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Y aquí estaba yo... Sentada, en este horrible lugar con asientos terriblemente incómodos, no recordaba cuánto odiaba las salas de espera de un hospital. "Sobredosis elevada", eso es lo que me tenía atrapada aquí... Entre pensamientos, rencores, esos ataques de odio y dolor que me recordaban cuanto daño había causado ese hombre dentro de mi.
Dos días exactamente era lo que llevaba encerrado en esa habitación donde los mejores doctores lo atendían, llevo una hora metida aquí y no puedo con su presencia a pesar de que se encuentre a muchos metros lejos de mi. Por momentos he querido ser yo la que esté recostada sobre esa cama allí dentro sin tener conocimiento gracias a los sedantes que le han administrado, quisiera ser yo para desaparecer esto que me quita el aliento. Hubiera preferido tanto que John no fuera por mí, que yo no hubiera sido tan obvia en irme a meter a un lugar donde me encontraría tan fácilmente. Wiggins fue claro cuando dijo que nadie podría saber que era mi escondite ni mucho menos que yo consumía, que sería el último lugar donde buscarían, pero no salió como esperaba. Mientras él lo hacía en ese avión de regreso a Londres, yo en el fumadero de Wigg, olvidando mis penas y esas palabras que se comían con rudeza mi corazón, sin moverme por horas hasta que el efecto disminuía y el dolor se hacía más penetrante...
Siento una gota de sudor caerme por la frente a pesar de que el clima es una mierda, el invierno está por comenzar y con él empezar a congelar todo a su alrededor, incluyendo mis esperanzas. Mis manos tienen ese ligero temblor cuando sé que necesito tener algo más fuerte que lo de esta mañana; las personas pasando de un lado a otro, enfermos o doctores moviéndose sin tener descanso, quiero salir de aquí... No puedo más estar metida en el mismo lugar donde él está, quiero huir y jamás regresar como lo hice antes... Ya no quiero seguir aquí.
—¡Hannah!, ¿Me escuchas?
Me doy cuenta que mis ojos han estado cerrados todo este tiempo, si no fuera por la mano de John que ha movido mi brazo quizás seguiría en mi propia tormenta.
—¿Te encuentras bien? Estas sudando y luces pálida.
—Yo... Si, sólo... N-necesito salir —note como su cara cambiaba a una inexpresiva mueca que delataba lo confundido que estaba por mi actitud tan cambiante, lo mal que debo lucir —. ¿Sucedió algo?
Su gesto no se relaja en ningún momento en el tiempo que ha tardado en contestarme, pareciendo que busca las palabras correctas para que yo no terminé saliendo a toda prisa del lugar.
—Él despertó, después de tantos días lo hizo —y ahora entendía su preocupación. Nuevamente se queda en silencio tras su declaración mientras toma asiento a mi lado sobándose los dedos con nerviosismo —. Tal parece que está bien, pero nadie entiende porque durmió dos días seguidos, la doctora creé que él se mantuvo en ese estado por decisión propia, aunque me parece una locura.
