21-Por una persona, I

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Sus manos pasan por su cabello, acariciándolo con tal cariño que podría derretirse ahí mismo.

-¿Estás despierto? -le pregunta.

Él sonríe, se acomoda de manera que pueda mirar el rostro del rubio. Sebastián, que había estado durmiendo sobre su regazo, parece estar más descansado y, a la vez, más preocupado.

-¿Algo te está molestando?

-No -contesta y ve la ceja alzada del rubio, señal de que no le ha creído-, tal vez un poco, es algo sin importancia.

-Si te preocupa, alguna importancia debe tener -afirma él.

-No es nada, lo juro -repite con una media sonrisa, antes de llevar sus manos a las mejillas de él y levantar su rostro para dejar un beso fugaz en sus labios.

Eso parecía haber sido suficiente para que Gabriel dejase de preguntar.

Alguien toca la puerta y ellos intercambian una mirada triste.

-Debo irme -avisa, levantándose de la cama del menor.

-Espera -pide-, ¿vendrás hoy en la tarde?

-No me lo perdería por nada, rubio -asegura, revolviendo su cabello antes de marcharse y dejar que su hermano mayor entre a la habitación.

Había pasado algunos meses y ya era momento de la graduación de Gabriel, cada vez estaba más cerca de la universidad. Ese día, sería su entrega de diplomas.

Sebastián se presentó al acto, junto con la familia del rubio y la de Emily, quien, aunque todos pensaran lo contrario, se graduaría ese día. Pero una llamada le hizo estar distraído durante toda la ceremonia.

Para cuando se pudo acercar al rubio, alejados del resto de las personas y donde no podían verlos, Sebastián le da las felicitaciones que se merece por haber sido el orador de su curso, por sus buenas notas y por sobrevivir a los apretones que le dio Emily.

-No es para tanto -asegura, rodeando su cuello con sus brazos y fijando sus azules ojos en los miel del otro.

-¿Eso significa que no debo tomarme las molestias de felicitarte? -pregunta, rozando sus labios con los de él.

-No, me encantaría que lo hicieras -contesta, antes de ver una sonrisa en el rostro del muchacho y sentir sus labios sobre los de él.

Al parecer, se había dejado llevar y había olvidado que debían volver para no levantar sospechas.

-Ellos pueden esperar -comenta Sebastián, volviendo a besar sus labios.

-Por favor, tengo que volver -le dice, aunque no tenga intenciones de dejar de probar sus labios-. Y tengo que darte tu regalo.

-¿Regalo? -curiosea, sonriéndole.

-¿Ahora sí te interesa dejarme ir?

Él parece pensarlo, luego niega y vuelve a besarlo tantas veces como quiere, al menos hasta que el rubio se queja por la falta de oxígeno.

Al final, se vieron obligados a salir.

-Aquí está -avisa, entregándole el estuche.

El muchacho abre el estuche y observa con detenimiento la guitarra que éste contenía. Luego fija su vista en el rubio, sin tener palabras suficientes para agradecerle el gesto.

-Oye, eres m...-sus palabras se ven interrumpidas por Sebastián, que lo rodea con sus brazos y le da un fugaz beso en la frente, haciéndolo reír.

-Gracias, rubio -murmura y hay algo en su tono de voz, en sus ojos brillantes, en la sonrisa que se extiende por su rostro. Es algo que él no había visto antes. Gabriel le muestra una sonrisa, convencido de haber elegido el mejor regalo.

La ceremonia terminó minutos después y no se vio al rubio por su casa hasta altas horas de la madrugada, que fue cuando Sebastián lo llevó en el auto. Una vez más, él quiso saber acerca de los moretones en su espalda y los nuevos que había alcanzado a divisar por su abdomen, pero el dulce efecto del beso de buenas noches que le dio Sebastián lo hizo olvidarse de las dudas.

A ésa hora fue que él se dirigió al hospital; le pasó una nota a la enfermera para que lo dejara pasar tan temprano y fue a la habitación que seguía siendo custodiada por el hombre.

-¿Nunca descansas? -le pregunta. Él niega y Sebastián se encoje de hombros antes de colocar su mano sobre el pomo de la puerta, siendo detenido de inmediato por el hombre-. Tengo que entrar, hoy es ese día -dice.

-Donnati viene en camino, espera que llegue.

-Pero...

-Dije que lo esperes -repite con cara de pocos amigos, quitándole la idea que tenía de entrar y llevárselo sin tener que cruzarse con Carlos Donnati.

A los veinte minutos, había hecho un desastre con su cabello al revolverlo por los nervios y se dispuso a esperar afuera del hospital. Una hora después, se había acabado dos cigarrillos. Dos horas más tarde, no le quedaba ni uno en la caja.

Entonces fue que él apareció.

Sebastián vuelve a entrar en la habitación, encontrando a dos hombres de traje y un joven.

-¡Fran! -saluda el más joven con una media sonrisa.

-Hola, ¿cómo ha estado el muchacho que les lleve? -pide saber.

El joven intercambia una mirada con el mayor de los hombres, de cabello canoso y ojos café claro, Carlos Donnati.

-Ha sido un buen chico, obediente y trabajador -dice con cierta alegría que no es expresada en su rostro.

-Que bueno oírlo -contesta, comenzando a ponerse nervioso.

Quiere irse. Quiere poder hacer lo que debía e irse, mientras más lejos de ellos estaría mejor.

-El fumar es un terrible hábito -comenta el joven, acercándose a él-. Y tú no querrás ser visto por ésa persona en este estado, ¿cierto?

Era verdad que bajo sus ojos miel se encontraban unas ojeras violáceas, que su piel estaba pálida, sus labios resecos y su cabello desaliñado, pero eso no importaba, necesitaba verlo. Lo necesitaba más que nada, más de lo que es capaz de expresar en palabras, tal y como lo había hecho desde que supo que estaba bien. Como había hecho desde el primer momento, en realidad.

-Has sido un desastre últimamente, Fran, y eso es algo lamentable -comienza a decir con voz lastimera-. ¿Qué le ha pasado a mi buen amigo?

-¿Amigo? -repite él con algo de asombro.

-Vamos, muchacho, sabes que siempre fueron muy unidos -dice el tal Carlos con un semblante serio.

-No lo recuerdo así -confiesa él y se encoje de hombros.

El joven abre un poco sus ojos, luciendo de cierta manera dolido.

Sebastián reprime el viejo impulso que años atrás lo hubiese hecho disculparse con aquel muchacho. Pero sabía que era mejor así, que lo hacía por el bien de ambos.

-Eh, que no se te olvide por qué sigues aquí -advierte el que no había hablado-, ¿sabes qué sería de ti sin ellos? Podrías estar hambriento en un callejón oscuro, eso si tuvieses la suerte de seguir vivo.

Él lo sabía, no era necesario recordárselo. Estar agradecido con alguien, no significaba que debías apreciarlo.

-Creo que a nuestro apreciado Fran se le ha olvidado algo muy importante para nosotros: el agradecimiento. ¿Podrías hacérselo recordar? -pide Carlos.

El hombre asiente, antes de tomar a Sebastián del cuello de la camiseta.

Nada de lo que piensa sale por sus labios al recibir el primer puñetazo en su rostro, ni el segundo, ni el tercero. Sólo se le escapa un "maldita sea" al momento en que lo eleva un poco del suelo y lo deja caer de espaldas sobre éste, antes de darle una patada en el estómago, quitándole el aire.

Atormentado [AYOA#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora