20-Descanso, II

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Le sonríe y vuelve a dirigir su mirada a la consola de videojuegos.

El lugar a donde iban estaba a doce horas en auto así que se turnaron, en el auto de Peter conducirían él y Carla, y en el de Sebastián conducirían él y Luisana.

Debían faltar dos horas de camino.

Sebastián le quitó uno de los auriculares al rubio, haciendo que escuchase a Mayday Parade como música de fondo.

-¿Qué tanto podríamos hacer al llegar? -susurra en su oído-. Tengo muchas ideas, ¿tú no? -añade, antes de unir sus labios con los de él.

El rubio no había tenido tiempo suficiente para pensar al menos una respuesta antes de oír la risa de Sebastián y sentir que le revolvían el cabello, para luego decirle que lo quería y que era demasiado inocente.

Al llegar, encontraron una enorme cabaña de madera rodeada por un lago, a la cual podrían llegar subiendo a un pequeño yate de la familia.

-Siempre me pregunté qué hacían las personas con dinero en su tiempo libre -comenta Sebastián, ayudando a Emily a subir al yate blanco con líneas azules.

-Ahora lo sabes -contesta Peter, tomando la mano de su novia.

-Yo no suelo hacer nada de esto.

-¿Por qué? -pregunta, sentándose en uno de los bordes del yate, asegurado por una barandilla. Le rodea la cintura con sus brazos y lo jala para que se siente sobre su regazo.

-Es algo muy estrafalario para mi gusto -afirma el rubio, alejando su rostro del muchacho.

-¿Estrafalario? -repite y ríe-. Qué cosas dices.

El viaje por el lago duró unos diez minutos, la mitad del tiempo que tardaron en conseguir que Emily saliese del yate por el miedo a caerse al lago de repente.

La cabaña era más grande de cerca, tenía enormes ventanales de colores que dejaban ver el interior y dos balcones. Dentro, había una sala con muebles blancos y cojines dorados, una cocina enorme con paredes de cerámica y una escalera que llevaba al segundo piso.

-¡Oigan! La cocina viene con cocinera incluida -avisa Luisana, saliendo de la cocina para entrar a la sala, donde estaba el resto.

-Bien, no pasaremos hambre ni moriremos envenenados por tu comida -dice Sebastián, sonriendo.

-¿Mi...qué? -pregunta ella, cruzándose de brazos.

-Entre tu comida y la de Emily, mi pobre estómago...

-Deberíamos buscar nuestros cuartos -los interrumpe el rubio, dándole leves empujones al muchacho para que se aleje de ella, evitando el inicio de una larga discusión.

Los dos se dirigen al piso superior y comienzan a buscar una habitación cómoda. El pasillo está cubierto por una alfombra azul, hay tres baños y cinco habitaciones, cada una más grande que la anterior.

-¿Qué te parece ésta? -pregunta, abriendo la puerta y echando un vistazo al interior.

Pero no recibe respuesta, así que se gira para encarar a Sebastián, quien lo mira fijamente.

-¿Qué? -pregunta y le sonríe.

Antes de que pueda hacer algo más, sus labios se apoderan de los de él.

-S...Seb...-intenta llamarlo. Pero es inútil.

Sus pies se mueven con torpeza, adentrándose en la habitación, mientras el mayor lo sostiene de la cadera. La puerta se cierra a sus espaldas.

En el momento en que su cuerpo cae sobre la colcha de la cama y otro cuerpo, de un tamaño mayor, se acomoda sobre él, sus ojos azules comienzan a buscar los miel del muchacho para entender qué intenciones tiene.

Él le muestra una sonrisa amable, antes de dejar un nuevo beso sobre sus labios. Luego deja otro en su frente, en su mejilla y en su mentón, para bajar con lentitud hasta su cuello.

-Tranquilo, no te haré nada -asegura, revolviendo su cabello, aunque él no pueda ver su sonrisa en la oscuridad de la habitación.

Antes de levantarse, siente como lo toma del brazo y fija su vista en él.

-Puedes continuar.

-¿Qué?

-Yo...yo te estoy diciendo que sí, Sebastián. Puedes continuar. Puedes hacerlo; po...por favor, hazlo.

Gabriel esperaba una respuesta, no el beso que consiguió cuando el muchacho se lanzó sobre él.

Lo primero que sintió fueron unas manos colándose bajo su camiseta, la cual fue retirada de inmediato, a esto le siguieron una gran cantidad de besos en el cuello y los hombros antes de que su pantalón fuera desabotonado. Tenía una extraña sensación, la cual se agudizó en el momento en que sintió un suave mordisqueo en uno de sus pezones.

-Te enseñaré algo -dice con seguridad.

Aquellos ojos miel estaban nublados por la lujuria. El rubio quería contestar, pero de su boca sólo salió un gemido al sentir la que sería la primera de muchas caricias que le eran proporcionadas por las manos expertas de Sebastián. Considerando que era su primera vez, él se contuvo para ser lo suficientemente cuidadoso con el chico y no excederse, tanto de caricias como en su penetración.

Gabriel, por su parte, no podía hacer más que estremecerse por el placer que le era brindado y pasar sus manos por el cabello de él, posándolas en su nuca para atraerlo de vez en cuando a sí y pedir un encuentro con sus labios.

Le gustaba aquello, le gustaba la forma en que se sentía.

Más que sus manos recorriéndolo o las embestidas que liberaban el nombre del muchacho de entre sus labios, más que su lengua intentando acallarlo o la oscuridad que apenas le dejaba ver un lado de él que no conocía, lo que le gustaba era la calidez al saber que se estaba volviendo uno con la persona que quería.

Sí, lo quería.

Lo amaba.

Para cuando llegó el momento de finalizar, soltó su nombre una última vez y las descargas eléctricas recorrieron su cuerpo. Sonrió como un tonto.

El muchacho de ojos miel se dejó caer en la cama, extasiado, junto al rubio, quien intentaba normalizar su respiración. Él se giró para poder mirarlo y terminó por mover su cuerpo lo suficiente como para recostar su cabeza en el pecho del muchacho.

Sebastián le sonríe, sintiéndose victorioso por haber descubierto cómo era el toque de las manos inexpertas del rubio.

-Sé que es tonto preguntarlo...-comienza a decir, extendiendo su mano hacia su rostro para acariciar su mejilla-, pero, ¿podría considerarnos como una pareja?

Ante su pregunta, él alza una de sus cejas.

-Es demasiado tonto, ¿no? -dice, a modo de afirmación, levantándose. Sebastián le rodea la cintura con sus brazos y lo jala hacia sí, ocasionando que quede sentado sobre su regazo.

-No había pensando en eso -confiesa, haciendo que él suelte un suspiro-. Supongo que estuvo mal no considerar tus sentimientos.

-¿Quieres decir qué...? -pregunta con algo de ilusión y sus ojos azules brillantes de alegría.

-Puedes considerar que somos lo que quieras, siempre y cuando me dejes quedarme a tu lado -dice, sacándole una sonrisa justo antes de volver a unir sus labios.

Gabriel quiso preguntar, aprovechando que estaba alegre, acerca de las marcas y moretones que llegó a ver en la espalda del muchacho. Pero no se atrevió.

Atormentado [AYOA#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora