo –Dijo Talia-. Voy a volver. ¿Qué quieres hacer tú? ¿Vienes conmigo?

Hubo un largo silencio. Al final, Pablo sonrió:

-Creo que aún yo tengo que quedarme un tiempo, peque. He decidido aprender.

Si te quedas mucho, cuando vuelvas todo habrá cambiado.

Eso podría ser bueno. Las cosas no estaban demasiado bien cuando me fui.

-Pero Jaime te espera. Y tus padres.

Pablo cerró los ojos y tragó saliva:

-¿Tú crees?

-Yo creo que sí, pero si no, puedes ir tú a buscarlos y... ya sabes. Ahora sabes qué puedes hacer.

Tienes palabras nuevas. Palabras que son como una flor.

-Aún estoy aprendiendo.

-Pero ¿volverás?

-Volveré. Más tarde.

-No tardes mucho, Pablo. Te esperamos.

-¿Estas lista? –preguntó el guía.

Talia tragó saliva varias veces antes de contestar:

-Sí.

El guía se acercó a ella y en la punta de su dedo de luz apareció una gota brillante, redonda y ambarina, como si estuviera hecha de miel líquida, o de ámbar blando, o de gelatina de sol; una gota que flotaba sobre su dedo, sin tocarlo, como si fuera un planeta diminuto.

-Tómala en tu boca –dijo el guía.

-¡Espera, Talia! –Gritó Pablo-. ¿Y si no es verdad? ¿Y si no vuelves a tu casa? ¿No te da miedo?

Talia se volvió hacia él. Estaba temblando, pero sus ojos brillaban.

-Claro que me da miedo. Pero quiero volver. Y confío en el guía, en todos. 

Pablo asintió con la cabeza, como avergonzado.

-Has crecido, peque. ¡Buena suerte! Nos veremos allí.

Talia se acercó al guía, abrió la boca y extendió la lengua para recoger la bolita de luz.

-Gracias –le dio tiempo a decir, antes de que todo desapareciera.

El Almacen De Las Palabras TerriblesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora