30-Así terminamos

499 61 5
                                    

Se tambalea.
Ya no puede más.
Necesita comida, agua, dormir.
Necesita, más que nada, olvidar el recuerdo del cadáver de la mujer, el olor del alcohol que estuvo en la botella, la manera en que lo lastimaron, cómo le arrebató el único signo de pureza que le quedaba a su corta edad.
Y lo ve.
Unos ojos verde olivo lo miran con curiosidad desde una banca en el parque; a su lado, una niña juega con una muñeca y, un poco más allá, ve a un hombre en traje negro.
Héctor. Ese fue el nombre del niño que le dio comida y algo de jugo de manzana.
Héctor fue el que lo presentó como "Fran" a su melliza y al hombre.
Héctor fue el que convenció al señor, el tal Carlos, de dejarlo quedarse.
Héctor fue su salvación.

-Te encontré -su voz resuena por el callejón, teniendo la música como un sonido de fondo y sin importancia.

-No me ocultaba -le asegura el otro, acercándose con lentitud a él.

Sus ojos miel mirándole, la manera en que su cabello castaño y desaliñado le da una imagen perfecta de su rostro, su espalda ancha y los músculos que la chaqueta de cuero no le dejan ver. Todo es parte de Sebastián.

-Ha pasado tiempo, compañero -dice.

Sus ojos verde olivo buscan algo en el muchacho, algo que le diga lo mucho que ha cambiado pero no encuentra nada y se encuentra a sí mismo sintiéndose aliviado de que siga siendo el mismo que conocía.

-No tenía planes de volver -comenta y se encoje de hombros.

-¿Volviste por el chiquillo? -pregunta, conociendo la respuesta-. Llevo años diciéndote que es un malcriado y egoísta. Mira que hacerte volver sabiendo lo que hicimos contigo la última vez, ¿y aún así crees que te tiene aprecio?

-Estuve dispuesto a volver, no me obligó a nada.

-¿Cómo hizo para tenerte bajo su control? Dime, ya que quiero saber por qué yo nunca te importé la mitad de lo que él te importa.

Héctor sabe el dolor que fue transmitido en su tono de voz, conocía ese quebranto, esa debilidad que sólo él le ocasionaba.

-No me pareció que me tuvieses tanto aprecio cuando me diste un derechazo que me dejó un moretón por días.

-Me lo debías.

-Lo sé. Es lo que queda. Así es como estamos, así terminamos.

Es en ese momento cuando su voz pasa a tener un tono dulce, sus ojos que pretendían fulminarlo se suavizan y sus brazos, que había mantenido cruzados sobre su pecho, se relajan y se dejan caer a los costados de su cuerpo.

-Pero no siempre te he odiado, ni tú a mí.

-¿Quién dice que te odio?

Sebastián niega y le muestra una media sonrisa.

-No siempre tuvimos este tipo de relación.

-He leído -comenta de repente, tras un breve silencio-, mucho, en realidad. Me recomendaron un libro en el cual decía que, puedes ser muy amado por una persona, pero, si siempre te aprovechas, si juegas con sus sentimientos y los usas para tu beneficio, ese enorme amor que te tiene se convertirá en un odio igual de grande.

-¿He usado tus sentimientos en tu contra? -pregunta, sin esperar respuesta.

Y no la recibe.

-¿Puedes hacerme un favor? -pide, tras un suspiro, y Héctor cruza su mirada con la de él, como si con eso pretendiese decirle "y vuelves a aprovecharte de mí"

Cae en la cama y el cuerpo de la joven sobre él, ella rodea su cuello con sus brazos y da inicio a un largo beso, saboreando bien sus labios. Él utiliza la oportunidad que le da para recorrer el cuerpo de la chica con sus manos, intentando memorizar la suavidad de aquella piel.
Los besos van aumentando su intensidad, se hacen tan largos que se separaban para tomar aire y vuelven a juntar sus labios con movimientos desesperados.
Tal vez sean muy jóvenes para esto. O tal vez era necesario que ocurriera a esa edad.
La puerta se abre y el muchacho bajo el umbral se paraliza.
La chica da un último beso en sus labios, asegurándose de que sus lenguas vayan al mismo ritmo, y se levanta. Luego sale de la habitación, pasando junto al joven, a quien le mostró una sonrisa victoriosa al tiempo que volvía a bajar su falda, subida por el propio chico cuando sus manos buscaron ir más allá de sus muslos.
La relación entre los mellizos no volvió a ser la misma desde ese momento.
-Lamento que vieras eso -es lo que dice éste, levantándose.
No lleva camiseta, el menor no puede evitar dirigir miradas fugaces a ese cuerpo de Adonis en formación con catorce años.
-Eh, muchacho, despierta -dice, riéndose-. Sé que soy lo más perfecto que verás en tu vida pero...
Daddy te escuchará! -se queja, cerrando la puerta y dejando su espalda recostada en la misma, como si temiera, de cierta manera, acercarse a él.
-Pero lo soy -afirma.
-Lo eres -contesta él en voz muy baja, recibiendo una mirada de aprobación por parte del mayor.
El menor, con sus mejillas rojas, se le acerca.
-Hice el favor que me pediste -dice.
-Gracias, eres el mejor -le asegura, llevando una de sus manos a su barbilla en un gesto tan rápido que lo dejó deseando más.
El muchacho se coloca su camiseta y desordena más su cabello, tiene veinte minutos para llegar al instituto.
-Deb...
-Fran -le llama antes de que llegue a la puerta, él se gira-, ¿no te olvidas de algo?
-Tienes razón. Necesito un nuevo favor, es una mascota que quiero conseguirle a Rood para su cumpleaños -comenta con una media sonrisa.
-¡Eso no! -se queja él, antes de señalarse a sí mismo con manos temblorosas.
El mayor le muestra una sonrisa antes de caminar hacia él.
-Eso es algo que no se puede olvidar -afirma, antes de unir sus labios con los de él.
Claro que no llegó a tiempo al instituto.

Atormentado [AYOA#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora