Aquí:Dos

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Aquí: Dos

-¡Hola, Pedro! Soy yo, Miguel, el padre de Diego. ¿Me pasas a mi hijo?

Pedro miró a Diego que tumbado en el sofá, le hacía señas de que no quería hablar con nadie; tapó el auricular y le dijo en voz baja pero muy clara:

-Es tu padre.

Diego se levantó sin ganas del sofá y cogió el teléfono casi como si le diera asco:

-Dime

-¿No has ido a clase?

-No estaba de humor. ¿Qué pasa?

-No hago más que llamar a casa y no lo coge nadie. Talia debería haber vuelto ya del colegio. ¿No sabes tú donde puede estar?

-Ni idea.

-¿No tienes nada más que decir?

-¿Qué quieres que diga? Supongo que le pasará como a mí, que se le cae la casa encima y se habrá ido a casa de Pepa o de Juanma.

-Pero ¿te ha dicho que se iba a ir?

-¡Papá! No me ha dicho nada; esta mañana estaba como zombi. Nos hemos visto un momento en la cocina antes de salir corriendo. Ella sabe que estoy en casa de Pedro; lo mismo luego viene - dudó un momento antes de decir lo siguiente-. Si le hubieras comprado el móvil que pidió por Navidad, ahora podrías llamarla.

-¡Diego! -la voz de su padre empezaba a sonar peligrosamente irritada-. No te consiento...

-Vale, vale. Si viene, te llamo al Banco.

Hubo una pausa. Diego podía oír la respiración de su padre al otro lado de la línea, como si estuviera tratando de calmarse para que sus compañeros no lo oyeran gritando a alguien por teléfono.

Dejó pasar aún unos momentos y preguntó bajando la voz:

-¿Se sabe algo de mamá?

Miguel contestó después de unos segundos:

-Dijo que llamaría esta noche. Cuando se hubiera instalado. No me preguntes dónde, porque yo tampoco lo sé.

Ahora era Diego el que respiraba sin saber que más decir.

-Hijo, tienes casi veinte años, contigo ya se puede hablar claro. Hay veces que no se puede hacer nada, que las cosas se acaban y se acaban, ¿comprendes? Hay que aceptarlo.

-ya -dijo Diego por decir algo, al darse cuenta de que su padre no pensaba seguir hablando. Pedro lo miraba desde la ventana, sin saber qué hacer. Diego era su mejor amigo y le habría gustado ayudarlo, pero no se le ocurría cómo. Le hizo un gesto de dormir, con las dos manos juntas apoyadas en la oreja-. Pedro dice que puedo quedarme aquí a pasar la noche, papá.

-Así no quedamos solos tu hermana y yo, y tú te lavas las manos, ¿no? Yo esta noche tengo una cena.

-¿Otra? -Se le escapó sin poder controlarlo.

-¿tu te crees que el dinero que gastas entra volando por la ventana? -otra vez la furia, que le llegaba a través de la línea como un viento caliente-. Yo trabajo. Tengo compromisos, obligaciones...

-Vale -cortó Diego-. Nos pasamos Pedro y yo a eso de las ocho y luego, a lo mejor, cuando tú vuelvas, me vengo otra vez con él.

-A las siete y media.

Se le pasó por la cabeza decirle que no, que a las ocho, pero sabía que su padre necesitaba, ahora más que nunca, tener la sensación de que aún era él quien tomaba las decisiones.

-Vale.

Se volvió hacia Pedro que, aún en la ventana, no sabía si sonreír o no:

-Esta noche nos toca otra vez hacer el canguro. Vámonos a dar una vuelta, anda.

El Almacen De Las Palabras TerriblesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora