40-El último día, II

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El avión despegó a las doce en punto con destino a Madrid, España.

Iban sentados uno junto al otro, Rood en el lado de la ventana y Gabriel en el del pasillo.

Lo curioso, según el rubio, fue que incluso en el aeropuerto, incluso abordando el avión, incluso una vez que estuvo sentado, él parecía buscar a una persona.

No sabía dónde estaría aquella persona pero esperaba que ésas palabras de Lena no hubiesen sido acerca de él.

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-Tranquilo, no tenemos que ponernos agresivos.

Una risa nerviosa se escapó de sus labios antes de que sus manos se dirigieran a su espalda. Segundos después, el muchacho tuvo un arma apuntándole de la misma manera en que la suya le apuntaba al hombre, directo en la cabeza.

-Podría disparar pero no quiero hacerlo -dice con una voz suave-, así que baja el arma, muchacho, que esa no es manera de tratar a un viejo como yo.

-Si bajo el arma, ¿qué me asegura que no vas a atraparme desprevenido?

-¿Cuándo he hecho eso?

Sebastián frunce el ceño, ocasionando la risa del hombre.

La puerta se abre y se oye un "Bajen el arma"

La persona que dijo aquello camina hasta ellos, deteniéndose junto a ambos.

Es Héctor.

Los ojos y la nariz tan rojizos como hinchados le hacen creer que estuvo llorando o quiere hacerlo, pero sostiene un arma contra cada uno y sus manos no tiemblan como es de esperarse.

-¿Tú también vas a estar en contra de este pobre viejo?

-Tienes de pobre lo que yo de inocente -contesta.

-Algo de familia, supongo -comenta el otro.

Héctor dirige su mirada a él.

Toma una bocanada de aire antes de lanzar al suelo el arma que apuntaba a Sebastián y hacerle una seña con su cabeza, en dirección a la puerta de salida.

-Baja el arma -le pide a su padre, colocando su dedo sobre el gatillo-, tienes tres segundos; 1...2...

El arma cae al suelo y el hombre coloca sus manos en su nuca, mirándoles con una sonrisa perversa.

-Si me disparan, muchos más intentarán dispararles a ustedes. Si no lo hacen, prometo no ser tan severo con...-sus palabras se vieron interrumpidas en el momento en que la primera bala llegó a su hombro-. Maldita sea -alcanzó a susurrar.

Su propio hijo había sido quien disparó primero.

-Largo -le dice.

-¿Qué? -murmura Sebastián.

-¡Qué te vayas! ¡rápido! -grita.

Él entiende lo que va a hacer.

Era una buena idea. Héctor se encargaría y él saldría de ahí sin que su consciencia lo mate, de camino al aeropuerto.

Seguramente llegaría antes de que el avión despegará. Sí, si tenía suerte podría verlos y despedirse de forma correcta.

Pero no la tenía.

Al cruzar el umbral de la puerta, una bala atravesó su espalda y, tras perforar su pulmón, no salió por su pecho.

El arma que Carlos había mantenido en secreto no le sirvió de nada cuando su hijo le dio un disparo en la cabeza y dos en el pecho, justo antes de correr hacia su viejo amigo, quien caía al suelo escupiendo sangre mientras pensaba que ya no podría ir a despedirse de las dos personas que más quería en el mundo.

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Para cuando el avión llegó a Madrid y los recibió una de las tías de Lena, la noticia ya había llegado a oídos de todos los Donnati.

Carlos Donnati había muerto.

Francisco Donnati también.

-¿Qué...? -alcanzó a murmurar el joven con dificultad.

La manera en que se los dijo no había sido muy sutil.

Gabriel permaneció estático, como una especie de estatua sin expresión que estaba clavada al suelo. Rood, por otro lado, se alteró de manera exagerada, incluso para él.

El joven gritaba que no era cierto, que dejaran de mentir y que necesitaba ver a su "hermano". Su rostro rojizo con ojos llorosos y las lágrimas que luchaban por salir era lo que menos llamaba la atención de los transeúntes; ellos lo miraban moverse de un lado a otro, haciendo gestos exagerados con sus manos y, de vez en cuando, gritando al tiempo que se cubría con sus propios brazos.

Estaba de más decir que, en el interior, se estaba destrozando con una lentitud que lo convertía en una cruel tortura. Era la desesperación en su estado más puro.

Él siempre fue de mantener la esperanza. Y Gabriel se dio cuenta.

Pero no está bien tener esperanzas acerca de una persona que nunca volverá.

Apenas el joven se quedó quieto, unos brazos lo cubrieron y una cabeza se recostó en su hombro.

Qué egoísta era, pensó, sollozando por eso y teniendo al ser amado de esa persona allí, al ser que más le afectó.

Intentó decir algo pero de sus labios no salió nada distinto a unos susurros imposibles de entender.

Un mes después, un avión regresó a Gabriel a Corllin. Rood se quedó con la tía Kate.

Una hora luego de su llegada, ya se encontraba sentado sobre el césped observando una lápida en la que decía: "Francisco Donnati".

¡No me maten, por favor! -huye(?)-

Atormentado [AYOA#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora